Por Tulio Hernández
La democracia también
puede ser solo un recuerdo. La confirmación de que, en algunas ocasiones, el
tiempo pasado efectivamente fue mejor. Y las elecciones libres una forma de
añoranza. Una fiesta cívica a la que no nos volvieron a invitar. Un olvido.
En eso pienso mientras
asisto como observador internacional a las elecciones del parlamento, alcaldes
y concejos municipales celebradas hace exactamente una semana, el pasado
domingo 28 de febrero, en la república centroamericana de El Salvador.
El gobierno nacional
salvadoreño invitó a unos 150 observadores de diversas naciones de América
Latina. Luego de un rápido y eficiente entrenamiento en técnicas de
supervisión, leyes electorales y los pasos —rituales, le gustaba decir al
facilitador— que se deben seguir en cada mesa, nos dividieron en grupos de ocho
personas para que desde muy temprano en la mañana iniciáramos la observación.
Durante todo el día y
parte de la noche del domingo, el grupo al que me asignaron hizo presencia en
tres centros de votación para verificar que las cuatro etapas —la instalación
de las mesas, el acto de votación, los escrutinios y la trasmisión de los
resultados— fuesen realizadas en cumplimiento estricto de las normas.
Aunque la democracia en
El Salvador es relativamente joven, y existen críticas pertinentes al Tribunal
Supremo Electoral-TSE, las elecciones en este país son bastante transparentes.
Todas las organizaciones políticas participan. Ninguna se abstiene por
desconfiar en el árbitro electoral o en la mecánica de las elecciones. No hay
dirigentes políticos presos o inhabilitados. Ni partidos políticos proscritos.
Como en Venezuela.
La observación
internacional es absolutamente permitida. Tanto la de las misiones de la OEA y
la Unión Europea, invitadas por el TSE, como la convocada por el Ejecutivo
nacional en la que predominaban parlamentarios de Chile, Argentina, Brasil y la
Asamblea Nacional legítima de Venezuela.
No hay observadores
chavistas porque, es obvio, ellos no permiten la observación internacional en
Venezuela
Con la acreditación se nos permite entrar al centro que queramos, los miembros de la mesa se lo toman en serio, algunos ciudadanos comunes se acercan a ponernos quejas sobre, por ejemplo, el retraso en la apertura de los centros o para celebrar la eficiencia en el momento del voto. Y en algunos casos levantamos informes, en planillas que se nos habían entregado con anterioridad, sobre irregularidades menores.
En estas elecciones no
hay grupos motorizados paramilitares, armados con pistolas, como los
llamados colectivos en Venezuela, atemorizando a los electores
opositores al gobierno. Y, en vez de solo puntos de apoyo oficialistas
estratégicamente colocados cerca de la mesa electoral, como en nuestro país,
todos los partidos tienen sus centros de apoyo al elector en las inmediaciones
de cada centro electoral.
Y, lo que para un
venezolano resulta aún más sorprendente, en algunas rotondas —como se denominan
aquí las redomas— diversos grupos políticos, uno al lado del otro, sin
conflictos ni agresiones, tienen instalados toldos desde los que hacen campaña
hasta el día anterior de las elecciones.
Aunque en algunas mesas
—Juntas receptoras de votos se llaman aquí— se produjeron incidentes de
violencia porque en la opinión de miembros de Nuevas Ideas, el partido de
Bukele, querían cerrar las mesas antes de las cinco de la tarde, la hora
acordada y, a pesar de que la apertura de muchas mesas tuvo un retraso
considerable, los informes de todos los observadores coinciden en afirmar que
se trata de un proceso electoral democrático y confiable.
A pesar de lo
contundente de los resultados, la mañana del día lunes 1 de marzo ninguno de
los partidos opositores mencionó la palabra fraude. Todos aceptaron de
inmediato las cifras emanadas en cada circunscripción. Una victoria aplastante
de Nuevas Ideas, el partido del presidente Nayib Bukele.
Una derrota sin
precedentes para el bipartidismo que dominaba el país desde 1992, cuando se
firmaron los acuerdos de paz y la democracia regresó a El Salvador, luego de
una larga guerra civil.
La alianza de los dos
partidos en el gobierno, Nuevas Ideas y Gana, obtuvo 61 escaños del total de 84
que conforman el Parlamento, mientras que Arena, la derecha tradicional, solo
llegó a 14 y el Frente Farabundo Martí, FMLN, la izquierda, casi desaparece
obteniendo solo cuatro escaños.
Se trata de un fenómeno
político sin precedentes en el país. Los dos partidos que habían conducido, en
alternancia, los gobiernos nacionales y locales de los últimos 20 años, han
quedado reducidos a la condición de minorías. Mientras que un partido de
reciente creación, que por primera vez participa en elecciones, se convierte en
un aparato político que, a partir de ahora, no solo obtiene el Poder Ejecutivo
sino también el Legislativo encargado de nombrar al Tribunal Supremo de
Justicia, Tribunal Supremo Electoral, la Contraloría y la Defensoría del
Pueblo.
Era notable el civismo
y la paciencia de los electores que debían vérselas con tres tarjetones, con la
lista de diez partidos, para elegir los diputados a la Asamblea Nacional, 20
representantes al Parlamento centroamericano y 265 acaldes y concejos
municipales, en un acto de votación que tardaba en promedio unos cinco minutos.
Nunca había viajado a
El Salvador y, aunque fue una visita muy rápida, regreso con la sensación de
haber estado en un país de personas dulces, amables, divertidas y atentas.
Me cuesta imaginar que
en este mismo lugar que ahora conocí se haya vivido una guerra cruenta que dejó
cerca de 75 mil muertos y donde se cometieron asesinatos y matanzas espantosas
que siguen como una herida abierta en la memoria colectiva. Entre ellos la de
los sacerdotes jesuitas de la Universidad Centroamericana-UCA y la de monseñor
Romero, luego canonizado por el Vaticano.
Para los venezolanos
presentes en las elecciones salvadoreñas, la civilidad reinante, la ausencia de
amenazas violentas de parte del gobierno, era una especie de déjà vu . Volver
a ver lo que perdimos.
Gentes de diversos
partidos sentadas amigablemente cumpliendo unas normas para que cada quien
exprese de manera legítima su postura política, personas que leen los resultados
sin agredirse ni burlarse de quien está siendo derrotado, era un regreso al
pasado. A como eran las cosas antes de que el chavismo rompiera la tradición
democrática de nombrar como rectores del árbitro electoral figuras
independientes.
Pero el chavismo,
haciendo honor al refrán de “zamuro cuidando carne”, nombró a Jorge Rodríguez
como presidente del Consejo Nacional Electoral, alguien que inmediatamente
después de abandonar su cargo fue alcalde por el PSUV, vicepresidente de la
república y una de las figuras centrales de la cúpula de civiles de
ultraizquierda y militares pretorianos asociados al narcotráfico que gobierna a
Venezuela.
Desde entonces todo se
degradó. El árbitro electoral dejó de serlo para convertirse en parte del
aparato de dominación militarista concebido por Hugo Chávez. La desconfianza en
las elecciones se hizo regla para los partidos y ciudadanos opositores. Y desde
el 2008, cuando el propio Chávez comenzó a ver cómo descendía el número de
votantes a su favor, el descaro en el ventajismo oficial, el monopolio rojo de
las autoridades del Consejo Nacional Electoral, llevó a los más grandes
partidos de la oposición a negarse a participar en unas elecciones que ya no
son libres ni democráticas, convocadas arbitrariamente, con partidos políticos
intervenidos judicialmente y dirigentes inhabilitados, presos, asesinados o
exiliados. Unas elecciones que no son reconocidas ni lo serán en el futuro, si
no cambian las condiciones, por la mayoría de los países democráticos hoy
existentes.
Tarde por la noche
termina la jornada de observación. Y mientras regreso al hotel lleno de árboles
y verdes donde nos alojamos, me siento alegre por El Salvador. Que se merece
esta jornada democrática porque tanto le ha costado llegar hasta aquí. Inquieto
ante la posibilidad de que la democracia se erosione con el ascenso de Bukele y
su verbo que sataniza a los adversarios. Y triste por nosotros, que no tuvimos
guerra civil, pero igual perdimos la democracia.
Conozco esta noche una
nueva forma de la nostalgia: la nostalgia electoral.
Tulio Hernández es Sociólogo
experto en cultura y comunicación. Consultor internacional en políticas
culturales y ciudad.
11-03-21
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