Carolina Gómez-Ávila 13 de junio de 2021
Hasta
la fecha no veo posibilidad alguna de que se logren condiciones para que toda
la oposición —incluyendo a la que reconocemos como la última Asamblea Nacional
legítima que nos dimos, la de 2015— decida participar en esa contienda que está
amañada desde su origen. No tengo información privilegiada. Eso, y la
volatilidad política de Venezuela, me basta para admitir que todo puede cambiar
repentinamente. En ese caso, me sorprenderé junto con ustedes.
El
asunto es que si no participa toda la oposición —incluyendo a la que
reconocemos como la última Asamblea Nacional legítima que nos dimos, la de
2015— ni siquiera me sentaré a pensar si tiene o no utilidad política ir a
votar en una elección perdida de antemano.
Para
millones que no aspiramos al poder ni a enchufarnos con alguien que esté en el
poder, el interés es el retorno a la democracia. El objetivo es retomar la
alternancia en el ejercicio del poder y para eso debe haber verdadera
competencia. Nada más nos interesa porque sabemos que todo lo demás —incluyendo
salud, economía, educación y defensa de fronteras— no cambiará sin cambio de
Gobierno.
A
muchos no nos mueve que el poder lo tenga este o aquel. Lo que realmente nos
mueve es que no lo tengan quienes lo detentan actualmente. Y no todos comprenden
que el principal obstáculo para darles apoyo es que hemos visto, muchas veces,
cómo han sido doblegadas las voluntades de decenas de quienes creíamos
opositores por lo que, ahora sabemos, no representarían alternancia alguna.
Para
quienes vemos esto, un indulto con retorno no hace verano. Tendrían que
liberarlos a todos y todos tendrían que estar de acuerdo en boxear con las
manos amarradas en la espalda, explicando qué pretenden lograr en un combate
que el pueblo sabe que ya han perdido. Solamente así nos sentaríamos a evaluar
la posibilidad de validar, con nuestra presencia, semejante escándalo.
Pero,
hasta ahora, nada de eso está a la vista y ya estamos en junio. No creo que
pase. Mientras tanto, oigo más y más argumentos estrambóticos de los defensores
de la participación. Ninguno de ellos logra convencer a nadie de la utilidad
que pudiera tener, para el retorno democrático, ese espectáculo triste.
Es que
no vemos democracia en enchufar —ciudades comunales, protectores y juristas del
horror de por medio— a un grupete de políticos y a cientos de asesores que
están pasando terribles momentos personales y que por eso pujan por un puesto
en alcaldías, concejos municipales, concejos legislativos estadales y
gobernaciones.
Nada
como unas elecciones para soñar con oportunidades laborales y de negocios.
Dictar un curso aquí, dar una consultoría o asesoría allá, idear una
«actividad» inútil acullá, cualquier cosa financiada por alguno de los nuevos
gobernantes sin importar lo que representan. Lo mismo pasa con los medios. Y
esos compadrazgos les parecen suficientes para correr la arruga de la nevera
por algún tiempo. La república no les importa, la democracia tampoco, solamente
su supervivencia.
Sucede
que no tengo interés en ninguno de esos grupos. Y me da vergüenza ver a gente
con alto nivel de especialización profesional tratarnos como si no nos diéramos
cuenta de que solo están optando a un cargo, quizás porque de lo contrario
tendrán que decidirse a emigrar. Vi a algunos que rompieron lanzas en la farsa
de 2017 y después lo hicieron.
Eso es
lo que se juegan. Lo entiendo pero no lo justifico, porque el problema es que
yo me estoy jugando el futuro de mi país, no ayudarlos a encontrar empleo.
Carolina
Gómez-Ávila
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