Por Hugo Prieto
No seré yo el que diga, sin
albergar duda, que las casualidades existen. Tendría que acudir a la ciencia
para demostrarlo, lo cual está negado de plano. Anoto una serie de hechos que,
como dos vectores, apuntan en la misma dirección y envían una señal roja cada
vez que interceptan una impresión, una conclusión o un dato, en su recorrido en
paralelo. La primera visión es de la escritora Ana Teresa Torres*, plasmadas en
su libro Viaje al poscomunismo. Son anotaciones, agudas como corresponde a
una intelectual de su valía. La segunda visión es la del periodista
estadounidense David Remnick, quien escribió una pieza emblemática del
periodismo de investigación, «La tumba de Lenin», que mereció el premio
Pulitzer. No sería un atrevimiento afirmar que la autocracia de Nicolás Maduro
es, a lo sumo, una parodia de la autocracia de Vladimir Putin.
Le he propuesto a Ana Teresa
Torres que pongamos la atención en esas señales. El resultado es la primera
parte de esta entrevista. Más adelante hablamos de su novela más
reciente, Diorama, cuya presentación está prevista para el próximo jueves
a través de zoom y de la cual Prodavinci publica su primer capítulo.
Una nueva clase empresarial
en Rusia, «la oligarquía», y también en Venezuela, «la boliburguesía». En tu
opinión, ¿qué las caracterizaría?
Aclaro que lo mío es sólo una
impresión, pero el fenómeno es similar, en el sentido de que después del
colapso de la Unión Soviética, se produjo en Rusia lo que se denomina
capitalismo oligárquico. Una serie de personas, vinculadas a las estructuras
del poder, aprovecharon «la oportunidad» para hacer negocios en sectores muy
importantes (petróleo, bancos, gas, oro) y formaron una nueva clase. De alguna
manera, uno podría decir que en Venezuela ocurre algo parecido con la aparición
de tiendas de súper lujo en Caracas, de camionetas y carros de alta gama, de
bodegones exclusivos, fiestas lujosas en lugares emblemáticos, como puede ser
el Hotel Humboldt. Es decir, nosotros lo que vemos es el reflejo de un grupo de
personas que han logrado vincularse al poder y regentar grandes negocios.
Algunas de las impresiones
que relatas en tu libro Viaje al poscomunismo las podemos encontrar,
no como el testimonio de una escritora que toma notas a lo largo de su viaje
por Rusia (y los antiguos países satélites de la extinta URSS), sino en un
minucioso y detallado reportaje titulado «La tumba de Lenin», cuyo autor es el
periodista David Remnick.
Una de las características
de esa clase, de acuerdo a Remnick, es que tiene que ser fiel, extremadamente
fiel, al poder. De lo contrario, las cosas no van bien. Cita el caso de un
empresario (Mijail Jodorkovsky) quien trató de hacer negocios por su cuenta,
sin contar con la anuencia del Kremlin, y terminó preso. Entonces, ese
fenómeno, que Remnick define como capitalismo oligárquico, lo podemos ver en
Venezuela.
Aquí podríamos mencionar el
caso del empresario Ricardo Fernández Barrueco, quien hizo negocios con el
chavismo y terminó preso.
Es que esto, para que
funcione, exige una absoluta lealtad. De lo contrario, no va bien.
Dices, en tu libro, que no
puedes evitar la comparación entre lo que ocurre en Rusia y lo que sucede en
Venezuela. Los soviets construyeron, pero también destruyeron. El chavismo, en
cambio, ha sido una carga de demolición. El país está destruido. ¿Podrías hacer
un agregado a este planteamiento?
No podemos decir que en Venezuela se ha establecido un Estado comunista como ocurrió en la Unión Soviética y en otros países de Europa del Este. Quizás era un proyecto, no lo puedo saber. En todo caso, no se consolidó en el sentido de la colectivización de los medios de producción, por ejemplo, que es algo básico en un Estado comunista. El Estado comunal; soviet es comuna. Yo creo que eso no funcionó de la misma manera. Se hicieron muchas expropiaciones, pero casi todas terminaron en la destrucción de la fábrica o de la producción agrícola. ¿De esas empresas que se expropiaron, los obreros que trabajaban en ellas han podido disfrutar de sus beneficios? No pareciera. No voy a defender el Estado soviético a estas alturas. Pero allí hubo una construcción social evidente, en términos de educación y de salud. Claro, vinculadas a una represión brutal. Igualmente, hay que decir que no hemos tenido el grado de totalitarismo que imperó en la extinta Unión Soviética. Lo que ha habido aquí es una represión selectiva, una destrucción de los medios de comunicación y una asfixia de las libertades. Pero no creo que sea comparable con los grados de persecución y de control de la ciudadanía que hubo en el imperio soviético. Esto, podríamos decir, es una suerte de parodia. Pero no por eso menos destructivo.
Quisiera puntualizar este
aspecto, porque más adelante escribes: «Un escenario de usurpaciones, de
corrupción, de batallas judiciales, de oligarcas, todo lo cual apoya mi
hipótesis de que Venezuela llegó al poscomunismo sin haber pasado por el
comunismo».
Sí, es lo que estaba
diciendo, ¿no? Es una hipótesis muy personal, de una escritora, no de una
politóloga, que no soy. Pero uno puede ver manifestaciones muy evidentes de
este capitalismo oligárquico, basta con darse una vuelta por ciertos lugares de
la ciudad. Pero como lo dije antes, son sólo las huellas las que nosotros
podemos ver.
Para darles continuidad a
las coincidencias, cito una frase del epílogo de tu libro: «Con el tiempo la
Rusia de los zares y la Rusia del gran imperio soviético desembocaron en la
Rusia autocrática de siempre». Mientras que Remnick escribe: «Tras mil años de
feudalismo, autocracia zarista y comunismo totalitario, ¿cabía esperar el
advenimiento de una democracia liberal, prosperidad, verdad y justicia?».
Claro, hay un elemento de la geopolítica que no podía pasar inadvertido. Dices,
como agregado: «Venezuela, antes alineada al bloque de Occidente, pasó a ser un
peón en el nuevo tablero geopolítico que parece reanudar una Guerra Fría del
siglo XXI».La autocracia parece ser el elemento en común que comparten Cuba,
China, Irán, Turquía y, por supuesto, Rusia, en esta alianza internacional.
Si alguien pensó que después
del comunismo iba a llegar una democracia liberal a Rusia, resulta que no. Es
decir, los fenómenos históricos no son así. Apareció esa nueva clase -el
capitalismo oligárquico-, como lo señala Remnick. Pero hablemos de Venezuela.
Parte del proyecto político fue desoccidentalizar el país y desmodernizar el
país. Ciertamente, eso se ha ido logrando. Venezuela pertenecía, claramente, al
mundo Occidental. En este momento, las vinculaciones de Venezuela están fuera
de esa órbita y se concentra en los países que acabas de mencionar. Creo que
tiene que ver con el hecho de que no interesa la alianza con países que tienen
como sistema político la democracia liberal, que son los que imponen límites y
sanciones, sino con países que, precisamente, son autocracias. Son estas nuevas
alianzas -tras el poscomunismo- donde se anota Venezuela. Lo cual te habla de
que el proyecto no era llevar al país a una democracia liberal, como la
conocimos en otros períodos de nuestra historia.
Hay otro elemento
distintivo. Durante la democracia liberal que conocimos, la represión y la
violación de derechos humanos no fue tan extendida y significativa como lo es
actualmente. Nuevos iconos: La tumba, El Helicoide. El informe de verificación
de hechos de Naciones Unidas, que dan cuenta de crímenes de lesa humanidad. La
destrucción de los partidos políticos. La persecución que ha llevado a sus
dirigentes al exilio. No voy a decir que la represión es similar a la de esos
países, pero hay un cambio muy significativo.
Por supuesto. Hay un cambio
radical. Uno puede observar que se han ido desbaratando los elementos
fundamentales de un sistema democrático liberal. Uno, la libertad de prensa.
¿Cuántos periódicos quedan? Muy pocos. Los medios de comunicación tomados. Dos,
entramos en la fase de destrucción de las universidades vía asfixia
presupuestaria, vía destrucción de material académico (robos, saqueos,
vandalismo en los centros universitarios). Tres, al exilio se tienen que ir
quienes detenten cierto liderazgo. Cuatro, los partidos políticos expropiados y
vendidos a otros grupos. Claro, eso permite decir que hay una oposición. Y aquí
señalo una característica mencionada por Remnick. El Estado puede permitir
partidos políticos, pero no coaliciones. Obviamente, las coaliciones pueden
resultar muchísimo más peligrosas. Y es muy difícil encontrar una coalición en
este momento. Cinco, hay otro elemento, no puedo saber si eso ha ocurrido igual
en esos países, pero también la criminalidad influye mucho en esto. Es decir,
grupos «especiales», que pueden despojar a la gente de sus bienes o
arrebatarles sus negocios. Todo tipo de soborno, de imposiciones, de amenazas,
para las personas que necesitan, entre comillas, la «benevolencia» del Gobierno
para recibir alimentos o alguna otra dádiva, si no se comportan políticamente
como se desea. Todo eso abre un panorama, donde el sistema democrático, yo
diría, ha sido destruido.
Ana Teresa Torres retratada por Roberto Mata
¿Qué nos queda?
No por eso voy a decir que
no hay personas con conciencia y con intención democrática. Pero lo que hace a
un sistema democrático, en términos de partidos políticos, en términos de
libertades, en términos de comunicación, en términos de respeto a los derechos
humanos (ni hablar de la cantidad de encarcelamientos sin fórmula de juicio),
todo eso te habla de que ese objetivo, si lo era, de destruir el sistema
democrático está bastante avanzado. Ha sido bastante logrado. En este momento
queda la memoria de otros periodos políticos en Venezuela y la aspiración de
mucha gente de que eso pueda, de alguna forma, volverse a construir. Que pueda
levantarse de las ruinas democráticas y volver a establecerlo. Eso no lo
sabemos, es un futuro imposible de determinar.
Tenemos la mención que hace
Remnick de una novela distópica (El día del oprichnik), cuyo autor es Vladimir
Sorokin. Los oprichnik eran la KGB de Iván el Terrible. Sorokin describe una
Rusia autoritaria, ambientada en 2028, bajo el mando de un dictador. El jueves
presentas Diorama, tu novela distópica. Sólo hago mención de ambos libros.
¿Qué te llevó a escribir esa novela?
Creo que vivimos en una gran
distopía, a diferencia del siglo pasado, que fue un siglo de grandes utopías.
El socialismo era una de ellas. También la democracia que se instala en los
países de Europa Occidental. El progreso científico. El siglo XX se construyó
con grandes relatos utópicos, muchos de los cuales lograron materializarse.
Pero entramos en el siglo XXI y pareciera que es al revés. El periodo de las
distopías, ¿no? De hecho, hay una gran producción literaria, en este momento,
de novelas y de relatos distópicos. La realidad se ha vuelto nebulosa, difícil
de entender o de comprender. Desde Venezuela, me pareció que no podía escribir
nada que no pasara por ese canal de la distopía. De encontrar una realidad y
preguntarme ¿esto es posible? ¿esto está ocurriendo? Y resulta que sí.
Entonces, vivimos una atmósfera distópica. Ahora complicada con el tema de la
pandemia. Aunque cuando yo escribí la novela, la pandemia no estaba presente.
Pero forma parte de esa sensación de fin de mundo.
¿Hay continuidad entre Viaje
al poscomunismo y Diorama, la novela que presentas el próximo jueves?
Hago una consideración
retrospectiva con relación a tu pregunta. Sí, hay una continuidad. Porque, como
dije antes, el socialismo fue una gran utopía del siglo XX. Y ahora, lo que ha
generado, es una gran distopía. Evidentemente, esto no era el desenlace que se
esperaba, ni en la URSS ni en las otras repúblicas soviéticas. No hay
casualidad en esto. Hay un espíritu de los tiempos, donde vamos sintiendo que
esos grandes relatos de emancipación terminaron en situaciones como las que
hemos hablado: el capitalismo oligárquico de los grupos criminales, que en
Rusia son famosos. Terminaron en lo opuesto a una utopía.
Hay que decirlo. Grupos
criminales que colonizaron el Estado o se asociaron a las estructuras de poder.
Claro. Es un vínculo
estructural entre los servicios de información y los grupos criminales, al
menos en Rusia. Eso genera un mundo distópico. Novelas distópicas se
escribieron durante el comunismo, debido a la censura que era brutal. Ahora,
las circunstancias son distintas. Y por lo que podemos ver, hay una mayor
libertad de producción. Está en la Rusia de la novela de Sorokin y también en
Venezuela. Ustedes en Prodavinci acaban de publicar una sección de relatos
distópicos. No creo que sea algo que el escritor busca, es algo que la realidad
le impone. No encuentra otra manera de expresar lo que vive que no sea sino a
través de la descripción de un mundo ficticio, en términos de distopía.
En tu novela, los
reseñadores tienen que escribir de acuerdo a lineamientos que vienen de una
estructura de poder. Parece que la alegoría es el mecanismo, o la herramienta,
que mejor puede servir a los efectos de escribir una distopía. ¿Es así?
Desde el punto de vista
narrativo, creo que habría dos maneras. Una sería la novela reportaje, con el
señalamiento de datos, y otra sería la creación de un mundo ficticio que está
aludiendo, alegóricamente, a un mundo real. Ésa es la que yo escogí y creo que
muchos escritores están en esa línea. Mi novela transcurre en el Reino de la
Alegría, donde hay que decir (obligatoriamente) que todo el mundo es feliz.
Entonces, no es bueno reseñar textos donde la gente pueda percibir realidades
desagradables. Un mundo totalitario tiene que ser un mundo feliz. No se puede
sufrir cuando el régimen político se vanagloria de haber asegurado la felicidad
de todo el mundo. Hay una libertad ficticia, porque tienes que escribir de lo
felices que somos todos, los escritores, los profesores universitarios, que son
algunos de los personajes de la novela.
¿Cómo describes al poder en
tu novela?
Es anónimo. Nunca se habla
de una persona. ¿Recuerdas las novelas que aluden a los dictadores
latinoamericanos? ¿En República Dominicana (Trujillo), en Guatemala (Manuel
Estrada), en Paraguay (Alfredo Stroessner)? Yo creo que estamos en una fase
distinta. No hay un dictador, no hay un fulanito de tal, hay como un poder invisible.
Es un poder anónimo.
¿Omnipresente?
Pero que no puedes ver, como
a Gómez o a Pérez Jiménez. Yo creo que la atmósfera, en este momento, no es la
de un dictador, sino la de un poder invisible, que está allí y va dirigiendo la
vida y el destino de la nación. Es, todavía, si quieres, más siniestro.
Sí, porque al no tener un
rostro, una identidad, se convierte en una presencia fantasmagórica. ¿Cuál
sería la característica distintiva?
La alegría ha sido
declarada, es casi obligatoria. Quizás tiene que ver con Corea del Norte, donde
todo el mundo está feliz. No se puede hablar de otra cosa. Solamente se puede
llorar si muriera Kim Jong-un. No son las dictaduras que conocimos en el siglo XX.
Es otro tipo de poder, donde la alianza entre el poder económico y el mundo
criminal puede llegar a ejercer un control absoluto.
***
*Narradora, ensayista. Individuo de número de la
Academia Venezolana de la Lengua. Ha ganado diversos premios nacionales e
internacionales. Entre otras obras ha escrito La herencia de la tribu, Del
mito de la Independencia a la Revolución Bolivariana (2009), Nocturama, La
Escribana del Tiempo, Viaje al poscomunismo, Diorama.
07-03-21
https://prodavinci.com/ana-teresa-torres-vivimos-en-una-gran-distopia/
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