Carolina Gómez-Ávila 02 de mayo de 2021
El
miedo a contagiarse de covid sumado al encierro de más de un año está haciendo
efecto. Lo hace, por ejemplo, en forma de falsos dilemas que traicionan nuestra
precaria paz mental.
El
asunto es que la pandemia sumó un nuevo reclamo: vacunas. No de cualquier
manera, no con prerrogativas para los trabajadores de Fedecámaras, no
revendidas por quién-sabe-cuál-funcionario-civil-o-militar-corrupto, no a
través de sorteos políticos, no como parte de la campaña de la farsa regional.
Vacunas pensando en la nación, administradas según un plan nacional elaborado
con estricto criterio científico: personal sanitario, grupos etarios y
comorbilidades de riesgo en el orden preciso para que seamos inmunizados de la
única manera en la que se pueden liberar camas, profesionales de la salud,
equipos y medicinas, de modo que el sistema hospitalario pueda volver a atender
—mal, como ya lo hacía, pero no peor— a la población. ¿Hace cuánto que no
piensan en la nación?
Convendría
que lo hicieran, porque es la nación la que necesita recuperar la paz social
para progresar. Además, no es verdad que bajo la misma bota se pueda enmendar
el camino económico. Eso ya no es posible porque hay un conflicto político que
lo impide.
Entonces,
el reclamo anterior a la pandemia no ha perdido ninguna vigencia: para
recuperar la paz social y retomar un camino que permita planear el desarrollo
que nos robaron en los últimos 20 años, es menester que haya alternancia
democrática.
Pero
no cualquier alternancia. Igual que con las vacunas, no puede planearse de
cualquier manera, inhabilitando a los opositores con verdadera opción,
nombrando al árbitro que se prestará al chanchullo, tutelados por poderes
públicos que, desde 2016, han demostrado, un día tras otro, no ser
independientes ni ofrecer control recíproco, sino recíproca complicidad.
Elecciones
libres y justas, dice el estándar internacional firmado por Venezuela. Una
firma vinculante porque todos los tratados internacionales están relegitimados
en la Constitución vigente. A algunos, esa lista de condiciones les parece de
ilusos, de cómo-se-te-ocurre-pretender-eso. A esos podríamos darles la razón y
decirles que nos conformamos con el cumplimiento cabal de la Constitución, lo
que pone todo peor, porque lo electoral, desde que el Poder Judicial invalidó
el proceso revocatorio emprendido en 2016, está viciado de nulidad absoluta.
Estas
son, en resumen, las dos preocupaciones fundamentales de los venezolanos. Sin
resolverlas, no hay posibilidad de reencaminar la vida y la economía de la
nación. El problema es que se está introduciendo el perverso falso dilema de
escoger entre una y otra cosa. Hay operadores de este cuestionamiento retorcido
que favorecen la tesis de dejar de luchar por elecciones libres y justas para
tener las vacunas.
Me
parece increíble que alguien tenga el tupé de plantear algo así. Me hace
recordar aquella perversamente angustiosa pregunta infantil: ¿A quién quieres
más, a tu papá o a tu mamá? Ese es el primer falso dilema al que nos tenemos
que enfrentar en la vida. Resolverlo es fácil cuando somos adultos: a los dos los
queremos igual.
Pero
cuando somos niños no distinguimos entre querer y preferir según esta o aquella
necesidad. ¿Qué quieres más, sentarte a almorzar o ir al baño? Obviamente,
querremos las dos cosas, según el momento y según nuestra urgencia. Igual que con
todo.
Si es
más agobiante el miedo a enfermarnos y morir —y no sabemos distinguir entre
querer y sentir urgencia— diremos que queremos vacunas. Pero ya vacunados,
resuelta la urgencia, querremos progresar y, para eso, elecciones libres y
justas.
No hay
dilema y no se puede dejar de pedir ninguna, porque la que caiga en el olvido
terminará perdida para siempre. Queremos las dos cosas: las vacunas y las
elecciones libres y justas. Para tener esperanza de vida biológica, la primera.
Para que la vida biológica tenga sentido, la segunda.
Carolina
Gómez-Ávila
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