Laureano Márquez 02 de marzo de 2021
El presidente Duque ha usado en estos días una palabra
que de tanto no ser oída, podía presumirse extinta: “fraternidad” (viene del
latín fraternitas y significa “cualidad propia de hermanos”).
Iván Duque se ha convertido en defensor de los emigrantes venezolanos y en
vocero de sus derechos en el exterior, lo cual no siempre es fuente de
popularidad y seguramente tampoco de votos. En otro país hermano como el Perú,
por ejemplo, un candidato ofrece, entre sus promesas de campaña, la expulsión
de todos los venezolanos (se entiende que si así lo hace es porque dicha oferta
genera dividendos políticos).
Cuánto le ha costado al género humano la comprensión
de la fraternidad. La cualidad propia de los hermanos no está —obviamente—
exenta de conflictos, desavenencias y fricciones. Lo que la hace especial es
que, por encima de todos los desencuentros, los hermanos se ayudan, se
sostienen y se cuidan mutuamente, hallan una manera amorosa de superar las
dificultades.
No quiere decir esto que alcanzar la fraternidad
universal —al igual que la familiar— sea cosa sencilla. Numerosas brechas, como
las financieras, las culturales, las religiosas, etc. son algunos de los
inconvenientes.
Muchos compatriotas han encontrado en su proceso
migratorio rechazo y xenofobia. Curiosamente, este rechazo se produce con mayor
intensidad entre las naciones de mayor cercanía cultural e histórica, en
nuestro propio continente.
Culpar al otro, al extranjero, del origen de los
propios males, es una propensión que ha acompañado siempre a la humanidad.
Si a los países ricos les cuesta recibir a la gente
que huye de los países pobres, imagínense a los pobres recibiendo a otros
pobres. Ahí está el caso de Trinidad, que no tiene reparo moral alguno en
enviar directamente a la gente a la muerte, antes que tenderles una mano.
Quizá lo primero que hay que comprender es que cuando
las personas huyen de un lugar, corriendo graves riesgos y enfrentando
terribles penurias, no lo hacen por vocación al turismo de aventura, huyen de
algo que le parece aún más horrendo que caminar desde Venezuela hasta Chile o
lanzarse al mar en un peñero.
La gente huye, fundamentalmente, de regímenes que
confiscan su libertad, cercenan sus posibilidades de vida o arruinan sus
condiciones materiales de existencia. En el caso de Venezuela las tres cosas
juntas.
Cuando un país atraviesa por dificultades tan grandes
como las que padece el nuestro, es inevitable que los problemas se trasladen a
los países vecinos.
El presidente Duque ha encontrado el camino más
inteligente, humano y digno para sobrellevarlos: la fraternidad. Por tal razón,
presidente, le estamos supremamente agradecidos y quiera Dios que nunca
tengamos que devolverle el favor a Colombia por similares circunstancias.
Laureano
Márquez
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