Francisco Fernández-Carvajal 11 de junio de 2021
@hablarcondios
— El
Corazón de María.
— Un
Corazón materno.
— Cor
Mariae dulcissimum, iter para tutum.
I. En
mí está toda gracia del camino y de verdad, en mí toda esperanza de vida y de
fuerza1, leemos en la Antífona de entrada de la Misa.
Como considerábamos
en la fiesta de ayer, el corazón expresa y es símbolo de la intimidad de la
persona. La primera vez que se menciona en el Evangelio el Corazón de María es
para expresar toda la riqueza de esa vida interior de la Virgen: María -escribe
San Lucas- guardaba todas estas cosas, ponderándolas en su corazón2.
El Prefacio
de la Misa proclama que el Corazón de María es sabio,
porque entendió como ninguna otra criatura el sentido de las Escrituras, y
conservó el recuerdo de las palabras y de las cosas relacionadas con el
misterio de la salvación; inmaculado, es decir, inmune de toda
mancha de pecado; dócil, porque se sometió fidelísimamente al
querer de Dios en todos sus deseos; nuevo, según la antigua
profecía de Ezequiel –os daré un corazón nuevo y un espíritu nuevo3–,
revestido de la novedad de la gracia merecida por Cristo; humilde,
imitando el de Cristo, que dijo: Aprended de Mí, que soy manso y
humilde de corazón4; sencillo,
libre de toda duplicidad y lleno del Espíritu de verdad; limpio,
capaz de ver a Dios según la Bienaventuranza del Señor5; firme en
la aceptación de la voluntad de Dios, cuando Simeón le anunció que una espada
de dolor atravesaría su corazón6,
cuando se desató la persecución contra su Hijo7 o
llegó el momento de su Muerte; dispuesto, ya que, mientras Cristo
dormía en el sepulcro, a imitación de la esposa del Cantar de los
Cantares8, estuvo en vela esperando la resurrección de Cristo.
El
Corazón Inmaculado de María es llamado, sobre todo, santuario del
Espíritu Santo9,
en razón de su Maternidad divina y por la inhabitación continua y plena del
Espíritu divino en su alma. Esta maternidad excelsa, que coloca a María por
encima de todas las criaturas, se realizó en su Corazón Inmaculado antes que en
sus purísimas entrañas. Al Verbo que dio a luz según la carne lo concibió
primeramente según la fe en su corazón, afirman los Santos Padres10.
Por su Corazón Inmaculado, lleno de fe, de amor, humilde y entregado a la
voluntad de Dios, María mereció llevar en su seno virginal al Hijo de Dios.
Ella
nos protege siempre, como la madre al hijo pequeño que está rodeado de peligros
y dificultades por todas partes, y nos hace crecer continuamente. ¿Cómo no
vamos a acudir diariamente a Ella? «“Sancta Maria, Stella maris” -Santa María,
Estrella del mar, ¡condúcenos Tú!
»-Clama
así con reciedumbre, porque no hay tempestad que pueda hacer naufragar el
Corazón Dulcísimo de la Virgen. Cuando veas venir la tempestad, si te metes en
ese Refugio firme, que es María, no hay peligro de zozobra o de hundimiento»11.
En él encontramos un puerto seguro donde es imposible naufragar.
II. María
conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón12.
El
Corazón de María conservaba como un tesoro el anuncio del Ángel sobre su
Maternidad divina; guardó para siempre todas las cosas que tuvieron lugar en la
noche de Belén y lo que refirieron los pastores ante el pesebre, y la
presencia, días o meses más tarde, de los Magos con sus dones, y la profecía
del anciano Simeón, y las zozobras de su viaje a Egipto... Más tarde, le
impresionó profundamente la pérdida de su Hijo en Jerusalén, a la edad de doce
años, y las palabras que Este les dijo a Ella y a José cuando por fin,
angustiados, le encontraron. Luego descendió con ellos a Nazareth y les
estaba sometido. Pero María conservaba todas estas cosas en su corazón13.
Jamás olvidó María, en los años que vivió aquí en la tierra, los
acontecimientos que rodearon la muerte de su Hijo en la Cruz y las palabras que
allí oyó a Jesús: Mujer, he ahí a tu hijo14.
Y al señalar a Juan, Ella nos vio a todos nosotros y a todos los hombres. Desde
aquel momento nos amó en su Corazón con amor de madre, con el mismo con que amó
a Jesús. En nosotros reconoció a su Hijo, según lo que Este mismo había
dicho: Cuanto hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a Mí
me lo hicisteis15.
Pero
Nuestra Señora ejerció su maternidad antes de que se consumase la redención en
el Calvario, pues Ella es madre nuestra desde el momento en que prestó,
mediante su fiat, su colaboración a la salvación de todos los
hombres. En el relato de las bodas de Caná, San Juan nos revela un rasgo
verdaderamente maternal del Corazón de María: su atenta solicitud por los
demás. Un corazón maternal es siempre un corazón atento, vigilante: nada de
cuanto atañe al hijo pasa inadvertido a la madre. En Caná, el Corazón maternal
de María despliega su vigilante cuidado en favor de unos parientes o amigos, para
remediar una situación embarazosa, pero sin consecuencias graves. Ha querido
mostrarnos el Evangelista, por inspiración divina, que a Ella nada humano le es
extraño ni nadie queda excluido de su celosa ternura. Nuestros pequeños fallos
y errores, lo mismo que las culpas grandes, son objeto de sus desvelos. Le
interesan los olvidos y preocupaciones, y las angustias grandes que a veces
pueden anegar el alma. No tienen vino16,
dice a su Hijo. Todos están distraídos, nadie se da cuenta. Y aunque parece que
no ha llegado aún la hora de los milagros, Ella sabe
adelantarla.
María
conoce bien el Corazón de su Hijo y sabe cómo llegar hasta Él; ahora, en el
Cielo, su actitud no ha variado. Por su intercesión nuestras súplicas llegan
«antes, más y mejor» a la presencia del Señor. Por eso, hoy podemos dirigirle
la antigua oración de la Iglesia: Recordare, Virgo Mater Dei, dum
steteris in conspectu Domini, ut loquaris pro nobis bona17,
Virgen Madre de Dios, Tú que estás continuamente en su presencia, habla a tu
Hijo cosas buenas de nosotros. ¡Bien que lo necesitamos!
Al
meditar sobre esta advocación de Nuestra Señora, no se trata quizá de que nos
propongamos una devoción más, sino de aprender a tratarla con más confianza,
con la sencillez de los niños pequeños que acuden a sus madres en todo momento:
no solo se dirigen a ella cuando están en gravísimas necesidades, sino también
en los pequeños apuros que les salen al paso. Las madres les ayudan con alegría
a resolver los problemas más menudos. Ellas –las madres– lo han aprendido de
nuestra Madre del Cielo.
III. Al
considerar el esplendor y la santidad del Corazón Inmaculado de María, podemos
examinar hoy nuestra propia intimidad: si estamos abiertos y somos dóciles a
las gracias y a las inspiraciones del Espíritu Santo, si guardamos celosamente
el corazón de todo aquello que le pueda separar de Dios, si arrancamos de raíz
los pequeños rencores, las envidias... que tienden a anidar en él. Sabemos que
de su riqueza o pobreza hablarán las palabras y las obras, pues el
hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca cosas buenas18.
De
nuestra Señora salen a torrentes las gracias de perdón, de misericordia, de
ayuda en la necesidad... Por eso, le pedimos hoy que nos dé un corazón puro,
humano, comprensivo con los defectos de quienes están junto a nosotros, amable
con todos, capaz de hacerse cargo del dolor en cualquier circunstancia en que
lo encontremos, dispuesto siempre a ayudar a quien lo necesite. «¡Mater
Pulchrae dilectionis, Madre del Amor Hermoso, ruega por nosotros! Enséñanos
a amar a Dios y a nuestros hermanos como tú los has amado: haz que nuestro amor
hacia los demás sea siempre paciente, benigno, respetuoso (...), haz que
nuestra alegría sea siempre auténtica y plena, para poder comunicarla a todos»19,
y especialmente a quienes el Señor ha querido que estemos unidos con vínculos
más fuertes.
Recordamos
hoy cómo, cuando las necesidades han apremiado, la Iglesia y sus hijos han
acudido al Corazón Dulcísimo de María para consagrar el mundo, las naciones o
las familias20. Siempre hemos tenido la intuición de que solo en su Dulce
Corazón estamos seguros. Hoy le hacemos entrega, una vez más, de lo que somos y
tenemos. Dejamos en su regazo los días buenos y los que parecen malos, las
enfermedades, las flaquezas, el trabajo, el cansancio y el reposo, los ideales
nobles que el Señor ha puesto en nuestra alma; ponemos especialmente en sus
manos nuestro caminar hacia Cristo para que Ella lo preserve de todos los
peligros y lo guarde con ternura y fortaleza, como hacen las madres. Cor
Mariae dulcissimum, iter para tutum, Corazón dulcísimo de María, prepárame...,
prepárales un camino seguro21.
Terminamos
nuestra oración pidiendo al Señor, con la liturgia de la Misa: Señor,
Dios nuestro, que hiciste del Inmaculado Corazón de María una mansión para tu
Hijo y un santuario del Espíritu Santo, danos un corazón limpio y dócil, para
que, sumisos siempre a tus mandatos, te amemos sobre todas las cosas y ayudemos
a los hermanos en sus necesidades22.
*Después
de la consagración del mundo al dulcísimo y maternal Corazón de la Virgen María
en 1942, llegaron numerosas peticiones al Romano Pontífice para que extendiera
el culto al Inmaculado Corazón de María, que ya existía en algunos lugares, a
toda la Iglesia. Pío XII accedió en 1945, «seguros de encontrar en su
amantísimo Corazón... el puerto seguro en medio de las tempestades que por
todas partes nos apremian». A través del símbolo del corazón, veneramos en
María su amor purísimo y perfecto a Dios y su amor maternal hacia cada hombre.
En él encontramos refugio en medio de todas las dificultades y tentaciones de
la vida y el camino seguro -iter para tutum- para llegar prontamente a su Hijo.
1 Antífona
de entrada. Misas de la Virgen María, I. Misa
del Inmaculado Corazón de la Virgen María, n. 28. —
2 Lc 2,
19. — 3 Cfr. Ez 36,
26. —
4 Mt 11,
29. — 5 Cfr. Mt 5,
8. —
6 Cfr. Lc 2,
35. —
7 Cfr. Mt 2,
13. —
8 Cfr. Cant 5,
2. —
9 Cfr. Conc.
Vat. II, Const. Lumen gentium, 53. —
10 Cfr. San
Agustín, Tratado sobre la virginidad, 3. —
11 San
Josemaría Escrivá, Forja, n. 1055. —
12 Antífona
de comunión, Lc 2, 19. —
13 Lc 2,
51. —
14 Jn 19,
26. —
15 Mt 25,
40. —
16 Cfr. Jn 2,
3. —
17 Misal
de San Pío V, Oración sobre las ofrendas de la Misa de Santa
María Medianera de todas las gracias; cfr. Jer 18,
20. —
18 Mt 12,
35. —
19 Juan
Pablo II, Homilía 31-V-1979. —
20 Cfr. Pío
XII, Alocución Benedicite Deum, 31-X-1942; Juan
Pablo II, Homilía en Fátima, 13-V-1982. —
21 Cfr.
Himno Ave Maris Stella. —
22 Oración
colecta de la Misa.
Tomado de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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