Eugenio Montoro 06 de octubre de 2021
Difícil
es para este escribidor evitar la tentación de referirse al ruidoso gallinero
político y mediático que se ha formado alrededor de la empresa Monómeros, y más
difícil aún es tratarlo sin generar más polémica y sin pisar callos. Pero allá
vamos.
Un amigo cercano me hacía la buena pregunta de cómo algo relacionado a una
empresa relativamente pequeña se había enredado hasta un punto tan morrocotudo.
Lo cierto es que la historia está llena de conflictos que han empezado por
cosas pequeñas como una oreja cortada que pone en pie de guerra a los ingleses;
un cerdo que se come las verduras del vecino; o unos pasteles no pagados que
hacen que buques de guerra franceses cañoneen a México. De manera que, al igual
que las bolas de nieve, los entuertos pueden ser pequeños al comienzo, pero, si
ruedan, van creciendo hasta adquirir sorprendentes dimensiones.
Uno de los argumentos más repetidos es que lo sucedido con Monómeros es debido a la intromisión política. Lo cierto es que, desde sus inicios, el caso Monómeros es una intromisión política puesto que fueron los líderes políticos, de oposición a Maduro, los que vieron la oportunidad de tomar y dirigir esa empresa (al igual que Citgo) pues se encontraba en el exterior y bajo la sombra de un gobierno que reconocía a Guaidó como presidente.
Pero Guaidó, aunque presidente, no tenía un poder ejecutivo o ministros en quien delegar, así que se utilizó, como peor es nada, a la Comisión Permanente de Energía y Petróleo de la Asamblea Nacional para que se encargase de seleccionar a las personas para manejar estas empresas. Así lo hicieron y cada partido perteneciente a esa Comisión trajo bajo el brazo carpetas curriculares de sus candidatos para Monómeros y, tal como es la costumbre en la diplomacia política, se trató de que todos quedasen contentos.
A pesar de eso, la primera junta directiva contó con reconocidos ejecutivos de mucha experiencia que habían trabajado en Pequiven. Sus nombramientos fueron recibidos como una buena señal, pero el diablo, que nunca deja las cosas quietas, animó al choque entre las formas de ver y entender la faena. Los políticos que habían nombrado a los nuevos directores pensaron que estos los verían como “los jefes” y podrían, con todo derecho, pedirles algunos favores y esperar un trato especial, y, por su lado, los ex Pequiven siguieron viendo a los diputados como los usuales políticos lejos de su inesperado rol de “poder ejecutivo”.
Así las cosas, los roces ocurrieron y los políticos acordaron reemplazar a estos directivos por otros menos conocidos y con menos experiencia, pero más convenientes. Así, la junta directiva ad hoc de Pequiven, una empresa muy ligada al asunto químico, llegó a estar curiosamente formada por abogados, ingenieros electricistas y electrónicos.
Empezaron a aparecer denuncias en los medios sobre malos manejos y corruptelas en Monómeros y algunos políticos vieron la oportunidad de sumarse, explotar el caso y exigir investigaciones. Los medios de comunicación encontraron un filón de dimes y diretes para rellenar sus cuartillas y programas, así que la bola de nieve siguió creciendo, ya con rasgos de escándalo.
Vino el añadido de que Maduro dijo que le deberían regresar a Monómeros para traer los fertilizantes que hacían falta en Venezuela (por supuesto no dijo que las plantas de aquí están paradas por su culpa). Sin duda el gobierno colombiano percibió esta polémica inconveniente para su seguridad en el suministro de fertilizantes de manera que Monómeros fue intervenida por un organismo oficial paisa.
Esto originó nuevas acusaciones y amenazas entre los ya muchos actores y los enredos siguieron aumentando.
Recientemente Julio Borges, de Primero Justicia, anunció el deslinde de su partido con el manejo de Monómeros y de seguida Humberto Calderón Berti arremete contra partidos y líderes de oposición sobre su responsabilidad en el mal manejo de la empresa, dándole nuevo impulso a la polémica. Todo esto ocurre en medio de recientes acuerdos de candidatos para unas próximas elecciones de gobernadores y alcaldes y que cuentan con opiniones divididas entre si ir a votar o no. Lo que suceda en adelante está por verse y posiblemente a la gran bola de nieve aún le faltan unas cuantas vueltas, pero, como se dice en el llano, llueve y escampa.
El caso Monómeros se puede ver también desde otro ángulo. La opinión pública venezolana ha reaccionado frente a este caso con una coincidencia plena de que los políticos deben estar lejos de la conducción de las empresas y también ha puesto en la mesa la eterna discusión sobre si es adecuado tener empresas del Estado o si es preferible que sean privadas.
Quizás lo mejor de todo en este monumental patuque ha sido poder tomarle el pulso a la sensibilidad del venezolano común sobre el manejo honrado de los asuntos públicos. En nuestra opinión, ya existe, y crece, una exigencia colectiva de pulcritud y se está creando, en silencio, una sociedad diferente que busca lo moral como comportamiento colectivo. Difícil es ver esto cuando el país está forzado al bachaqueo, al matraqueo y a las marañas de todo tipo para sobrevivir, pero el asco que han provocado los funcionarios corruptos del régimen y su descarado robo frente a un pueblo en la mayor de las pobrezas, está dando el piso sólido para un nuevo ciudadano sin miedo a exigir transparencia y también a practicarla.
Eugenio
Montoro
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