Por Paulina Gamus
Hay un dicho cuyo
origen se atribuye a los chilenos: «La manzana siempre cae cerca del árbol«, con
el se significa que un hijo o hija han heredado inteligencia y otras virtudes
de sus padres, pero también sus defectos. Cuando el hijo no ha heredado ni lo uno
ni lo otro, cuando es un ser amorfo («que carece de personalidad y de carácter
propio», según el diccionario de la RAE). Nos estamos refiriendo a José Vicente
Rangel Avalos, aparentemente alcalde del municipio Sucre del estado Miranda.
El padre José Vicente
Rangel Vale fue quizá una de las mentes más lúcidas de la política venezolana
en la segunda mitad del siglo XX y en los primeros 20 años del XXI. Pero esa
lucidez, esa inteligencia fuera de lo común estuvieron unidas a una malicia,
malignidad, perversidad, vileza, crueldad, inmoralidad, falsedad, iniquidad,
corrupción y depravación también fuera de lo común.
Para dar solo un
ejemplo de los niveles de cinismo e hipocresía del susodicho, baste con saber
que fue el autor de un libro muy popular al ser publicado en 1972 y que
inventariaba y reseñaba los crímenes cometidos por la policía política en los
años 60. Años de la guerrilla castro-comunista que a su vez cometió no pocos
crímenes.
Pero en sus 20 años de
apoyo irrestricto a la causa chavista jamás denunció uno solo de los
asesinatos, desapariciones forzosas y torturas contra opositores políticos
cometidas, primero durante el mandato de Chávez, y con mayor intensidad y
descaro durante el régimen de Nicolás Maduro. El chavismo en sus dos etapas lo
adoró, J.V. Rangel les prestaba la inteligencia que les faltaba y avalaba la
maldad que les sobraba.
En cuanto al hijo solo
el apoyo del padre pudo lograr que fuera constituyente en 1999, perteneciente
al sector mudo de esa Asamblea; luego mediocre alcalde del municipio Sucre del
estado Miranda y —aquí viene la tragedia—: viceministro de Relaciones Interiores
designado por el recién estrenado presidente Nicolás Maduro. Al flamante
viceministro no se le ocurrió mejor idea que combatir la delincuencia
fomentándola. Así lo hizo al crear o decretar en septiembre de 2013 las
llamadas «zonas de paz». Esas zonas con tan bello y sugerente nombre eran
aquellas tomadas por la delincuencia, a las cuales no debían entrar ni por
equivocación los cuerpos policiales. Ningún asesino, atracador o secuestrador
podría ser aprehendido mientras estuviera en su zona de confort.
Una de esas «zonas de
paz» es ahora la Cota 905 en el oeste de Caracas, el sector con mayor cantidad
de bandas delictivas.
Aquí el expediente
negro no escrito por J.V Rangel (el papá) recibió el emblemático nombre de
«Operación Liberación del Pueblo». Los efectivos de seguridad hacían
seguimiento a los delincuentes de la zona con prontuario criminal y eran
ajusticiados. En 2017 se realizaron 25 operativos de la Fuerzas de Acciones Especiales (FAES) en la Cota 905,
siendo uno de los sectores de Caracas donde se han realizado más operativos
especiales (asesinatos) de ese cuerpo parapolicial sin que la criminalidad
hubiese disminuido.
Los habitantes del
barrio y la comunidad delictiva del lugar firmaron un acuerdo en agosto de 2017
con autoridades del Ministerio de Relaciones Interiores y policiales. La Cota
905 fue declarada «zona de paz». Dos semanas después del acuerdo fue asesinado
un joven prospecto del baloncesto, secuestraron a un empleado de la embajada de
Estados Unidos y al hijo de un general.
En esos barrios pobres:
Cota 905, El Cementerio y La Vega viven unas 300.000 personas y allí se ha
posesionado la mayor pandilla de la capital —el Coqui y su banda— con un armamento
que incluye lanzagranadas, drones y motos de alta velocidad. Esos delincuentes
están mejor armados y gozan de mayores ingresos que la mayoría de las fuerzas
de seguridad venezolanas. Son además discípulos de Robin Hood: compran
medicinas y alimentos a los más necesitados; donan útiles escolares y hacen
fiestas de cumpleaños a los niños, con castillos inflables incluidos.
Han sustituido al gobierno y a la policía. Toman medidas contra la pandemia, como obligar el uso de mascarillas, y castigan a los vecinos que cometen delitos fuera de las normas que ellos han establecido.
Según Isayen Herrera y Anatoly Kurmanaev (The New York
Times)»hay varios sectores del país que han caído en manos de delincuentes e
insurgentes. Pero el control de las pandillas de la Cota 905 y las barriadas
circundantes, situadas a solo tres kilómetros del palacio presidencial, son una
prueba del gobierno de Maduro ha perdido el control incluso en la ciudad
capital.
«Los agentes de policía
afirman que la pandilla que controla la Cota 905 cuenta ahora con unos 400
hombres armados con el producto del tráfico de drogas, el secuestro y la
extorsión, y que ejerce un control total sobre al menos 20 kilómetros cuadrados
del corazón de la capital». «Después de monopolizar el comercio local de
drogas, la banda de Cota 905 impuso normas estrictas a los habitantes a cambio
de poner fin a la violencia y los delitos menores antes endémicos». Muchos residentes
ven con buenos ojos su línea dura contra la delincuencia: «Antes, los
matones robaban», dijo un su vecino de la Cota 905 pero ahora son ellos los que
te devuelven cualquier cosa que te roben. Las muertes violentas en los barrios
pobres de Caracas se han reducido a la mitad desde mediados de la década 2010,
cuando la capital venezolana era una de las ciudades con más asesinatos en el
mundo…”.
«…. los
académicos y analistas que estudian la delincuencia en la ciudad sostienen que
el descenso de los homicidios habla del creciente poder de las pandillas
caraqueñas frente a un gobierno cada vez más débil. El desequilibrio, según los
expertos, coloca al gobierno y a la población en una posición cada vez más
peligrosa y vulnerable. La transferencia de poder se hizo evidente en
abril, cuando la pandilla del Coqui disparó contra un patrullero de la policía
y se adueñó de un tramo de la autopista que atraviesa Caracas. La zona estaba a
cinco minutos en auto del palacio presidencial y el bloqueo paralizó la capital
durante varias horas. Pero el gobierno permaneció en silencio durante todo
el proceso. Las fuerzas de seguridad nunca acudieron a retomar la autopista.
Una vez que la banda se retiró, la policía tranquilamente se llevó el patrullero
destrozado…».
Si tomamos en cuenta
que ya una parte importante de la ciudad capital no pertenece a la nomenclatura
urbana de la misma y que igual cosa sucede con estados como Apure, en manos de
la narcoguerrilla colombiana y otros que van por el mismo camino, me parece una
buena idea estudiar la organización por cantones que existe en Suiza. Está
claro y probado que no somos suizos, pero quién quita que quienes aún no hemos
sido tomados ni por las FARC, ni el ELN, ni el Coqui, podamos organizarnos con
nuestra propia legislatura y, por supuesto, nuestra propia fuerza armada y
policial reclutada entre gente que nada haya tenido que ver con los actuales en
servicio. Es solo una idea.
Paulina Gamus es
abogada, parlamentaria de la democracia.
13-06-21
https://talcualdigital.com/la-paz-sea-con-nosotros-por-paulina-gamus/
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