Carolina Gómez-Ávila 31 de mayo de 2021
La
vida de Joseph Pulitzer está llena de claroscuros, como la mía, como la de
usted. Es probable que buena parte de la influencia que tuvo se debiera más a
su enorme fortuna que a sus virtudes. También lo es que sus enemigos tuvieran
mucho que ver con que la facultad de periodismo, que tanto soñó en vida, y el
premio que lo inmortaliza, no se hicieran realidad hasta después de su muerte.
En
1904, Pulitzer publicó un artículo en The North American Review titulado The
College of Journalism (Facultad de periodismo), en el que argumenta en
favor de convertir el oficio en carrera. Una reflexión que apalancó en unas palabras
de Theodore Roosevelt, entonces presidente de Estados Unidos, y que usó como
epígrafe:
«El
hombre que escribe, el hombre que mes tras mes, semana tras semana, día tras
día, proporciona el material que ha de dar forma a los pensamientos de nuestro
pueblo, es esencialmente el hombre que, más que cualquier otro, determina el
carácter del pueblo y el tipo de Gobierno que este pueblo tendrá».
Ese
artículo de Pulitzer se puede leer sin detenerse en la situación estadounidense
de la época para hacerlo, en cambio, en sus puntos de vista, teniendo presente
que noticia, información y opinión delimitan espacios distintos en el mismo
terreno. Aquí, con las frases del último párrafo, miro lo que tan hondamente
nos duele y que espero reparemos, si no por nosotros, por los que vendrán.
Primera
frase: «Nuestra república y su prensa se erguirán o caerán juntas».
Esta
semana leí una entrevista a Guaidó. Primero me llamó la atención la falta de
asperezas en las preguntas y, casi de inmediato, la falta de complacencias.
Cerca del final concluí que el entrevistador había hecho un trabajo
profesional, algo que no veo con frecuencia. No me pareció una entrevista
brillante, solamente me pareció decente y eso ya era digno de mencionar.
Hice
memoria, recordé cuántas veces el nombre del entrevistador me predispuso para,
al leer, comprender el porqué de mi predisposición. Recordé cómo el felón de la
patria discriminó a los periodistas, filtró cuestionarios, atacó a los medios
como retaliación por la incomodidad que le produjeron e instituyó el
«periodismo necesario» como una contraofensiva que fue, a su vez, contestada
con menos profesionalismo aún.
Un
legado con consecuencias nefastas porque, por una parte, casi todos los políticos
terminaron por reclutar periodistas adláteres y, por la otra, casi todos los
periodistas se sometieron a la obediencia anticipada, facilitando prácticas
clientelares.
Segunda
frase: «Una prensa idónea, desinteresada, de espíritu público, con inteligencia
entrenada para distinguir lo que es correcto y el coraje para hacerlo, puede
preservar esa virtud pública sin la cual un gobierno popular es una farsa y una
burla».
No se
puede determinar si detrás de un periodista sumiso o clientelar hubo un
periodista capaz, pero, en presente, no lo hay. Si un periodista no contrasta
lo que dice el entrevistado con información verificable, si no puede indagar en
causas que la población desconoce, ofrecer un contexto no manipulado, nutrirla
con información que pueda relacionar o, si al hacerlo, cae en la insolencia o
la difamación, no hay idoneidad.
Sobre
el desinterés, el problema es que lo justifiquen con activismo porque la
militancia es enemiga del desinterés. Sobre el espíritu público, decir que es
medularmente republicano. ¿Puede tener espíritu público un periodista que no
sabe, no entiende, no respeta y no comulga con el sistema de organización del
Estado que es la república?
Luego
está el problema de distinguir lo que es correcto en la arena movediza de la
empatía, la moda de la prensa nacional. No ven que empatizar con el sufrimiento
del pueblo no siempre es lo correcto, aunque sea popular, y que hay que tener
coraje para denunciarlo.
Tercera
frase: «Una prensa cínica, mercenaria y demagoga, con el tiempo dará origen a
un pueblo igualmente vil».
Este
es nuestro presente. ¿Qué se siente ver lo que han construido? Una prensa
clientelar enseña clientelismo, lo que necesitan los autócratas populistas.
Este es el resultado de haber sido seducidos por mimos o dinero, de haber
aceptado convertirse en mensajeros, influenciadores, portadores de primicias,
exclusivas y desmentidos. Esto no lo construyeron solos. Fueron imprescindibles
los políticos con sus preferencias, sus lisonjas o sus abiertas contrataciones
contrarias a la ética, o sea, corruptas.
Última
frase: «El poder de moldear el futuro de la república estará en manos de los
periodistas de las generaciones futuras».
Que no
sepan escribir es remediable, aunque no sé por quiénes. Los periodistas de esta
generación no dominan el idioma que es su herramienta de trabajo, un fracaso
atribuible a la universidad. Además, son reticentes a las correcciones porque
acordaron aplaudirse recíprocamente sin importar si hay o no razón para ello.
Así que las generaciones futuras serán tercas en el error, creerán que
equivocado está quien los corrige y despreciarán el aprendizaje. Sin enmienda
inmediata, el futuro será un continuo conflicto entre tozudos.
Pero
más grave es lo de los «periodistas necesarios». Pienso en el problema que
representan estos operadores ideológicos, en el procedimiento deshonesto por el
cual el pueblo recibe interpretaciones interesadas en vez de noticias y
manipulación en vez de información. Y entonces miro las instituciones
desmoronadas de la república, a los políticos desfallecidos, y luego los veo a
ellos, inconscientes de estar caídos como el resto y junto a mí.
Carolina
Gómez-Ávila
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