Américo Martín 13 de junio de 2021
Con la
perspicacia que generalmente se le reconoció, Tulio Halperín Donghi hizo notar
que la Segunda Guerra Mundial aisló notablemente a América Latina de los
mercados europeos y, en cambio, acrecentó con ímpetu inusitado la influencia
norteamericana en América hispana, de la cual es parte la potencia brasilera.
Este viraje, como tenía que ser, causó significativos cambios, incluso en el
sistema de creencias de la región.
Halperín
Donghi lo subrayó como el surgimiento de un nuevo equilibrio en la historia
contemporánea de América Latina; en mi criterio y sin negar el surgimiento de
nuevas ideas, me resulta exagerado imaginar que se trate de un «sistema de
creencias» sustancialmente distinto al liberalismo del siglo anterior. Y sobre
todo si nos referimos al marxismo, cuya aspiración de desplazar el pensamiento
de Adam Smith fue tan notoria como errónea. Un juicio precipitado, sin duda
dictado por el descalabro cuyo impacto mundial había sido devastador desde la
crisis del 29.
Sin
embargo, el «sistema de creencias» permaneció básicamente atado a la mano
invisible de Adam Smith, la que dominó el pensamiento económico desde el siglo
XIX, con su pregonada capacidad de autocorrección de fallas y errores.
La
tesis del «nuevo equilibrio» se basaba en una ilusión. Vendrían equilibrios y
se estaba en la búsqueda de nuevas ideologías o sistemas de creencias, pero la
inminencia que creía verse era resultado de la emergencia del marxismo con la
combinación de estatismo, planificación rigurosa, controles de precios,
intereses controlados y en variables como la inflación, que resultaba más incontrolable
cuanto más se pretendió amputar la mano invisible con el hacha del dirigismo
estatal.
El
auge del marxismo tuvo su origen en varias afortunadas operaciones políticas y
no en un modelo económico probadamente sostenible. Pasados fulgurantes momentos
de expansión, no se recuerda un solo país que haya logrado sobrevivir en aquel
sistema de ideas. Tenían, eso sí, una enorme voluntad de lograrlo en algún
momento, siempre que pudieran sostenerse en el poder. La áspera realidad los
condujo, inicialmente de buena fe, a refugiarse en la represión y la fuerza del
terror, hasta que tan odiosos medios se convirtieron en segunda naturaleza del
sistema.
En
fin, fuera del área política, la tentativa de cambiar el mundo fue fatal,
resultó fallida en todo o casi todo lo intentado; por ejemplo, la edificación
productiva, sistemas educativos, redes hospitalarias, gasto público orientado a
atender en peor forma las necesidades y estructuras de seguridad que no fueron
eficaces sino hostiles. Lo cual en regímenes donde reinen la libertad en el más
amplio de los sentidos, la democracia más perfecta, los mecanismos electorales
más viables, transparentes y confiables es difícil entender lo que signifique
el cambio en el «sistema de las creencias» mencionado supra.
Está a
la vista, tanto el naufragio de los países marxistas del este europeo como el
viraje promercado formulado por China y Vietnam, modelos en trance de ser
asumidos por el resto de las naciones marxistas, que alguna vez llegaron a
virtualmente reinar sobre la cuarta parte de nuestro planeta.
Cabe
preguntarse ahora cuándo y cómo encontrará el sistema madurista una vía para
escapar de la trampa que hasta ahora ha intentado cerrarle las salidas. En
otras palabras: por supuesto que sí puede y, por consiguiente, debe recuperar
la senda de la libertad perdida. Creo, además, que en la medida del acelerado
desgaste de las salidas de fuerza —trátese de invasiones foráneas, golpes de
Estado, secuestros o atentados— a nuestra maltratada nación solo le queda la
mejor, la más incruenta y por tanto más asociada a la convivencia ciudadana de
todas: que sendas delegaciones encabezadas por Maduro y Guaidó se sienten a negociar
—sin levantarse de la mesa a las primeras— un acuerdo electoral libre y
garantizado por la generosa comunidad internacional.
Un
logro de tanta envergadura supone el levantamiento de todas las sanciones, la
normalización de las vivenciales relaciones diplomáticas y consulares entre
Venezuela y todos los países del mundo. No hay fórmula más plena y eficaz. La
negociación depende de la habilidad de los negociadores y de la lucidez de sus
mandantes. Esto que puede ser decisivo, tanto en función del fondo de la
cuestión como en lo concerniente a los pormenores.
¿Qué
pasará con Maduro una vez que todo se resuelva? ¿Algún aguafiestas saltará al
ruedo en nombre de la justicia a cuestionar los resultados, alegando que se
trata de una intolerable impunidad? El asunto es que si se valora el acuerdo
hay en el ordenamiento jurídico arbitrios para garantizar la efectividad de
cualquier conclusión. Puesto que si vamos al fondo no puede confundirse
venganza con justicia, mucho menos cuando se busca una paz sólida y una
solución que rodee los acuerdos de legalidad y legitimidad en el marco de un
futuro profundamente democrático para Venezuela.
Permítanme
ahora un comentario de pasada: Miguel Cabrera y esa pléyade de colosos
peloteros venezolanos de las Grandes Ligas que asombran a los espectadores con
su impresionante desempeño, resisten cualquier comparación con los más grandes
de cualquier época y país.
Una
tierra de amantes probados del beisbol, sabrá sin duda que celebraremos muchos
de los récords más impresionantes que aún le quedan a Cabrera y sus compañeros
por batir, para gloria de los portentosos jugadores que solo esperan por un momento
para demostrar lo que valen con un bate y un guante en la mano.
Américo
Martín
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Para comentar usted debe colocar una dirección de correo electrónico