Por Ramón Guillermo Aveledo
Defiendo la
Constitución, no porque sea perfecta ni porque se esté cumpliendo, sino porque
me parece que es un marco, de los pocos existentes, para el indispensable
encuentro plural entre nosotros los venezolanos. Así que ajusto a sus reglas mi
actuación como ciudadano que es lo que soy porque no represento ni aspiro
representar más que a mí mismo, así como exijo al poder que lo haga que la
cumpla y la haga cumplir como han jurado sus detentadores.
Defiendo el modelo de
Estado allí pautado. Un Estado de Derecho con poder público dividido por sus
funciones en órganos separados y por definirse federal y descentralizado,
distribuido en la República, los estados y los municipios. Si esa fórmula
funcionara cabalmente, lo cual no está ocurriendo como debería, serviría para
que los ciudadanos de este país, el pueblo venezolano, tenga oportunidad para
ejercer sus derechos y cumplir sus deberes para vivir y progresar en paz y en
libertad.
Defiendo el voto,
porque es el principal medio de participación que como ciudadano la
Constitución me reconoce. Voto para elegir, para revocar, para aprobar o
abrogar leyes. Sé que el voto está debilitado y desprestigiado, pero no me
resigno a perderlo porque soy de esos demócratas tercos que creen que la
libertad se puede –y debe- colar por cualquier rendija que le den. Votar, aún
en un sistema muy viciado. Opinar, aún en contexto cada vez más estrecho y
censurado. Protestar pacíficamente, aunque uno sienta que no te hacen caso. Y
actuar en cada escenario posible, dentro y fuera de nuestras fronteras.
Que los valores que
defiendo tomen cuerpo de realidad viviente, requiere de hechos concretos. Unos
deben ser actos del poder, cuya actual disfuncionalidad está haciendo mucho
daño a Venezuela. Empezando por medidas liberalizadoras en derechos humanos,
climas político, económico y social que no se ven. Y también porque quienes se
nos presentan como alternativa a los que mandan, nos den señales más claras de
responsabilidad que fundamenten su credibilidad.
Aspiro a un cambio
completo. En una elección presidencial y parlamentaria en toda regla. Libre,
limpia, justa, efectivamente competitiva. A que los poderes públicos funcionen
para lo que dice la Constitución y como ella pauta. A que los mandatarios
regionales y locales legítimamente electos sean respetados en sus competencias.
Que la economía sea productiva y solidaria, para lo que necesita ser libre. Que
la educación, del preescolar a la universidad puede educar con calidad y
pertinencia.
Creo que para lograr
eso harán falta entendimientos básicos y difíciles de alcanzar. Su vía es el
diálogo y la negociación genuina. Hoy se ven lejanas y como el voto,
desprestigiadas. Pero no me conformo con esperar a que “algo pase”, porque
“tiene que pasar”. Pues temo que como en Coplas del Amor Viajero, “…en un
eterno esperar, se me pasará la vida”.
Así que por lo pronto ¿Qué puedo hacer? Votaré.
¿Por qué votaré? Porque
creo en todo eso y porque siento que como ciudadano no puedo quedarme de brazos
cruzados esperando que otros hagan.
¿Para qué votaré? Para
dar pasos que pueden ser pequeños pero también pueden convertirse en grandes
según las circunstancias. Y así contribuir a que ese cambio necesario y lejano,
se vaya acercando.
31-05-21
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