Américo Martín 16 de mayo de 2021
Si los
filósofos y enciclopedistas fundaron un todo compacto, sin el cual no habría
sido posible el descomunal esfuerzo de tomar la gran fortaleza de la Bastilla,
quizá tampoco habrían sido decapitados reyes y príncipes de la monarquía ni se
hablaría de ese extraordinario acontecimiento histórico-social que fue la
Revolución Francesa. Aunque tal revolución goza de un merecido prestigio por su
enorme impacto en el orden cultural y de las ideas, no puede admitirse que sus
crudos excesos deban ser absueltos por sus grandes aciertos.
Con
errores tan cruentos y aciertos más imaginarios que verdaderos, muchas otras
revoluciones son tenidas hoy con toda razón como modelos extremadamente
bárbaros y salvajes, pese a que durante largo tiempo se mostraban al mundo cual
ejemplos vivos de la más alta expresión civilizada, dejando atrás las que han
preservado esencialmente su profundo significado científico y humanista.
Afortunadamente
la opinión mundial ha ido virando hacia la objetividad crítica, y arrancando de
las pezuñas del dogma y de las tinieblas extremistas tanta basura
revolucionaria a la que vemos perder diariamente inmerecidos galardones.
El
caso es que, primero con lenta parsimonia, y ahora abriéndose paso allí, donde
los maximalistas nacidos para desentonar tratan de bloquear aperturas y de
descalificarlas, invocando gracias de leyendas y dogmas revolucionarios como si
el oscuro pasado fuera inmodificable, y como si las más notorias de aquellas
gracias no hubieran podido sobrevivir sino como sorprendentes desgracias.
Pero,
volvamos a la peligrosa situación que envuelve a nuestra amada Venezuela, a la
que se pretende convencer de que vive también su propia revolución. Para
aprovecharse de algún modo del maximalismo socialista, cuando menos de las
posiciones y votos que les corresponden como miembros de la comunidad
internacional, pretendieron consagrar para Venezuela esa condición, como si
semejante cementerio ideológico conservara vestigios de la notoriedad que
alguna vez ostentó, pero que en gran medida también ha perdido. No obstante, en
principio solo muy pocas naciones estarían dispuestas a enredarse en estrechas
luchas ideológicas que dan para todo.
Los que
creyeron encontrar un tesoro de posibilidades escarbando en tales arenas fueron
en general los paramilitares colombianos, incluidos los seguidores de la
familia Castaño, el ELN y las FARC que, después de haber sido la primera de las
insurgencias, se atomizó en tres o cuatro pedazos y hoy vuelve a la carga
aprovechando –me atrevo a creer– la audacia combatiente de Hugo Chávez,
dispuesto a ganar la simpatía de los irregulares dondequiera se ubicaran.
No era
menester ser un mago de la política para comprender que aquello terminaría muy
mal. Y, en efecto, humildes soldados venezolanos fueron secuestrados y
desarmados por un fragmento de las FARC que desde hace tiempo ha sabido sacarle
provecho a las proclamas de Chávez.
Combates
entre las FANB de Venezuela y la antigua organización dirigida por Marulanda,
quien llegó a disponer de más de 20.000 hombres perfectamente organizados,
armados y desplegados, pues sus miras llegaron a ser ni más ni menos que la
toma del poder, tal como ocurriera en Cuba con Fidel y en Nicaragua sandinista
con Daniel Ortega. Obviamente carecen de la fuerza y el prestigio que alguna
vez tuvieron, pero su vocación los tiene sentados en el mando, así sea para que
los dejen quietos.
El
proceso interno del chavismo y madurismo, en paralelo con la influencia del
paramilitarismo vecino, han puesto a pensar con mucha seriedad en lo que pasa y
puede seguir pasando, tanto en Miraflores como en los mandos militares
bolivarianos y en el PSUV. La cúpula madurista está insinuando aperturas que
sería necio desestimar. Las señales de la otra parte deben ser escuchadas y
respondidas con buenas señales. Por elemental ley de la vida, si todos sabemos
que la tragedia del país nos daña por igual a unos y otros, sería desquiciado
desaprovechar tal momento y en lugar de intercambiar razones útiles arrojarse insultos
y malsanos epítetos inútiles.
El
acuerdo postulado por Guaidó está ornado de trascendencia, al punto de recibir
el nombre ilustre de Acuerdo para la Salvación Nacional.
El
hecho es que las posiciones ya se han movido y se dice que nuevos contactos se
han producido, y eso no puede sernos indiferente. Dos connotados y competentes
opositores, de los cinco integrantes del Consejo Nacional Electoral, forman
parte de la directiva comicial, el reconocido técnico Roberto Picón y el
experimentado analista político Enrique Márquez.
Juan
Guaidó ha dado un muy importante paso al proponer una negociación entre la
oposición, el gobierno de Maduro y la poderosa y generosa comunidad
internacional, inclinada como el que más a la salida electoral, libre,
transparente y viable.
Por lo
que me han hecho saber, a Maduro le preocupan las sanciones. Guaidó relaciona
elecciones y sanciones. La negociación garantiza esas elecciones y, también, el
levantamiento de todas las sanciones.
Me
asegura otro buen amigo que Maduro teme perder y quizá crea que sus adversarios
nunca cumplirán sus promesas. Olvida que el arma electoral es de dos filos,
como La Tizona del Cid Campeador. Se gana, se pierde. La costumbre electoral
estabiliza los cambios y las permanencias, de modo que a largo plazo ganan
todos.
Américo
Martín
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