Andrés Cañizález 12 de mayo de 2021
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El
Aristóbulo que falleció en días recientes, a mi modo de ver, calza
perfectamente en este aforismo: todo poder corrompe, el poder absoluto corrompe
absolutamente
El
reciente fallecimiento de Aristóbulo Istúriz ha dejado al desnudo el daño
antropológico que el chavismo ha provocado entre los venezolanos, tras su
prolongado ejercicio del poder con intenciones totalitarias.
Las
redes sociales fueron vitrina para las más diversas y grotescas
manifestaciones, en torno al fallecimiento de Istúriz. El chavismo ha logrado
que muchísimos venezolanos, que en teoría apuestan a un cambio político, hayan
terminado por incorporar en su lenguaje y cultura política lo que precisamente
ha caracterizado a quienes ejercen el poder: el desprecio por el otro y el
insulto como expresión.
No fui
amigo de Aristóbulo y en una sola oportunidad pude estar varias horas
conversando con él. Aquello fue el 12 de abril de 2002.
Como a
muchos periodistas de fines de la década de 1980 y durante los 1990, Aristóbulo
fue un referente político. En aquellos años, quien venía de la lucha gremial
del magisterio se abrió paso en la arena política. Tras diversos forcejeos, el
profesor Istúriz primero fue diputado del reducido pero bullicioso grupo
parlamentario de La Causa R, en el seno del Congreso de la República, y luego
alcalde electo para el Municipio Libertador.
Aquel
Aristóbulo era una figura contestataria. Periodísticamente era citado,
entrevistado o referido. Tenía un buen verbo y en ambos casos, como diputado y
como alcalde, tuvo logros. En materia legislativa el rol de La Causa R estuvo
orientado a la investigación parlamentaria de la corrupción y a la promoción de
una agenda social desde el Congreso. Desde la alcaldía, Istúriz pensó en la
ciudad, en Caracas, y llevó adelante diversas iniciativas más allá de enfrentar
los desafíos inherentes a la gestión municipal.
La
vinculación de Istúriz en el aluvión inicial del chavismo me sorprendió. Él era
una figura que tenía vida y protagonismo propio en la vida política de
Venezuela en aquellos 1990. Era distinto de personajes como Nicolás Maduro,
Cilia Flores o Diosdado Cabello, cuyo protagonismo público se debió a que
estaban bajo el ala de Hugo Chávez.
Siendo
una figura con peso político propio, en el inicio de la “Revolución
Bolivariana” Aristóbulo fue el tipo que seguía siendo contestatario, polémico.
En los primeros años del chavismo siguió siendo una persona abierta a atender
llamadas de periodistas que le solicitaban opinión.
Un
primer quiebre de Istúriz, así lo percibí hace dos décadas, fue cuando aceptó
aquella peregrina idea de Chávez de medirse en las elecciones internas de la
Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV). Perdió, obviamente, ya que no
tenía actividad gremial orgánica en 2001, la había dejado atrás en los 1980, y
ser apadrinado por Chávez no sirvió. Carlos Ortega obtuvo la presidencia de la
CTV.
La
crisis de abril de 2002 en su totalidad (manifestación masiva de rechazo a
Chávez, muertes en Puente Llaguno, golpe de Estado, regreso de Chávez al poder)
la viví en la sede de Provea, el Programa Venezolano de Derechos Humanos, del
cual soy asociado por más de 20 años. Trabajaba yo, en aquel momento, con una
agencia enfocada en análisis de temas globales (medio ambiente, energía,
cooperación internacional) y no demandaba tanto la cobertura en caliente. Dado
que vivía a pocas cuadras de Provea terminé recalando allí; junto a los colegas
defensores de derechos humanos se le daba seguimiento a los sucesos y estábamos
atentos para responder a denuncias.
Estando
allí, el día 12 de abril, se me encomendó ir a visitar a Aristóbulo. Ya la
televisión mostraba imágenes de turbas sobre la casa de Tarek William Saab y
ante esto, el propio Istúriz, así como otros tantos dirigentes chavistas de
entonces, pidieron auxilio a Provea. Efectivamente estaba teniendo lugar una
cacería de brujas, otra señal de la inoculación de las claves del chavismo en
la sociedad venezolana, la revancha como expresión del ejercicio del poder.
Aristóbulo
vivía entonces en un modesto apartamento en la avenida Panteón, a pocas cuadras
de la sede de la ONG.
Pese
al clima de agitación que se vivía en la ciudad, Aristóbulo estaba bastante
calmado. Se conversó de la posibilidad de que se moviera a otro lugar, por su
seguridad, pero se negó. Había llamado para que una entidad independiente, como
Provea, constara que él estaba en su casa, en buenas condiciones. Todo esto, en
caso de que se arremetiera contra su vivienda.
Con
aquel Aristóbulo sereno conversé un buen rato. La televisión, que entonces sí
transmitía en vivo lo que ocurría, mostraba cosas muy preocupantes. No sólo era
la sed de venganza que aparecía, sino la implantación de decisiones
unilaterales por parte de un empresario que logró montarse en la cresta de la
ola. Era Pedro Carmona, con un modelo autoritario en respuesta al autoritarismo
que había movilizado a millones obligando a Chávez a dar un paso al costado.
Nunca
más volví a ver en persona a Istúriz. Me alegré de él, cuando tuvo la valentía
de contradecir públicamente a Chávez, volvía a ser el tipo contestatario de
siempre. Pero luego la máquina del poder lo absorbió de nuevo, y está vez por
completo.
El
Aristóbulo que falleció en días recientes, a mi modo de ver, calza
perfectamente en este aforismo: todo poder corrompe, el poder absoluto corrompe
absolutamente.
Andrés
Cañizález
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