Por Hugo Prieto
Caracas, una ciudad
cuya topografía urbana comienza a cambiar lentamente. Me temo que para mal. Hay
viejos y nuevos cimientos sobre los cuales se levantan los iconos de la Pax
chavista. ¿Los queremos ver? ¿Son ya inocultables? Nuestra percepción es borrosa,
intuitiva, casi a ciegas, pero nunca como antes del estribillo de la canción
«Todo es según el color del cristal con que se mira» tiene tanta vigencia. Hay
una serie de variables -culturales, políticas y económicas- que intervienen
como elementos definitorios del escenario que tenemos ante nosotros.
Siguiendo el trazado de
la línea uno del metro de Caracas, le he pedido a Enzo del Búfalo* que grafique
la ciudad y con ella una Venezuela que tiene más del siglo XIX que del siglo
XXI. Sobre todo por la intensa destrucción que hemos sufrido en los últimos 20
años. Los mitos encierran una parte, aunque sea una pizca, de verdad. ¿O acaso
no se repite la conseja -hasta la saciedad- de que somos un país rico? La
realidad material puede cambiar de un día para otro, pero los prejuicios, las
taras culturales y las ideologías, no.
¿Qué diría del trayecto
que va entre la estación Gato Negro y Capitolio? Todo el núcleo de Catia,
alguna vez el municipio más poblado de Caracas, pilar de la movilidad social,
en el que uno podía advertir crecimiento y avance social.
Diría que es una zona
muy simbólica del drama que originó el chavismo. Es la zona donde se ve mejor
la Venezuela de la esperanza, de esa consigna que Teodoro Petkoff resucitó
«estamos mal, pero vamos bien». ¿Cuál era uno de los mitos dominantes en esa
época? La idea de que Venezuela era un país rico, precisamente, entre los años
50 y 80 (hasta el viernes negro), efectivamente, se formó ese mito, digamos,
porque coincidieron dos cosas: la riqueza petrolera y la inmigración europea.
Venezuela estaba subiendo y atraía a la población empobrecida de unos países
destruidos por la guerra. ¿Qué veían los inmigrantes? Un país donde las cosas
mejoraban. La conclusión lógica era que Venezuela era un polo de la riqueza
mundial. Ahí se formó el mito. Ciertamente, había ranchos, pobreza y
enfermedades endémicas, pero las cosas estaban cambiando y la creencia era que
se iba a alcanzar el desarrollo en cuestión de tiempo. Una y otra vez: mañana
vamos a estar mejor que hoy. Es decir, la idea de que «estamos mal, pero vamos
bien».
¿Cuál es el correlato
político de ese mito?
Una dinámica que
permitía un control partidista y una democracia representativa. Los partidos
que fundan la democracia son dos partidos populistas clásicos, como una
respuesta a la visión oligárquica del liberalismo tradicional de América
Latina, donde estaban los oligarcas, unos blancos de orilla y una población
esclava y exesclava. ¿Qué planteaba el populismo? Una alianza de clases. Eso
era Acción Democrática (en Venezuela) y el Apra en Perú. El surgimiento de la
clase media, cuya expresión más visible fue la generación del 28, es la llamada
a dirigir esa alianza de clases.
¿Qué diría del trayecto
que va de la estación Capitolio a Plaza Venezuela? No para detenernos en un
ícono de la institucionalidad política como la Asamblea Nacional o el Palacio
de Miraflores sino en el Palacio de las Academias y más concretamente en la
Universidad Central de Venezuela. Alguna vez la educación fue el vehículo del
ascenso social en este país.
La estación Capitolio
(vista así) es la estación de llegada, que nos demuestra que el problema
empieza no con el profesor universitario sino con el maestro rural. Rómulo
Betancourt decía que el maestro rural tenía doble función. Una era alfabetizar
y la otra era el cuadro del partido. La educación, como forma de ascenso
social, empezando por un mejoramiento mínimo cualitativo de la fuerza de
trabajo, era el problema. Es decir, ¿cómo capacitar a un campesino que venía de
la hacienda o del conuco? Transformar eso en una fuerza laboral, primero,
artesanal y luego industrial era parte de ese proceso educativo, en la parte
más importante de la gente que está en el eje Gato Negro Capitolio. ¿Por qué?
Porque, cuando llegamos a Capitolio, el mejoramiento de la educación es para la
nueva clase media y también para las grandes masas. Eso es lo que se plantea el
populismo tradicional, un movimiento articulado entre las clases populares y la
nueva clase media (obviamente, el significado de populismo no tiene la misma
acepción que le damos en la actualidad, no es el populismo soberanista de
Donald Trump, en Estados Unidos, o de Marie Le Pen, en Francia, por
ejemplo).
¿Cómo transformar una
sociedad agraria en un lapso tan corto?
La tarea del populismo era, justamente, educar a esas masas, que tenían un problema cuya raíz viene de la Guerra Federal y que va a rebotar y a crear el chavismo. ¿Cómo incorporar a esa población a una estructura nueva? Ese problema quedó pendiente, incluso hasta el gobierno de Juan Vicente Gómez. Pero con el petróleo eso cambió. Aunque esa masa no estaba preparada para aprovechar las oportunidades que abría la nueva riqueza. ¿Quién ocupó ese puesto? Los inmigrantes. Si ibas a construir la línea férrea entre Barquisimeto y Puerto Cabello, ¿a quién ponías como capataz? A un italiano, a un español, que más o menos conocía o decía conocer de lo que estamos hablando. Pero tenías el problema de los criollos. La propuesta que grafica la solución a ese problema fue la colonia de Turén. Turén se diseñó para poner mano de obra agrícola europea en un lote y a mano de obra criolla en un lote contiguo. La idea era que el criollo aprendiera del europeo. Más que como proyecto económico, Turén tuvo éxito desde el punto de vista educativo. La mano de obra europea sabe cómo organizarse administrativamente y sabe vivir como hombres libres. Y eso es lo que tiene que aprender el criollo, cuyos abuelos eran esclavos o exesclavos. Turén permitió integrar la inmigración europea con los herederos de la Guerra Federal, con los proto chavistas. El éxito económico fue parcial, allí están los granos de Venezuela, pero para otros cultivos fue un fracaso.
Hagamos un paréntesis
para detenernos en la estación Plaza Venezuela. ¿Qué puede decir de la
universidad?
Así como había el
problema de la educación para crear una fuerza de trabajo mínimamente preparada
para sostener el desarrollo, estaba el problema de la salud. Venezuela era un
país con enfermedades endémicas muy extendidas: el paludismo, la tuberculosis,
la difteria, el sarampión. El populismo atiende el problema de la salud, entre
otras cosas, porque limitaba la educación. Incluso Pérez Jiménez, que era menos
populista, pero sigue los planes que se hicieron en los años 40, salvo algunas
cosas. Este es el piso para una educación media y universitaria que encuentra,
en la década de 1960, a una clase media que, además, está en plena expansión.
El problema que se presenta es cómo integrar el sistema educativo al aparato
productivo. Es el desafío de mi generación.
El paso siguiente,
empezando por el gobierno de Rómulo Betancourt, fue implantar el modelo de
sustitución de importaciones.
Ya hay una cierta
infraestructura, pero el modelo venía con una tecnología incorporada. Por lo
tanto, la investigación venezolana incipiente no se integraba al desarrollo
industrial. El IVIC, por ejemplo, había desarrollado una variedad de caña de
azúcar, más apta a los suelos de Yaracuy, pero requería inversiones en la fase
de desarrollo industrial. Ninguno de los industriales se interesó en eso.
«¿Para qué?», me preguntó uno. «Yo me voy a Hawái y traigo la cosa para acá».
¿Por qué? Porque la disponibilidad de recursos financieros hacía más fácil para
un empresario comprar la tecnología allá, consolidada, asegurada. Esa
dificultad se mantuvo y se mantiene por mucho tiempo. Se integran carreras como
medicina, ingeniería, pero las ciencias puras encuentran serios obstáculos. Y
la pregunta de los empresarios era ¿para qué voy a experimentar con algo que no
ha sido probado, para eso me voy a Italia, Alemania, Japón o Estados Unidos y
me traigo las máquinas? Ese era el aspecto técnico, pero a eso hay que agregar
un componente político. Las universidades y los centros de desarrollo son
centros de reflexión política y social. ¿Cómo lo ve el sector industrial? «Una
inteligencia que quiere el desarrollo, pero ve al capitalismo como un
impedimento para ese desarrollo. Una cuerda de ñángaras que quieren quitarme mi
negocio». Te encuentras con grupos económicos que hacen grandes donaciones a
universidades estadounidenses, pero no les dan un solo bolívar a las
universidades públicas del país.
Hagamos una parada
imaginaria en una estación inconclusa, pero prevista, en el Metro de Caracas.
Me refiero a la estación Las Mercedes, la zona rosa de Caracas, el emporio del
ocio y la vida nocturna. ¿Le asigna algún futuro?
Un futuro falso. La
construcción de edificios de lujo tiene dos fases. La primera comenzó cuando lo
más difícil (para las empresas) era repatriar ganancias durante los últimos
años de Chávez y el comienzo de Maduro. Había una lógica ahí. Las empresas
invertían en el sector construcción como una forma de preservar el valor del
ahorro. La segunda fase es parte de esta burbuja que se ha creado en el país.
En el proceso de destrucción de una Venezuela histórica -en manos de Chávez,
que fue el gran desmantelador-, el chavismo ha tenido gran éxito. ¿Recuerdas
cuando Chávez decía que había 80 por ciento de pobreza, que era una mentira?
Pues hemos llegado, según la más reciente encuesta de Encovi, al 93 por ciento.
Queda un seis o siete por ciento de la población que no está en la miseria.
Calcula que la mitad es un remanente que queda de la antigua clase media que
logra sobrevivir, ya sea porque tiene unos ahorros afuera o porque devenga
ingresos en dólares. Queda, por lo tanto, uno o dos por ciento de gente que
tiene mucho dinero, que ha hecho fortunas inmensas y que son, justamente, los
que manejan este mundo de las burbujas. Esos edificios están junto a estos
restaurantes de lujo llenos de camionetotas. ¿Recuerdas cuando Chávez prohibió
la importación de Hummer? Ahora hay Hummer por todos lados.
Hay una metamorfosis en
Las Mercedes. Se va conformando una nueva estética, un nuevo estilo de
vida.
Tú ves el lujo que la
gente asocia a los bodegones, pero en realidad es un mini mundo de un sistema
de castas, que se parece, pero no es igual al cubano. En Cuba también hay una
población que vive en la miseria, pero también están las tienda para turistas,
en las que pagas en dólares. El modelo es tomado de ahí. Lo que pasa es que
Cuba es mucho más pobre que Venezuela. Aquí sigue habiendo fuentes de recursos
para hacer plata, el Arco Minero, por ejemplo, que lo están destruyendo. Si te
pones a ver, hay bolsones donde puedes hacer plata. Claro, es muy poca gente la
que puede hacer eso. Se está generando una casta, que la gente quiere ver como
enchufados, pero no todos están vinculados al Gobierno, están los que reciben
las migajas del entorno, pero es tanta la riqueza que en ese mundo te puedes
dar lujos increíbles. Desde la ventana de mi apartamento puedo ver el Humboldt,
siempre estuvo apagado, pero desde hace dos o tres años, ahí se hacen fiestas
enormes, con juego de luces a colores. Ese es un lugar que ni siquiera en los
mejores tiempos del boom venezolano pudo tener un desarrollo. Esta
casta lo está desarrollando y con él los aspectos de la riqueza fácil de una
manera tan exagerada, que ni siquiera en los tiempos del 4,30, del «ta’ barato
dame dos», jamás lograron llegar. Ahí está la exacerbación de todos los defectos
de la vieja sociedad venezolana, concentrados en un pequeño grupo que, además,
adquiere características reales de casta.
¿Qué diría de la
estación Los Cortijos como expresión de la manufactura, de la industrialización
de Venezuela?
El aparato industrial
venezolano habrá que dividirlo en dos partes. Uno, las grandes industrias
básicas (vamos a incluir al petróleo ahí) y después el aparato industrial de
las pequeñas, medianas y grandes empresas. Eso es parte del modelo de
sustitución de importaciones, donde, además, se alcanzaron puntas de
excelencia. Se llegó a desarrollar una mano de obra especializada, que ahora
aprovechan otros países. Y también una cierta capacidad empresarial. ¿Qué pasó?
Que el cambio generacional en el manejo de esas empresas coincidió con la
quiebra de las finanzas públicas. No había financiamiento barato y abundante y,
por tanto, los márgenes de ganancia empezaron a caer de forma sostenida. Los
hijos no querían seguir con la fábrica y la cerraban. Eso es parte de la
desindustrialización en Venezuela. La apertura de los años 90, además, abrió
nuevas oportunidades. La misma fábrica puesta en Colombia, por diversas razones
-trabas burocráticas, trabas institucionales y esa inclinación a castigar al
empresario- producían a un costo menor (alrededor del 30 por ciento). Si el
mercado atractivo era el venezolano y la forma más barata de producir era en
Colombia, ¿pues qué hacemos aquí? Vámonos a Colombia. Como me dijo un
empresario. Allá me dicen don y aquí me tratan como a un delincuente. Cuando
vino Chávez, todo esto se intensificó. Todo el tejido empresarial se vino abajo
y las pocas empresas que quedan trabajan al 20 por ciento. Ahora, esto cambió a
partir de 2020. El ataque a la pequeña y mediana industria cesó. Ya no es
aceptable. Ahora el problema son las sanciones. Si no hubiese sido por las
sanciones, el gobierno de Maduro hubiese sido un hermoso gobierno
neoliberal.
¿Qué diría de la
Estación Petare como última parada en este viaje imaginario?
¿Ahí no es que se
reparten las bolsas CLAP? ¿No es el lugar de la nueva peonía? Olvidados por los
partidos políticos, Catia y Petare se convirtieron en depósitos de seres
humanos. ¿Recuerdas la consigna «con hambre y sin empleo con Chávez me resteo»?
Eso -el hambre y el desempleo- se hizo realidad. Es el símbolo de lo que
tenemos actualmente. Y así como hice las preguntas iniciales, también puedo
hacer otra pregunta. ¿Qué tanto de apoyo puede tener el chavismo en esos
lugares? Yo no tengo una respuesta a eso. Me da la impresión de que no es
mucho, aunque a veces pareciera que sí. ¿Tú tienes alguna idea?
***
*Economista, Doctor en
Ciencias Sociales (Universidad Central de Venezuela).
03-10-21
https://prodavinci.com/enzo-del-bufalo-se-ha-creado-un-mini-mundo-de-castas/
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