Ismael Pérez Vigil 06 de marzo de 2021
En nuestro lado de la acera −el de la oposición
democrática− parece que ya muy pocos esperan una fuerza internacional
interventora que solucione la crisis del país; incluso algunos así lo admiten.
Se han resignado, por lo visto, a aceptar que eso era una quimera, y ya no se
oye hablar de “marines”, fuerza armada multilateral, operación comando y solo
algunos piensan en TIAR o R2P.
Pareciera, entonces, llegado el momento de pisar
tierra nuevamente, contar con lo único disponible (sanciones internacionales
contra los pro hombres del régimen, sus familias y testaferros) y dedicar los
esfuerzos a organizar la oposición y la resistencia dentro del país, para
confrontar el régimen en los escenarios que lucen posibles: procesos
electorales y negociación, para llegar a procesos electorales.
En este sentido, en la oposición, se da nuevamente una
intensa y amarga discusión sobre si se debe participar o no en las elecciones
regionales que se anuncian para fin de año, y que ya algunos llaman
“megaelecciones”, pues se elegiría gobernadores, alcaldes, legisladores
estadales y concejales. Aún no está claro si la decisión que adoptarán la
mayoría de los partidos −si no todos− que hoy se congregan alrededor del Frente
Amplio o Juan Guaidó −junto con organizaciones de la sociedad civil (SC),
involucradas en la lucha política−, será la de participar en ese proceso
electoral o la de abstenerse nuevamente.
Los argumentos para abstenerse o votar no han variado
mucho desde la última discusión en 2018 y 2020; realmente no hay planteamientos
originales y nuevos en la disputa. Quienes propugnan por continuar con la
política de abstención siguen argumentando que no hay “condiciones
democráticas” para participar; han reemplazado el mantra aquel de: “cese a la
usurpación…” etc. por un nuevo mantra: “sin condiciones electorales, nuevo CNE…
no hay participación”; y quienes argumentamos −como ven me incluyo− que se debe
participar, afirmamos que nunca se lograrán condiciones ideales y mientras
tanto, no se puede seguir perdiendo terreno −en la mente de los ciudadanos−
debido a la inactividad política. Si, porque el principal terreno de la lucha
contra la opresión no es en cargos políticos, sino en la mente, en el ánimo de
la gente, y la inactividad política conduce a resignación, desesperanza y
huida.
Como he dicho, soy partidario de la participación
electoral −no volveré, al menos hoy, a argumentar más profundamente al respecto−
y confío en que solo unos pocos partidos y posiblemente solo algunas oenegés e
individualidades no acepten participar. Pero, si bien espero que la mayoría de
los partidos y organizaciones de la SC opten por hacerlo, no obstante, también
creo que la mayoría de la población, al menos por el momento, me luce que no
seguiría esta decisión de los partidos y, por tanto, la abstención seguirá en
cifras muy altas, posiblemente por encima del 60%.
La abstención “histórica” se ha estacionado como un
peso muerto desde 1998 por encima del 30%, entre otras cosas gracias a la
campaña de desacreditación del voto, que ha venido desarrollando el régimen,
con mucha fuerza, desde hace unos quince años, cuando se empezó a dar cuenta de
que perdía terreno electoral. A esa campaña han contribuido algunos grupos
opositores y en general, todos hemos estimulado, con esas confusas estrategias
de ir y venir, de participar y abstenernos. Por eso hay que trabajar muy
intensamente en contrarrestar esta tendencia y evitar que la discusión −votar o
abstenerse− nos siga dividiendo, como ha sido hasta ahora.
Esa lucha pasa por entender que participar o
abstenerse, en realidad no dejan de ser tácticas políticas que deben seguir a
la estrategia fundamental de ganar terreno y buscar la vía más eficiente para
salir de este régimen de oprobio. En ese sentido, cualquier posición que se
adopte, debe seguir un principio que se considera más básico, la unidad. Sea
que se decida continuar la política suicida de la abstención, sea que se decida
la vía de participar electoralmente, aunque hoy luzca poco eficiente, lo
importante es que sea una decisión unitaria; de allí el nombre del artículo:
Sí, lo que sea, pero unidos…
La unidad no es un mantra, ni un mero principio
filosófico; no es una mera consigna, es una posición de eficacia política; es
el convencimiento político de que enfrentar a un régimen con ínfulas
totalitarias −aparentemente monolítico− no es posible hacerlo desunidos,
separados, en múltiples pedazos, que se vuelven grupúsculos, fáciles de anular.
Algunos dicen que tampoco es posible salir solos, y probablemente tengan razón,
pero el problema es que nadie está dispuesto a hacernos la tarea de sacar al
régimen de inmediato y radicalmente, como a algunos les gustaría; por lo tanto,
toca hacer la tarea interna para buscar después el apoyo internacional y crear
la amenaza creíble para que se llegue a la salida que necesitamos.
Si la decisión es abstenerse −ojalá no sea así− en
todo caso no puede ser como ha sido hasta ahora: un simple quedarse en casa,
contemplando los resultados y regodeándonos de la cifra elevada de los que se
abstienen; debe ser una abstención “militante”, por llamarla con un término muy
manido, para explicarle a los venezolanos que se mantienen al margen de la
actividad política, el por qué es importante la lucha contra el régimen y que
quedarse en casa, no es por mera indiferencia, no es por decepción personal, ni
es darle la espalda al país, si no una forma de expresar descontento e
insatisfacción por el estado de cosas, por la ruina en la que estamos sumidos.
Si la decisión es participar, no basta con postular
candidatos unitarios a los diferentes cargos en disputa; hay que aprovechar la
movilización de las campañas electorales para organizar la oposición, para
ganar en organización popular, además de recuperar algunos de los espacios
políticos que se han ido abandonando. Los partidos y grupos de la sociedad
civil, debemos recorrer el país con los candidatos, en tareas de movilización y
“agitación política”, para mostrarle a todos que sí hay una alternativa a este
régimen de oprobio; y no termina allí la tarea, el empeño organizativo debe
llegar −en los estados y municipios en donde hay posibilidad de ganar− a cubrir
con testigos al menos el 90% de las mesas, si no todas; y más allá aun, se
deben tener algunas ideas de cómo se podrían defender los resultados en el caso
de que intenten arrebatarlos, como ocurrió en el Estado Bolívar en la elección
de gobernadores en 2017. Significa no solo ganar los “espacios” en juego, sino
estar dispuestos a defenderlos, hasta donde sea posible, sin actos heroicos y
suicidas, conscientes de que el régimen está dispuesto a desplegar sus fuerzas
represivas y de choque.
En todo caso lo que no puede ocurrir es que se nos
siga confundiendo con ese peso muerto de los abstencionistas indiferentes, los
“hastiados” de la política, los “indignados ahítos”; pero tampoco se nos debe
confundir con los oportunistas alacranes que se anotan a cualquier proceso
electoral para arrimarse al “festín de Baltasar”. Por eso, cualquiera que sea
la posición que adoptemos, debe ser bajo la premisa de: Lo que sea, sí, pero
unidos…
Ismael
Pérez Vigil
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