Francisco Fernández-Carvajal 12 de mayo de 2021
@hablarcondios
— Las
apariciones de Nuestra Señora.
— La
Virgen pide penitencia por los pecados de los hombres.
—
Consagración del mundo al Inmaculado Corazón de María.
I. El
13 de mayo de 1917, hacia el mediodía, se apareció Nuestra Señora por vez
primera a tres pastorcillos –Lucía, Jacinta y Francisco–, que habían llevado
sus ovejas a pastar a una hondonada cubierta de carrascas y de olivos que los
lugareños conocían con el nombre de Cova de Iría1.
La Virgen pidió a los niños que acudieran a aquel mismo lugar el día trece de
cada mes, durante seis meses consecutivos. El mensaje que les irá desgranando
la Señora es un mensaje de penitencia por los pecados que cada
día se cometen, el rezo del Santo Rosario por esta misma
intención y la consagración del mundo a su Inmaculado Corazón. En
cada aparición, la dulce Señora insiste en el rezo diario del Rosario, y les
enseña una oración para que la repitan muchas veces, ofreciendo sus obras y en
especial pequeñas mortificaciones y sacrificios: ¡Oh Jesús!..., por tu
amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de las ofensas hechas
al Inmaculado Corazón de María.
En
agosto, la Virgen prometió un signo público, visible por todos, como prueba de
la veracidad de estos mensajes. En cada aparición, la Virgen alentaba a los
niños a que rezaran por la conversión de los pecadores, ofreciendo sacrificios
y rezando el Santo Rosario. El 13 de octubre, tuvo lugar el llamado prodigio
del sol. Decenas de miles de personas, presentes en Cova de Iría, fueron
testigos de este hecho extraordinario; incluso fue visto por quienes estaban a
muchos kilómetros del lugar de las apariciones. Nuestra Señora declaró entonces
a los niños que era la Virgen del Rosario. También les dijo: «Es
preciso que los hombres se enmienden, que pidan perdón de sus pecados... Que no
ofendan más a Nuestro Señor, que ya es demasiado ofendido».
El
Papa Juan Pablo II, recordando su peregrinación a Fátima, donde acudió «con el
rosario en la mano, el nombre de María en los labios y el canto de la
misericordia en el corazón», para dar gracias a Nuestra Señora por haber salido
con vida del atentado sufrido el año anterior, señalaba que «las apariciones de
Fátima, comprobadas por signos extraordinarios, en 1917, forman como un punto
de referencia y de irradiación para nuestro siglo. María, Nuestra Madre
celestial, vino para sacudir las conciencias, para iluminar el auténtico
significado de la vida, para estimular a la conversión del pecado y al fervor
espiritual, para inflamar las almas de amor a Dios y de caridad hacia el
prójimo. María vino a socorrernos, porque muchos, por desgracia, no quieren
acoger la invitación del Hijo de Dios para volver a la casa del Padre.
»Desde
su santuario de Fátima, María renueva todavía hoy su materna y apremiante
petición: la conversión a la Verdad y a la Gracia; la vida de los sacramentos,
especialmente la Penitencia y la Eucaristía, y la devoción a su Corazón
Inmaculado, acompañado por el espíritu de penitencia»2.
Hoy
podemos preguntarnos cómo va nuestra correspondencia a las frecuentes
inspiraciones del Espíritu Santo para que purifiquemos el alma, especialmente
en la Confesión sacramental, cómo reparamos por los pecados personales pasados
y por los de todos los hombres, cómo rezamos el Santo Rosario –especialmente en
este mes de mayo–, poniendo «intenciones ambiciosas», pidiendo que muchos
amigos y compañeros se acerquen de nuevo a Cristo, recorriendo con humildad el camino
de vuelta del hijo pródigo.
II. «El
mensaje de Fátima es, en su núcleo fundamental, una llamada a la conversión y a
la penitencia, como en el Evangelio (...). La Señora del mensaje parecía
leer con una perspicacia especial los signos de los tiempos, los signos de
nuestro tiempo.
»La
llamada a la penitencia es una llamada maternal; y, a la vez, es enérgica y
hecha con decisión»3.
Hoy, en nuestra oración, nos llega esta voz a la vez dulce y fuerte de la
Virgen, que apremia, como dirigida personalmente a cada uno de nosotros.
A lo
largo de todo el Evangelio resuenan las palabras arrepentíos y haced
penitencia4.
Jesús comenzará su misión pidiendo penitencia: haced penitencia, porque
está cerca el Reino de los Cielos5.
Esta palabra significa la conversión del pecador, y designa todo un conjunto de
actos interiores y exteriores dirigidos a reparar el pecado cometido6.
La
Virgen nos recuerda que sin penitencia no se recibe el Reino de su Hijo; sin
penitencia se está en el reino del pecado. Sin penitencia, todos
igualmente pereceréis7,
había anunciado el Señor. Por eso, en el mensaje que difunden los Apóstoles,
recién nacida la Iglesia, la predicación de esta virtud ocupará un lugar
esencial8. Todo el tiempo de la Iglesia peregrina, en el que nos
encontramos, aparece como spatium verae poenitentiae, un tiempo de
verdadera penitencia concedido por el Señor para que nadie perezca9.
Es necesaria la penitencia porque existe el pecado y nosotros no somos ajenos a
él, porque es necesario reparar por tantas faltas y debilidades propias y de
nuestros hermanos los hombres, y porque nadie, sin un privilegio especial y
extraordinario, está confirmado en gracia. «La finalidad última de la
penitencia –enseña el Papa Juan Pablo II– consiste en lograr que amemos
intensamente a Dios y nos consagremos a Él»10.
El Santo Cura de Ars solía afirmar que nos es tan necesaria para el alma como
el respirar para la vida del cuerpo11.
La
primera muestra de esta virtud se manifiesta en el amor a la Confesión
frecuente de nuestras culpas actuales y pasadas, que nos lleva a
desearla, a cuidarla con esmero, con contrición verdadera, y a llevar a cabo un
eficaz apostolado entre nuestros parientes y amigos para acercarles a este
sacramento de la misericordia y de la alegría. La virtud de la penitencia ha de
estar presente, de alguna manera, en las acciones corrientes de todos los días:
en «el cumplimiento exacto del horario que te has fijado, aunque el cuerpo se
resista o la mente pretenda evadirse con ensueños quiméricos. Penitencia es
levantarse a la hora. Y también, no dejar para más tarde, sin un motivo
justificado, esa tarea que te resulta más difícil o costosa.
»La
penitencia está en saber compaginar tus obligaciones con Dios, con los demás y
contigo mismo, exigiéndote de modo que logres encontrar el tiempo que cada cosa
necesita. Eres penitente cuando te sujetas amorosamente a tu plan de oración, a
pesar de que estés rendido, desganado o frío.
»Penitencia
es tratar siempre con la máxima caridad a los otros, empezando por los tuyos.
Es atender con la mayor delicadeza a los que sufren, a los enfermos, a los que
padecen. Es contestar con paciencia a los cargantes e inoportunos. Es
interrumpir o modificar nuestros programas, cuando las circunstancias –los
intereses buenos y justos de los demás, sobre todo– así lo requieran.
»La
penitencia consiste en soportar con buen humor las mil pequeñas contrariedades
de la jornada; en no abandonar la ocupación, aunque de momento se te haya
pasado la ilusión con que la comenzaste; en comer con agradecimiento lo que nos
sirven, sin importunar con caprichos.
»Penitencia,
para los padres y, en general, para los que tienen una misión de gobierno o
educativa, es corregir cuando hay que hacerlo, de acuerdo con la naturaleza del
error y con las condiciones del que necesita esa ayuda, por encima de
subjetivismos necios y sentimentales.
»El
espíritu de penitencia lleva a no apegarse desordenadamente a ese boceto
monumental de los proyectos futuros, en el que ya hemos previsto cuáles serán
nuestros trazos y pinceladas maestras. ¡Qué alegría damos a Dios cuando sabemos
renunciar a nuestros garabatos y brochazos de maestrillo, y permitimos que sea
Él quien añada los rasgos y colores que más le plazcan!»12.
¡Qué buena obra maestra aparece entonces!
III. Una
parte del mensaje de Fátima era el deseo de la Virgen de que se consagrara el
mundo a su Inmaculado Corazón. ¿Dónde iba a estar más seguro el mundo? ¿Dónde
vamos a estar nosotros mejor defendidos y amparados? Esta Consagración
«significa acercarnos, por intercesión de la Madre, a la misma fuente de la
Vida, que brotó en el Gólgota. Este manantial corre ininterrumpidamente, brotando
de él la Redención y la gracia. Se realiza continuamente en él la reparación
por los pecados del mundo. Este manantial es fuente incesante de vida nueva y
de santidad»13.
Pío
XII (cuya ordenación episcopal había tenido lugar precisamente el 13 de mayo de
1917, el día de la primera aparición) consagró al Inmaculado Corazón de María
el género humano y, especialmente, los pueblos de Rusia14.
Juan Pablo II ha querido renovarla, y a ella nos podemos unir nosotros: «¡Oh
Madre de los hombres y de los pueblos!, tú que conoces todos sus sufrimientos y
esperanzas, tú que sientes maternalmente todas las luchas entre el bien y el
mal, entre la luz y las tinieblas que invaden el mundo contemporáneo, acoge
nuestro grito que, como movidos por el Espíritu Santo, elevamos directamente a
tu corazón, y abraza con el amor de la Madre y de la Sierva este nuestro mundo,
que ponemos bajo tu confianza y te consagramos, llenos de inquietud por la
suerte terrena y eterna de los hombres y de los pueblos.
»De
manera especial ponemos bajo tu confianza y te consagramos aquellos hombres y
naciones que necesitan especialmente esta consagración. “¡Bajo tu protección
nos acogemos, Santa Madre de Dios!”. “¡No deseches las súplicas que te
dirigimos en nuestras necesidades!”.
»¡No
deseches!
»¡Acoge
nuestra humilde confianza y entrega!»15.
Santa
María, siempre atenta a lo que le pedimos, nos dejará que encontremos refugio y
amparo en su Purísimo Corazón.
*Desde
el 13 de mayo al 13 de octubre de 1917, la Virgen se apareció en Fátima
(Portugal) a tres niños: Lucía, Francisco y Jacinta. Estas apariciones fueron
precedidas por tres apariciones de un Ángel en la primavera de 1916. La Virgen
les recomendó, en cada ocasión, el rezo del Santo Rosario y la reparación por
las ofensas que recibe su Inmaculado Corazón. El 13 de octubre tuvo lugar un
prodigio, que fue observado por miles de personas, anunciado por Nuestra Señora
para que el mundo comprendiera la veracidad de estas apariciones: el sol, como
un disco luminoso, comenzó a girar sobre sí mismo, asemejándose a una rueda de
fuego. El fenómeno duró unos diez minutos.
*La
Virgen pidió que fuera consagrado el mundo a su Inmaculado Corazón, Esta
Consagración, a petición del Episcopado portugués, fue realizada solemnemente
por Pío XII el 31 de octubre de 1942. Fue renovada por Juan Pablo II.
1 C.
Barthas, La Virgen de Fátima, Rialp. Madrid 1963, p. 86 ss.
—
2 Juan
Pablo II, Ángelus, 26-VII- 1987. —
3 ídem, Homilía
en Fátima, 13-V-1982. —
4 Cfr. Mc 1,
15. —
5 Mt 4,
17. —
6 Cfr. L.
Boyer, Diccionario de Teología, Herder, Barcelona
1983, voz Penitencia. —
7 Lc 13,
3. —
8 Cfr. Hech 2,
38. —
9 Cfr. 2
Pdr 3, 9. —
10 Juan
Pablo II, Homilía en Fátima, cit. —
11 Santo
Cura de Ars, Sermón sobre la penitencia. —
12 San
Josemaría Escrivá, Amigos de Dios, 138. —
13 Juan
Pablo II, Homilía en Fátima, cit. —
14 Pío
XII, Radiomensaje Benedicite Deum, 31-X-1942. —
15 Juan
Pablo II, Consagración a la Virgen de Fátima, 13-V-1982.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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