Vladimiro Mujica 12 de junio de 2021
@MujicaVladimiro
Las
penurias endémicas de las democracias latinoamericanas están forzando una
reflexión a la que le está llegando su momento impostergable. La pregunta de
fondo es: ¿cuáles son los factores que precipitan las crisis cíclicas de
colapso institucional, violencia y enfrentamiento social que amenazan la
existencia misma de la democracia y la posibilidad de construir espacios de
crecimiento para nuestros pueblos? Las respuestas que se han asomado entre
quienes nos consideramos defensores de la democracia y la libertad, hay que
reconocerlo, han sido un tanto complacientes e incompletas. Se le atribuye
exclusivamente a la conspiración de los agentes internacionales del comunismo
autoritario, frecuentemente en alianza con el narco-crimen organizado, una
constante labor de zapa de la institucionalidad democrática. Poca duda cabe de
que esta alianza juega un rol importante, y que además hay un intento constante
y focalizado por apropiarse del lenguaje de la esperanza de los pueblos, de la
utopía posible, señalando la desigualdad, la pobreza, la discriminación y la
exclusión cómo ocasionados por las élites gobernantes.
Una
mirada retrospectiva al caso venezolano, indica con toda claridad que, si bien
es cierto que los cuarenta años de democracia, desde la caída de Pérez Jiménez
en 1958, hasta la victoria de Hugo Chávez en 1998, la mal llamada “IV
República” por el chavismo, fueron los mejores años de crecimiento económico y
social de la República, no es menos cierto que en ese tiempo también se acumuló
el resentimiento y la frustración de una parte importante de la población por
la corrupción y el crecimiento de la exclusión social. Es innegable que las
señales rojas sobre los peligros que acechaban a la democracia estaban encendidas
a la vista de todos, pero nuestro liderazgo político, social y empresarial no
solamente las ignoró, sino que en una medida importante escogió abrirle una
oportunidad de poder a Hugo Chávez y su proyecto de V República. Chávez le dio
vocería política, primeramente, a la frustración de la clase media
y, posteriormente, al resentimiento de los excluidos. La pregunta queda en el
aire de manera penetrante: ¿Cuánto fue obra de los asaltantes de la democracia
y cuánta responsabilidad tienen quienes estaban obligados a defenderla?
Pero
la historia no termina ahí: en Argentina regresaron los peronistas con los
Kirchners y sus herederos a la cabeza; en Bolivia regresó el partido de Evo
Morales; en Perú todo parece indicar que triunfará Pedro Castillo, frente a una
candidata que de ninguna manera representa las virtudes y valores democráticos,
pero que parecía un freno frente a la amenaza de los “progres”. Chile está en
riesgo de caer en un abismo de confrontación social; Ecuador está sujeto a
vaivenes importantes. Buena parte de Centroamérica, probablemente con la
excepción de Costa Rica, padece profundas fluctuaciones en el orden social y
económico, y convive con el régimen autoritario de Ortega y su esposa en
Nicaragua. Cuba está en manos del régimen de los Castro desde hace más de 60
años, y México se encuentra en una difícil encrucijada con la irrupción de
Morena y López Obrador. Son tantos los ejemplos de esta montaña rusa de
fluctuaciones en los caminos de nuestras naciones, que la reflexión sobre la
fragilidad de la democracia en nuestros países es ineludible.
Hace
unos días tuve el privilegio de asistir a una extraordinaria Tertulia del
Centro Político con el Dr. Edgar Jiménez como ponente, con el tema:
Latinoamérica polarizada. “Un análisis de la región después de las elecciones
del Perú y México”. Con voz serena de catedrático, el expositor destacó algunas
de las razones principales por las cuales importantes sectores de nuestra gente
siguen apoyando la agenda populista de reto a la democracia, que termina, con
monótona frecuencia, por convertirse en práctica represiva. Entre los dos males
mayores están la pobreza y la exclusión, frecuentemente caminando de la mano.
Que el chavismo y sus variantes, el Foro de Sao Pablo o el Foro de Puebla,
desarrollen una operación demagógica descomunal de apropiación del lenguaje de
la esperanza, ya no debería sorprender a nadie. La pregunta verdadera de fondo,
es porqué nuestros liderazgos democráticos y la ciudadanía en su conjunto no
terminan por entender que es vital desarrollar una práctica real y objetiva
para corregir las causas de la pobreza y la exclusión. De otro modo, siempre
estará presente el germen del apoyo al populismo autoritario, presto a vulnerar
la democracia y, en la práctica, las posibilidades reales de desarrollo y
bienestar de nuestros pueblos.
A la
pobreza y la exclusión, se le unen otros factores muy importantes: la
desarticulación de la práctica política, las verdades fabricadas en las redes
sociales, la ausencia de comunicación entre las generaciones que crecieron en
democracia y los jóvenes que solamente han conocido su deterioro. Otro elemento
muy significativo es el control de las élites económicas, políticas y
empresariales de buena parte de la riqueza de nuestras naciones, sin que exista
una estrategia real de hacer crecer la economía, diversificarla y crear
oportunidades para las mayorías, sin recurrir a los esquemas, también populistas
peor de signo contrario, de simple redistribución del ingreso. En fin, una suma
de responsabilidades que conforman la otra cara de la moneda del acoso, al que
las variantes del chavismo someten a nuestras democracias. Los unos no
defienden adecuadamente y los otros atacan sin misericordia en los puntos
neurálgicos. Ello nos lleva a una reflexión compleja y trascendente:
defendernos del chavismo y sus variantes significa no solamente reaccionar a
sus agresiones, sino minar su base de seguidores, con políticas públicas
avanzadas y acciones del sector privado para reducir la brecha de pobreza y
desigualdad. Pensando mejor y más creativamente sobre nuestras propias
naciones, usando la educación, la ciencia y la tecnología para generar
oportunidades.
Pensar
en estos temas coincide, quizás por accidente o por premonición, con que releo
con angustia la obra maestra de Edgar Allan Poe, El pozo y el péndulo. Un
condenado por la Inquisición española, sujeto a caer en un pozo infinito en el
medio de un cuarto oscuro, asediado por un péndulo que gravita sobre el
prisionero y desciende lentamente sobre su cuerpo. Así estamos los demócratas,
aparentemente indefensos frente al asedio de los sectores autoritarios y el
crimen organizado que conspiran inteligentemente para apoderarse de nuestras
naciones. Un combate desigual que debemos repensar. Al final del relato de Poe
la Inquisición cae en manos de sus enemigos, las tropas francesas del general
Lasalle entran a Toledo, y su mano salva al prisionero. Trato de entender la moraleja
de la historia y cómo se conecta con mis reflexiones. Pareciera que defendernos
del chavismo y sus mutaciones implica mucho más que reconocer su maldad, y que
la realidad nos está llevando a que es igualmente necesario reconocer las
debilidades y carencias de la democracia para poder defenderla efectivamente de
sus enemigos, sabiendo que ningún general Lasalle vendrá a nuestro rescate.
Vladimiro
Mujica.
@MujicaVladimiro
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico