Por Antonio Pérez Esclarín
Como muchos temíamos,
la abstención fue la ganadora en las recientes elecciones. No es fácil superar
el escepticismo de la gente que no podía entender cómo los que ayer llamaban a
abstenerse, ahora les decían que el voto era la salida. También se evidenció
que si la oposición hubiera ido unida, no sólo se hubieran ganado un mayor
número de gobernaciones y alcaldías, sino que muchas más personas hubieran
votado pues no lo hicieron desanimadas por la proliferación de candidatos
incapaces de sacrificar sus intereses. También pudimos comprobar que la
ambición y el narcisismo impiden ver objetivamente la realidad, y que muchos
construyeron ilusiones sin fundamento sólido. A los abstencionistas que
supuestamente son los ganadores, les pregunto: ¿qué y quiénes ganaron en
realidad? ¿Acaso ganó Venezuela?
Pero no son tiempos de lamentos ni de buscar culpables. Son tiempos para la
autocrítica sincera, para repensar fríamente el modo de hacer política y para
impulsar nuevos liderazgos más coherentes y cercanos al sufrimiento de la
gente. Son tiempos para gestar propuestas realistas dirigidas a superar las
razones de la crisis que impide vida digna a las mayorías. Son tiempos para
trabajar con tesón en gestar una nueva democracia que posibilite la vivencia de
los derechos humanos de todos y de todas. No se trata de añorar el pasado sino
de construir un nuevo futuro, y de reinventar la democracia.
Las llamadas democracias meramente electoreras, basadas en la exclusión de muchos, en la inequidad y la corrupción, no son formas participativas ni adecuadas para organizar la sociedad. Pero la solución no puede ser la imposición represiva que impide la libre expresión y organización, castiga la crítica, multiplica la pobreza, y termina agigantando la exclusión y las desigualdades.. No hay mayor prueba de cinismo e inmoralidad que manipular los mecanismos democráticos para acabar con la democracia. Por ello, debemos empezar a trabajar por una genuina democracia que garantice elecciones equitativas y justas, con poderes autónomos e independientes; que promueva la información veraz y transparente; que posibilite el acceso a bienes y servicios de calidad. Democracia en la que nadie se sienta con derecho a decidir lo que los otros deben pensar, creer, hacer. Donde nadie quede excluido del derecho a trabajar, poseer, organizarse. Donde todos puedan convivir sin miedo y sin tener que renunciar a sus principios. Una democracia verdaderamente participativa , orientada a garantizar el bien común, que es el objetivo y razón de ser de la verdadera política, como nos insiste el Papa Francisco. Que acabe con un Estado como negocio privado de amigos y del partido que gobierna y se convierta en garante del bien común. Un Estado que no pretenda sustituir las capacidades de la sociedad, sino facilitar la participación de todos en la construcción del buen vivir. Un Estado que por la transparencia y la adecuada legislación dificulte y castigue la corrupción; y que por las múltiples formas de participación organizada impida la concentración de poder; un Estado fuerte, pero no autoritario.
Los regímenes autoritarios provocan la sumisión que termina frustrando la
participación y la capacidad de iniciativa. Por ello, promueven una pobre
educación para los pobres, o la utilizan para mantener al pueblo sumiso y
obediente. Saben que una educación crítica los haría conscientes de su
manipulación y les posibilitaría convertirse en ciudadanos.
pesclarin@gmail.com
www.antonioperezesclarin.com
30-11-21
https://www.eluniversal.com/el-universal/113218/reinventar-la-democracia
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