Ismael Pérez Vigil 04 de diciembre de 2021
Desde
que José Saramago, el escritor portugués, premio Nobel de Literatura de 1998,
estuvo por nuestras tierras en 2005 −invitado y festejado con gran boato por el
gobierno de Hugo Chávez, al que vino a dar un espaldarazo−, parece que no se
despega de nuestras tierras, ni siquiera después de su fallecimiento en 2010.
Al ver lo ocurrido en Barinas, me viene a la mente una de sus novelas, Ensayo
sobre la Lucidez (2004), sobre la que ya he escrito algo en pasadas
ocasiones.
La acción de la novela, de la que revelaré algunos detalles de su trama y desenlace −lo advierto para quien no la haya leído y tenga pensado hacerlo− transcurre en una ciudad durante unas elecciones, en las que, sin ninguna razón aparente, sin ningún estímulo externo, tras la lluvia y tormenta la gente salió a votar. Pero no votaron por los partidos tradicionales, ni votaron nulo, votaron masivamente en blanco. En la novela nadie se atribuyó el triunfo, ni celebró aquella masiva victoria, ocurrió el fenómeno y nada más.
Hasta
aquí, poco se parece lo ocurrido en la novela, con lo ocurrido en Barinas, pues
allí la votación no fue masiva, voto algo más del 45%, pero ganó quien menos se
esperaba; sobre todo, quien menos esperaba el régimen y por lo visto y
ocurrido, tampoco sus aliados “opositores”, pues fue uno de ellos quien demandó
los resultados ante el TSJ.
Pero
en la ciudad de la novela −y esto ya se parece más a lo ocurrido en Barinas−
los amos del poder, alarmados por los resultados y amparados en cualquier
subterfugio, que siempre encuentran los que ejercen el poder, repiten las
elecciones una semana más tarde, con idéntico resultado: La gente acude a votar
otra vez, masivamente, sin que nadie los convoque y vuelven a votar en blanco y
nuevamente, sin celebración de triunfo. La novela transcurre a partir de allí
narrando todas las peripecias del Gobierno, del poder dictatorial, para tratar
de descubrir la conspiración que suponían está por detrás de este
acontecimiento. ¿Quién ha urdido toda esta conspiración? Porque sin duda es una
conspiración, se decían. Había que descubrir algún enemigo a quien hacer
culpable.
En
Barinas el subterfugio lo pone el TSJ −que siempre encuentra uno o lo inventa−
y ordena la repetición de las elecciones, no en una semana, sino dentro de
cinco, pues hay que dar chance a que los amos del poder se recuperen tras la
inesperada debacle por la derrota sufrida. Pero la “ayuda” del TSJ no se limita
a desconocer el triunfo del ganador, el candidato de la MUD, sino que, de paso,
lo inhabilita, no vaya a ser cosa que, como en la novela de Saramago, que se
repita el resultado. El omnímodo poder del régimen le permite hacer estas
cosas, inhabilitar a un candidato ya electo, algo más original que el estilo
“ortegiano”, el dictador de Nicaragua, que recurre a métodos más expeditos y
menos sofisticados: mete presos a sus posibles contrincantes.
Pero
en la ciudad fictícia de Saramago, el gobierno tiránico va más allá −como todo
Gobierno tiránico− y busca conexiones y por supuesto acaba “encontrándolas”,
por todas partes y entre lo que sea y se construye unos culpables, los acusa
por la prensa, publica sus fotos −hemos vivido esa historia− e inicia una feroz
persecución que, como también la hemos vivido, la tenemos que advertir y prevenir.
Pero, pasa también en la novela que alguien decide contar la historia verdadera
y logra, a pesar del estado de sitio y la censura de prensa, que ésta se
publique, se difunda y se conozca; y ocurre entonces −lo que para mí es el
meollo de la novela− que a pesar de que el Gobierno recoge la edición del
periódico en el que se publicó, la historia verdadera comienza a circular,
profusamente, en todas partes y en palabras de Saramago: “Resulta que
no todo está perdido, la ciudad ha tomado el asunto en sus manos, ha puesto en
marcha cientos de máquinas fotocopiadoras, y ahora son grupos animados de
chicas y chicos los que van metiendo los papeles en los buzones de las casas o
los entregan en las puertas, alguien pregunta si es publicidad y ellos responden
que sí señor, y de la mejor que hay.” Y esa es la enseñanza clave de
esta obra de Saramago, al menos una de ellas: La ciudad que toma el asunto en
sus manos. Que el pueblo, la gente, solo resuelve las cosas cuando las toma en
sus manos.
En la
novela, al igual que con la votación, nadie asumió tampoco la gloria de
reproducir la historia verdadera y comenzar a repartirla, simplemente ocurrió.
Allí, con fotocopiadoras y panfletos, pues en la época en la que se escribió y
transcurre la historia de Saramago, no existían las redes sociales; aquí, que
las tenemos, además del chismorreo y la circulación de banalidades, también
sirven para informar y facilitan enormemente la difusión de información, al
igual que el cara a cara, que en un estado como Barinas, es probablemente la
vía política más eficaz para informar.
En el
caso de Barinas tomar “el asunto en sus manos” es aceptar el reto; explicarle
al pueblo barinés lo ocurrido y ayudar a difundirlo al mundo; denunciar la
inhabilitación de Freddy Superlano, que habiendo sido aceptado como candidato
por el CNE, tras haber sido indultado en agosto de 2020, es ahora, después de
las elecciones, rechazado por el TSJ; denunciar la maniobra de los supuestos
“opositores” que se prestaron al juego y la trampa del régimen y que −tras
ayudar al despojo− ahora piden “unidad”; participar en el proceso electoral
convocado, con un nuevo candidato de ser necesario; arreciar la campaña en las
cinco semanas que quedan antes de la elección en enero de 2022 y volver a
derrotar al régimen. Obligarlos a hacer una nueva trampa, si es preciso, como
en la novela de Saramago.
Lo
ocurrido en Barinas nos muestra que los dueños del poder, entre sus diferentes
tendencias −ya inocultables− no lograron ponerse de acuerdo y como ninguno pudo
prevalecer sobre el otro, surgió una solución de “compromiso”, al viejo estilo
de “ni tú, ni yo”: Unos inhabilitan a Superlano −algunos dicen que por su
vinculación partidista, VP, resultaba incómodo para algunos sectores castrenses
que apoyan al gobierno− y otros acceden a eliminar al actual y derrotado
gobernador y candidato, incómodo también para algún sector del régimen.
La
tarea de resolver el entuerto −y la sorpresa de haber perdido el estado,
“patria chica”, del líder supremo− se encomienda al TSJ, esa “mano negra” del
régimen, con la que el poder ejecutivo siempre cuenta para remendarse el capote
y sacar las pezuñas del barro. Así como en 2015 el TSJ desconoció la voluntad
popular en Amazonas y dejó sin representación a ese estado en la Asamblea
Nacional durante cinco años, en esta ocasión con una decisión, más insólita y
cínica, conminado de emergencia a “encontrar una salida”, tiene la desfachatez
de reconocer el triunfo de Superlano −con un escaso margen, pero margen al fin,
del 0,39%, algo así como 300 votos− pero lo elimina de la contienda, apelando a
una desconocida decisión del Contralor General de la República, que ni el
propio CNE sabia de su existencia, y ordena al ente electoral la convocatoria
de un nuevo proceso.
Pero
la barbaridad jurídica es de tal magnitud en esta ocasión, que no solo queda
demostrado otra vez ante el país, y el mundo, la falta de independencia de los
poderes en Venezuela, sino que una vez más el TSJ le pasa por encima a las
atribuciones de otro poder del Estado, al asumir tareas y decisiones del CNE
−eliminando un candidato aceptado por éste y ordenando convocar a un nuevo
proceso electoral−, sino que de paso desconoce un indulto del propio Presidente
de la República, dictado en agosto de 2020, que eliminaba la inhabilitación que
pesaba sobre varios candidatos, entre ellos Superlano, que igualmente
concurrieron al proceso electoral, pero cuyos casos, según el TSJ,
aparentemente no ameritan la convocatoria de nuevos procesos electorales.
Probablemente −o seguramente− porque ninguno le ganó las elecciones a un
candidato oficialista.
Corolario
y consecuencia también de esta nueva arbitrariedad, es que una vez más −aunque
esto es lo que menos les importa− el TSJ y el CNE desconocen la voluntad del
electorado, en este caso del barinés, expresada en las urnas el 21N.
Por su
parte el CNE, obró con la misma pusilanimidad que en 2017, cuando aceptó
eliminar actas electrónicas y reemplazarlas por actas de votaciones manuales,
para desconocer el triunfo de la oposición en el Estado Bolívar; y ahora,
presuroso, en tiempo récord, procedió a publicar el cronograma electoral para
una elección convocada a instancias del TSJ, sin cuestionar siquiera que el
organismo judicial menoscabara su “poder electoral”.
Pero,
con lo ocurrido es imposible negar que se abrió una brecha en el bloque del
régimen, un intersticio por el que es posible pasar; una oportunidad que, en el
caso de Barinas, sería un grave error político desaprovechar, pues hay buenas
condiciones para lograr que baje la abstención −que en ese estado llanero fue
del 54%, 4 puntos por debajo del promedio nacional− y lo hemos dicho muchas
veces, que cuando la abstención baja del promedio, la oposición logra triunfos.
La
evidente caída electoral del régimen, que desde 2012 ha perdido 4,5 millones de
votos, y que ahora tengamos unas 60 alcaldías (no cuento como nuestras las que
ganaron otros supuestos opositores, hasta que demuestren, con hechos, que son
de verdad oposición) ponen en evidencia la merma de su apoyo popular y es
también una oportunidad para movilizar a la gente ante la inminencia de una
victoria importante, que sirva de efecto demostración para continuar rescatando
el valor del voto, menoscabado durante dos décadas por la tiranía, de cara a lo
que pueda ocurrir en 2022, fecha en la que se abre la posibilidad de un
referendo revocatorio, justamente un día después de la fecha convocada para la
nueva elección en Barinas.
Es
también una oportunidad, al nivel del pacto originario −ese que es necesario
reestablecer entre ciudadanos y políticos−, para que “la gente tome la solución
en sus manos”, de la que nos habla Saramago en su novela, y se involucre en
ella.
No se
trata de alentar o emprender demagógicamente aventuras populistas; pero, sí de
recordar que ya van dos veces, recientes, que se sorprende a la tiranía y se le
gana una elección; la primera en 2015, cuando millones salimos a votar y le
arrebatamos la Asamblea Nacional al régimen; la otra ocurrió el 21N, que
sorpresivamente, en el patio emblemático del chavismo perdieron la gobernación
de Barinas y se vieron obligados a abrir su saco de trucos para arrebatarle la
victoria al pueblo.
Si
bien no es una respuesta completa, pues se trata solo de un poder local, las
tareas simbólicas y aleccionadoras están allí. Al igual que en la novela de
Saramago, si la gente se sacude en la esperanza, toma las cosas en sus manos,
si se organiza como puede hacerlo y ya lo ha demostrado, la solución donde más
importa, estará más cerca.
Ismael
Pérez Vigil
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