Américo Martín 31 de mayo de 2021
El
número tres tiene sus misterios. La Santísima Trinidad, los tres Reyes Magos,
el tridente de Satanás, los tres grandes de la Segunda Guerra Mundial:
Roosevelt, Churchill y Stalin; las tres Marías, el árbol de las tres
raíces, Los tres chiflados, el primer triunvirato: Cristóbal
Mendoza, Juan de Escalona y Baltazar Padrón, los tres de la Retórica de
Aristóteles: logos, ethos y pathos; Aparicio, Concepción y Cabrera; los tres
primeros en pisar la luna: Amrstrong, Aldrin y Collins; Pelé, Messi y Ronaldo;
los tres sublimes majaderos: Jesús, Colón y Bolívar.
No
podría extrañar, entonces, que en la no descartable negociación Maduro-Guaidó,
la luz del Acuerdo de Salvación Nacional fuera matizada por las tres
condiciones opuestas por Maduro.
Antes
de analizarlas, sería importante comenzar resaltando que, pese al estilo lírico
—como muy venezolanamente lo envuelve—, se trata de un importante paso. Porque
estamos hablando de negociación y no de guerra, de paz y no de sangre. Ese
paso, por supuesto, es el primero, que muchos han aceptado y casi nadie ha
descartado.
Aunque
las tres condiciones de Maduro fueron postuladas no en busca de una inmediata
respuesta sino, tal vez, como premisa para el inicio de conversaciones —a
diferencia de la esperanza vertida líricamente por Guaidó—, la trinidad de
Maduro nunca podría aspirar a ser aceptada en la forma como se presentó. Pero,
siendo como soy de los que creen que del diálogo siempre pueden conseguirse
resultados auspiciosos, considero que estos escarceos pueden conducirnos a
desenlaces mucho más interesantes.
Como
las RR. SS. no podían permanecer al margen, alguien contrapropuso a esa
trinidad socialista otra más compatible, pero igualmente difícil de aceptar:
renuncia de Maduro y entrega de Miraflores a Guaidó, reconocimiento de la AN
2015 y devolución de los recursos de Pdvsa y del BCV utilizados para fines
distintos a los contemplados en la ley. Evidentemente, a esas dos trinidades
puede reprochárseles lo mismo, en el fondo no son serias. Salvo el efecto que
pueda causar en el ánimo del adversario, la convicción de que nada que no sea
realmente serio puede servir como base de negociación.
Esto
nos devuelve a la pregunta inicial: ¿es posible que fructifiquen negociaciones
entre la parte gubernamental y la parte opositora? Y de nuevo tenemos que
plantearnos si todas las presiones del mundo están en capacidad de vencer la
resistencia de los que creen que Maduro jamás negociaría porque, supuestamente,
es más lo que pierde saliendo de la presidencia que perpetuándose en el mando
por la fuerza.
Alrededor
de semejante tesis parecieran confluir todas las variedades del maximalismo. He
visto probar lo contrario a varios de los hombres fuertes de un lado o del otro
y, es natural que así sea, porque es muy difícil imaginar a alguien tan
intransigente que nunca pueda ser colocado en el dilema de destruir totalmente
un país para salvar su pellejo.
Los
gobernantes más poderosos, sea por caso, Mao, Stalin, Pinochet, Duvalier,
Ceaușescu, Jaruzelski, Hoxha, Tito, negociaron y, en casos más desesperados,
optaron por suicidarse, como Hitler; pero nadie sostuvo la intransigencia, más
allá de su vida, cuando la nación y el mundo los obligaron a retroceder.
Es, al
fin y al cabo, la reserva de racionalidad humana que no abandona ni a los más
inflexibles. De allí que sea tan necesario cultivar un lenguaje ajeno a las
provocaciones e insultos inútiles. La búsqueda del diálogo es, en sí, toda una
política ornada con un estilo amplio y constructivo, donde la razón prevalece
venciendo muchas veces los obstáculos más inusitados.
La
calidad de la causa es, en todo caso, lo determinante. Nixon dijo alguna vez
que el liderazgo más extraordinario es el que sobresale conjugando tres
factores fundamentales: un gran país —y Venezuela lo es—, una gran causa —y la
libertad, la democracia y el progreso social son tres de las mejores que pueden
conseguirse— y la tercera, que las corona a todas, líderes capaces de entender
el mandato que les imponen el gran país y la gran causa.
No
dudo que ejemplares de esa índole ya se han desarrollado en nuestra atormentada
Venezuela, porque tal como dice el proverbio, a grandes males corresponden
grandes remedios.
Américo
Martín
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico