Ismael Pérez Vigil 12 de junio de 2021
12 de
junio de 2021. Está claro que el objetivo de los venezolanos es salir cuanto
antes de este régimen de oprobio. Pero muchos dicen: Ir a una negociación,
¡No!; dialogar con la dictadura, ¡No!, esas no son opciones; ir a elecciones,
mucho menos, porque dictadura no sale por elecciones; tampoco con diálogo o
negociación, solo sale por una fuerza igual a mayor de la que él pueda
desplegar.
Pero,
lo cierto es que carecemos de esa fuerza física, contundente, para obligar a la
dictadura a dejar el poder, enfrentándonos a su FFAA y los grupos armados que
lo defienden. Al igual que al Papa Pio XII, de la época de Stalin, si nos
preguntaran: ¿Con cuantas divisiones cuenta −en este caso− Juan Guaidó?,
tendríamos que responder: con ninguna, salvo la “división” de la oposición, que
no es precisamente una fortaleza.
Por
otra parte, los países que nos apoyan y reconocen al gobierno de Juan Guaidó,
algunos −no todos− están dispuestos a aplicar sanciones personales a los
protervos del régimen y sus aliados, pero no están dispuestos a intervenir por
la fuerza, militarmente, en Venezuela. Por lo tanto, esa, la salida de fuerza,
que es la única posibilidad −según algunos− para sacar a una tiranía como la
que nos gobierna, que no estaría dispuesta a abandonar el poder “por las
buenas”, por una votación, por una negociación, es una salida que también
debemos descartar.
La
anterior, la de la fuerza, es una posición solo asumida políticamente por una
minoría y ya hoy ni siquiera de manera muy enfática; la oposición democrática
ha definido una estrategia de negociación, que es la que se está desplegando; y
para el proceso electoral fijado para el 21 de noviembre, aun no se ha definido
una posición definitiva. Faltan seis meses y es mucha el agua que aún puede
correr bajo los puentes.
Hoy
ambas opciones, votar o abstenernos, luce que son igualmente malas, pues nos
llevan a retroceder en materia política frente a la mayoría opositora del país
que, según encuestas, cerca del 50% no está interesada en participar en ningún
proceso electoral. Quizás por eso parece que la decisión del sector mayoritario
de la oposición, será la de no participar en el venidero proceso. Decisión
equivocada. Lo esperable de una dirigencia política opositora es ofrecer a la
mayoría del país una alternativa de cambio, sobre la cual se debe construir la
unidad opositora para derrotar al régimen, que le de esperanza y le sirva para
enfrentar las duras condiciones de vida a las que está sometida la mayoría del
pueblo venezolano, opositores y no opositores.
Siguen
siendo válidas las preguntas, y no me cansaré de hacerlas: ¿Qué plantean los
que promueven la abstención, como curso de acción, como actividades a realizar,
para evitar esa mortífera inmovilidad que acompaña a todas las abstenciones?
¿De qué nos sirvieron las abstenciones adoptadas oficialmente y
extraoficialmente en 2005, 2017, 2018 y 2020, que ni nos hicieron crecer ni nos
condujeron a ninguna parte? Ante la ausencia de respuestas, concluimos que lo
de la abstención, más que una respuesta política, parece una respuesta a la
frustración y al reconcomio, al resentimiento, que suele ser de dos tipos. Los
que están resentidos porque consideran que no se les ha prestado atención a sus
consejos, advertencias y propuestas, que no se les ha reconocido en la
oposición, el prominente lugar del que se creen merecedores; pero hay otros,
que están resentidos por lo que el chavismo ha hecho al país y a ellos en
particular, que se han visto privados de trabajo, propiedades, oportunidades e
incluso algunos, perseguidos o sintiéndose acosados, han tenido que abandonar
el país o no han podido regresar a él.
En
materia de críticas se escuchan recriminaciones y acusaciones, que no responden
a lo que podríamos llamar una reflexión intelectual, de pensamiento serio, sino
al viejo paradigma de demoler y destruir al otro; muchos solo ven la
oportunidad de desplazar, finalmente, al que teniendo o no más méritos que él,
ocupa ese lugar, ese pináculo, que él creé merecer para sí, para su familia,
para sus allegados, para sus compañeros de ideas.
Por
supuesto que la crítica a la oposición es necesaria e inevitable, pero debe ser
fundamentada y lo suficientemente contundente para que conduzca a la reflexión
y a la rectificación oportuna, de ser necesario. Los líderes opositores no son
de plastilina, para aguantar toda clase de embates e improperios, pero tampoco
son frágiles piezas de porcelana que no resisten el mínimo impacto. En la
crítica a la oposición, siempre son blanco fácil de ella, los que hacen algo y
no los que no hacen nada.
Junto
con la acción emprendida por los líderes de los partidos y los diputados de la
AN2015 −los que siguen activos− de recorrer el país, de plantear y escuchar
propuestas, de alentar a la gente y tratar de organizarla, la vía de la
negociación que ya está definida, ayudará a ese liderazgo opositor a mantener
el apoyo internacional, como fuerza externa imprescindible para presionar al
régimen, y como experiencia para crecer en liderazgo.
Además
de lo anterior, hacia la población en general, hacia la sociedad civil, se han
iniciado un conjunto de acciones, como los encuentros en el marco de “Las ideas
de todos” y algunas actividades como las marchas de los estudiantes: “La ruta
por Venezuela”.
Hace
falta definir una vía específica hacia los militantes de base de los partidos
políticos en las regiones del país y esa puede ser la vía de la participación
en las elecciones regionales y locales. Nadie está pensando que con esa participación
y recuperando algunas gobernaciones y alcaldías se va a lograr que el régimen
abandone el poder; pero, sí permitirá recuperar actividad, beligerancia ante la
población golpeada por la crisis humanitaria y la pandemia, y les permitirá
recuperar espacios y recursos con los cuales sobrevivir haciendo política.
Lo
dicho, faltan aún seis meses y que mucha agua corra por debajo de los puentes,
pongámosla a circular.
Ismael
Pérez Vigil
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