Ángel Oropeza 13 de mayo de 2021
@angeloropeza182
Nadie
sabe si habrá otros. Ni siquiera si ellos serán positivos, estériles o
perjudiciales a la lucha por la liberación. Pero lo que sí es cierto, al menos
por ahora, es que la designación de un nuevo CNE por parte de la dictadura
madurista ha producido ya un primer resultado concreto –muy conveniente a la
oligarquía– y es el enfrentamiento entre factores de la oposición y el
consecuente debilitamiento de la necesaria unidad democrática.
Más
allá de este nocivo primer resultado, hay algunas cosas que parecen bastante
claras y no requieren un diagnóstico muy agudo. Una de ellas es, por supuesto,
la ilegitimidad de origen tanto de la Asamblea Nacional juramentada en enero
pasado, producto de un simulacro de elecciones que nadie reconoce, como de la
designación que hizo de este consejo electoral. Ello no tiene mayor discusión.
Sin embargo, también es verdad que en dictadura todos los actos provenientes
del poder son por concepto ilegítimos, y que eso no es impedimento para que
actores de la oposición democrática, en función del sano y necesario
pragmatismo político que requiere el objetivo superior de la liberación del
país, tengan que tratar, conversar y buscar negociar con ese mismo ilegítimo
poder.
También
parece claro que aceptar cierta liberalización política en el órgano electoral
es una inteligente –y hasta ahora certera– jugada de Maduro. Algunos pueden
creer ingenuamente que el régimen se vio “forzado” a ello por la movilización
(que nadie vio) de algunas organizaciones de la sociedad civil. Más que una obligada
cesión, lo cierto es que Maduro se lanza esta calculada jugada con un doble y
nada oculto propósito: por un lado tratar de dividir a la oposición en torno a
la aceptación del nuevo CNE y una eventual participación en próximas elecciones
regionales, y por el otro reforzar su estrategia de mostrar rasgos de apertura
democrática buscando la disminución tanto de las sanciones como de la presión
de la comunidad internacional.
¿Lo
anterior puede no obstante convertirse en una posible ventana de oportunidades
para a través de ella alcanzar reales y mejores condiciones electorales? Claro
que puede, como también puede que no. Ambos escenarios son posibles. Depende de
lo que hagamos o dejemos de hacer en lo adelante, y eso va mucho más allá del
tema CNE. Por supuesto, Picón, Márquez y Arismendi no son lo mismo que Lucena,
Oblitas y Hernández, y eso solo ya es una diferencia. ¿Suficiente para
representar una diferencia real y de peso? Obviamente no, pero algunos pudieran
decir que eso es mejor de lo que había antes. De nuevo, y en términos de
eficacia política, habrá que esperar y ver para juzgar.
Pero,
más allá de lo que uno personalmente pueda pensar de todo esto, ¿qué es lo
realmente importante para el país que sufre y que observa desde lejos una
jugada política ajena, en la que siente que no es ni arte ni parte, pero de la
que intuye terminará –como siempre– pagando las consecuencias?
Casi
todo el mundo sabe que la unidad de las fuerzas políticas y sociales
democráticas es una condición necesaria para el éxito de la lucha por la
independencia de Venezuela, y que todo lo que debilite esa unidad tributa a
favor del opresor. La unidad es una muy poderosa herramienta de poder, no
un accesorio ornamental desechable. Por tanto, lo urgente –pensando en el país–
es detener cuanto antes el peligro de división, y tratar de construir una ruta
de confluencia entre posiciones hoy enfrentadas.
¿Es
posible hacer eso? Sin contar con un elemento crucial como lo es de la voluntad
política de los actores y sectores involucrados, y más allá de las diferencias
que hoy afloran, ciertamente existe un factor común a todos, y es la
convicción de que la única solución viable a la tragedia venezolana es una
salida política electoral. Y que la hoja de ruta de todos los partidos políticos
y sectores sociales organizados pasa por lograr un acuerdo integral que
conduzca a la realización de elecciones libres, justas y verificables.
Para
todas las modalidades y posiciones presentes hoy en el seno de la
oposición democrática, el objetivo estratégico es el mismo: superar a la
dictadura madurista por medios pacíficos y constitucionales para iniciar un
proceso de transición concertada, y poder comenzar a resolver la profunda
crisis social que vivimos los venezolanos. Si el objetivo estratégico declarado
de todos es el mismo –y esto es un avance significativo con respecto al pasado
reciente– entonces lo que parece diferenciarnos son las consideraciones
tácticas, entendiendo por táctica las acciones necesarias y tareas concretas
para desarrollar la estrategia diseñada.
Si
nuestra diferencia es entonces fundamentalmente táctica, no podemos permitir,
por el bien del país, que ella nos fracture. Y para ello, son necesarias al
menos tres tareas en lo inmediato. La primera, y sin duda la más
importante, es entender que más allá de nuestras divergencias, lo realmente
crucial y definitorio es que nos pongamos de acuerdo para trabajar con urgencia
en lo que todos parecen coincidir, y es que sin presión social no hay salida
posible, no importa la táctica que se adopte.
Si no
hay una presión social cívica sostenida y sistemática, ninguna de las opciones
que hay hoy en el escenario podrá funcionar. Por ello, es urgente no abandonar
y seguir fomentando la movilización social cívica y la protesta pacífica
permanente y creciente, articulándolas y dándoles contenido político, generando
en conjunto con el resto de las formas de presión y lucha cívica (tales como la
negociación y la presión internacional), las condiciones que precipiten una
salida política a la crisis.
Si no
construimos una poderosa red de presión cívica interna que hoy no tenemos,
ninguna de las opciones que actualmente se enfrentan tiene posibilidad alguna
de triunfar. Es imperativo entonces encontrarnos allí, y que eso sea lo que nos
una.
Si a
pesar de nuestras diferencias, todos asumimos esta tarea común y nos lanzamos a
la única acción urgente y necesaria de presión social que reclama este momento
histórico, no sólo construiremos en la práctica la verdadera unidad que
demandan los venezolanos, sino que estaremos generando las condiciones que
conduzcan al éxito de la estrategia democrática, sea cual sea la táctica
adoptada. Sin estas condiciones derivadas de la presión social, la salida
del régimen y la superación de la crisis seguirá siendo sólo un irrealizable
deseo.
La
segunda tarea, y en esto le robo la idea a mi amigo Juan Mijares, es promover
una urgente negociación entre los principales actores de la oposición
democrática para, entre otras cosas, acordar cuáles serían de verdad las
condiciones políticas y electorales aceptables por todos para llamar a
participar en unas ya anunciadas elecciones conjuntas regionales y municipales,
de gobernadores y alcaldes, o por el contrario, abstenerse masivamente. La
ciencia política ha demostrado fehacientemente que la negociación más
importante y difícil es la que se hace a lo interno de la coalición que se
enfrenta al opresor. Pero esa dificultad no puede ser óbice para buscar un
acuerdo interno sin el cual vamos directo a un escenario de frustración y
catástrofe en el que todos perderemos, excepto la oligarquía madurista.
Para
el éxito de esta necesaria negociación interna, se requiere entre otras cosas
entender que la presente diferencia de posturas tácticas en el seno de nuestra
oposición democrática no es un asunto moral, sino un problema político a
resolver. Es imperioso dejar atrás la perniciosa tentación de reducir la
discusión política a un asunto de lealtades y traiciones. Es cierto que este
lenguaje pre-político y de chantaje emocional es producto de los ya muchos
lustros de decadente y primitiva influencia militarista. Pero si queremos
construir un país distinto, lo primero es empezar a pensar diferente a nuestros
opresores y esclavistas.
Finalmente,
la tercera tarea es salvaguardar y fortalecer las instancias unitarias de
comunicación, encuentro y articulación entre los principales actores políticos
y sociales, para facilitar esa negociación interna, en un
momento en que el país va a requerir como nunca antes una oposición democrática
fuerte, unida y eficaz.
En
síntesis, si cada quien desde su acera y desde su particularidad táctica
entiende y trabaja en la generación de la imprescindible presión cívica
interna, nos encontraremos entonces en las calles, en los sindicatos, en la
lucha reivindicativa de la gente, en la cara de los desesperados por sentir que
están perdiendo el país donde nacieron, en el dolor y en el clamor de los
barrios y caseríos, allí donde se hace la política que realmente vale la pena y
la que además hace la diferencia. Lo demás son reuniones de oficina y de aire
acondicionado, donde el país de verdad no llega.
Si no
nos encontramos ahí, en esa tarea, todo será estéril. El único y miserable
logro de algunos será haberle “ganado” al otro sector de la oposición. Maduro
habrá triunfado. Todos habremos perdido.
Ángel
Oropeza
@angeloropeza182
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