Humberto García Larralde 09 de diciembre de 2021
¿Cuántas
veces apelará uno a la fábula del alacrán y la rana para explicar el sinsentido
(aparente) del comportamiento fascista? Consciente de que su labor destructiva
nacional se pasó de maracas y que su violación extendida de los derechos
humanos transgrede normas básicas de convivencia internacional, Maduro pareció
entender la necesidad de crear condiciones propicias para adquirir un mínimo de
legitimidad ante el mundo.
De otra forma, será poco probable que le alivien algunas de las sanciones que pesan sobre él y sus secuaces, una restricción significativa al margen de maniobra para sus diversos “negocios”. Corre el peligro de que, sin recursos, el tejido de alianzas cómplices sobre las que se mantiene su tiranía se deshilache y, «amor con hambre no dura».
Confiado
en que el desgaste del liderazgo opositor y sus pugnas internas le facilitarían
la victoria, decidió que las elecciones regionales y locales del 21-N de este
año contasen con condiciones que pudiesen obtener el visto bueno de las
naciones democráticas de mayor relieve. Aceptó, por tanto, incluir dos
reputados demócratas como rectores del CNE (conservando su mayoría de tres),
indultó a importantes dirigentes políticos perseguidos por su condición
opositora e invitó a una misión de observadores electorales (MOE) de la Unión
Europea para que le dieran su sello de aprobación.
Nada
de las marramucias con las que se hizo reelegir en 2018. El propio demócrata,
pues. Pero, como se reveló luego, su puesta en escena resultó muy distinta a la
Disneylandia electoral con la que pensaba redimirse.
La MOE
constató que el proceso comicial ocurrió en presencia de numerosas
irregularidades: ausencia de un poder judicial independiente, fuerte ventajismo
oficial, políticos inhabilitados, acceso desigual a los medios de comunicación
y tarjetas y símbolos de partidos opositores confiscados. Y, encima, ¡Freddy
Superlano ganó las elecciones para gobernador de Barinas, patria chica del
Eterno! Como eso desafiaba las leyes de la Historia (con mayúscula), siempre a
favor de la «revolución», había que «corregir» los hechos.
Y
–bajo las propias narices de la MOE a la que se trataba de enamorar– salió el
esperpento del tsj (minúsculas bien ganadas, con el perdón de las minúsculas)
invalidando ese triunfo. Sucede que, secretamente, Freddy Superlano seguía
“inhabilitado”. Como si eso no fuera suficiente, el ejército de ocupación en
que ha devenido el chavo-madurismo quiso vaciar el significativo triunfo de
Manuel Rosales en el Zulia, despojándolo del manejo de aeropuertos, peajes y del
puente sobre el Lago. Y, para culminar, se canceló de una vez la permanencia de
la MOE en Venezuela. ¡Fuera esa caterva de espías!
Es
bueno detenernos un instante en el vergonzoso fraude perpetrado en Barinas,
pues arroja luz sobre la naturaleza del régimen.
En primer lugar,
la inhabilitación política de cualquier venezolano sólo es posible por decisión
judicial motivada. Un órgano de la administración pública como la Contraloría
General de la República no puede inhabilitar políticamente a Freddy Superlano o
a otros.
Segundo, el
indulto de un presidente –y el chavismo reconoce a Maduro como tal—de todas
maneras anularía esa “inhabilitación” amañada.
Tercero, la
máxima autoridad electoral, el CNE, en razón de este indulto, había autorizado
la candidatura de Superlano (como de otros indultados).
Cuarto, el
alegato del tsj de que inhabilitó de nuevo a Superlano (¡!) nunca fue
comunicado al CNE. Nadie lo conocía.
Quinto, no
le toca a ese tsj intervenir las competencias de la autoridad electoral, el
CNE, para imponerle que suspenda el conteo de votos y convoque a nuevas
elecciones en ese Estado.
Sexto, si
la supuesta “inhabilitación” de Superlano era razón para ello, ¿por qué no
suspender, también, las elecciones en otros estados en los que habían
concurrido candidatos “inhabilitados”? En fin, una ristra de disparates y
atropellos pseudo-legales –seguramente se me escapan otros—que magnifican, a
los ojos de cualquier observador, la ausencia absoluta de garantías para que se
respetara la voluntad popular. Y uno de pregunta, ¿a qué se debió, entonces, el
esfuerzo por simular unas elecciones confiables?
Si se
esperaba que Maduro y sus cómplices actuasen en términos políticamente
racionales, la torpeza cometida con las elecciones de Barinas, la conculcación
de atribuciones a la gobernación del Zulia y la salida de la MOE no tienen
sentido. Los sacrificios incurridos en abrirles espacios a la oposición,
reducir su arsenal de trampas electorales, permitir el triunfo de la oposición
en numerosas alcaldías y algunos estados, ¿no era para conquistar legitimidad
internacional? ¿Por qué echar todo por la borda?
Algunos
atribuyen tal desatino a las contradicciones internas del chavo-madurismo, en
particular, a las maniobras de Cabello por sabotear la iniciativa de Maduro.
Desde luego, entre truhanes no pueden esperarse conductas de “gentlemen”
ingleses, del “fair play”. Pero la razón es otra.
Para
el fascismo, la política es una guerra. Los adversarios no son tales; son
enemigos. A la hora de las chiquitas, no se respeta norma alguna si ello hace
peligrar el triunfo de esa guerra. Y un aspecto central a todo triunfo, sobre
todo en la confrontación política, reside en lo simbólico. ¿Cómo admitir que
fue derrotado Chávez, el hermano, en la tierra en la que nació y creció el
venerado héroe de Sabaneta? El mito requiere preservar inmarcesibles los
elementos y signos que le dan vida y suscitan apego.
Es
consustancial al encantamiento que alimenta la fe de secta. ¡La tierra santa
debe defenderse como sea! En un plano más terrenal, el manejo non-sancto de la
familia Chávez al frente del estado no debe mancillar ese imaginario. Sus
haciendas y otros negociados irregulares no pueden salir a la luz pública. Ya
se procedió con la derrota de Francisco Rangel Gómez ante Andrés Velásquez en
las elecciones para gobernador de Bolívar en 2017.
Para
tapar los robos asociados a su gestión al frente del estado Bolívar, había que
“cortar por lo sano” (¡!) y robarse, también, las elecciones. Y, así como la
naturaleza del alacrán lo llevó a aguijonear a la rana y ahogarse, donde quiera
que peligre directa o indirectamente (por el colapso de la simbología
“revolucionaria”) el régimen de expoliación chavo-madurista, se echará por la
borda cualquier compromiso democrático. Es un asunto de economía política de
mafias.
Ahora
bien, quienes no deben dejarse llevar por simbolismos y pasiones sectarias, son
las fuerzas democráticas. Las cifras del 21-N revelan que, de haberse producido
candidaturas unificadas, habrían triunfado en unos 14 estados, aun con la
altísima abstención que hubo.
Además,
se mostró que, en el bastión chavista de Barinas, la voluntad popular se
inclina por rescatar la democracia. De manera que no hay excusa para aunar
esfuerzos para propinarle a los fascistas una derrota aun mayor en Barinas en
enero próximo. Aparentemente, ya se han celebrado acuerdos auspiciosos al
respecto. Pero lo ocurrido obliga a anticipar nuevas trampas por su parte y
tomar las previsiones en materia organizativa, de equipos de mesa y de denuncia
a los medios, ante lo que puedan tramar.
Finalmente,
lo sucedido es una alerta más a la estrategia trazada de conquistar condiciones
favorables a la realización de elecciones presidenciales y legislativas
confiables por medios pacíficos, como se ha tratado de adelantar a través del
proceso de negociación interrumpido en México. Sólo ante una correlación de
fuerzas que perciba como abiertamente contraria, el chavo-madurismo verá la
necesidad de ceder. Ello implica capitalizar el triunfo esperado en Barinas e
insuflarle a los venezolanos confianza en el voto como poderosa arma para el
cambio. La firmeza de nuestros aliados internacionales en torno a las
condiciones que justificarían el levantamiento de las sanciones cierra el
cuadro.
Maduro
y sus cómplices salieron bastante más golpeados, políticamente hablando, que la
oposición de la contienda de 21-N. Aprovechemos al máximo la oportunidad que
ello representa para avanzar.
Humberto
García Larralde
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