Francisco Fernández-Carvajal 30 de abril de 2022
@hablarcondios
— El
domingo, día del Señor.
— Las
fiestas cristianas. Sentido de las festividades. La Santa Misa, centro de la
fiesta cristiana.
— El
culto público a Dios. El descanso dominical y festivo.
I. «El
día llamado del Sol se reúnen todos en un mismo lugar, quienes habitan en la
ciudad y los que viven en el campo... Y nos reunimos todos en este día, en
primer lugar, porque, en este día, que es el primero de la semana, Dios creó el
mundo (...) y porque es el día en que Jesucristo nuestro Salvador resucitó de
entre los muertos»1.
El sábado judío dio paso al domingo cristiano desde los mismos comienzos de la
Iglesia. Desde entonces, cada domingo celebramos la Resurrección de Cristo.
El sábado era en el Antiguo Testamento día dedicado a Yahvé. Dios mismo lo instituyó2 y mandó que el pueblo israelita se abstuviera de ciertos trabajos en esa jornada, para dedicarse a honrar a Dios3. También era el día en el que se congregaba la familia y se celebraba el fin de la cautividad en Egipto. Con el paso del tiempo, los rabinos complicaron el precepto divino, y en tiempos de Jesús existía una serie de minuciosas y agobiantes prescripciones que nada tenían que ver con lo que Dios había dispuesto sobre el sábado.
Los
fariseos chocaron frecuentemente con Jesús por estas cuestiones. Sin embargo,
el Señor no menospreció el sábado, no lo suprimió como día dedicado a Yahvé;
por el contrario, parece ser su día predilecto: acude ese día a las sinagogas a
predicar, y muchos de sus milagros fueron realizados en día de sábado.
La
Sagrada Escritura, en innumerables pasajes, había dado siempre un concepto alto
y noble del sábado. Era el día establecido por Dios para que su pueblo le diese
un culto público, y la total dedicación de la jornada aparece como una
obligación grave4.
La importancia del precepto se deduce también de la repetición de ese mandato a
lo largo de la Escritura. En ocasiones, los Profetas señalan como causa de los
castigos de Dios sobre su pueblo el no haber guardado sus sábados.
El
descanso sabático era de naturaleza estrictamente religiosa, y por eso
culminaba y se manifestaba en la oblación de un sacrificio5.
Las
fiestas de Israel, y particularmente el sábado, eran signo de la alianza divina
y un modo de expresar el gozo de saberse propiedad del Señor y objeto de su
elección y de su amor. Por eso cada fiesta estaba ligada a un acontecimiento de
salvación.
Sin embargo,
aquellas fiestas solo contenían la promesa de una realidad que aún no había
tenido lugar. Con la Resurrección de Jesucristo, el sábado deja paso a la
realidad que anunciaba, la fiesta cristiana. El mismo Jesús habla del reino de
Dios como de una gran fiesta ofrecida por un rey con ocasión de las bodas de su
hijo6, en quien somos invitados a participar de los bienes
mesiánicos7. Con Cristo surge un culto nuevo y superior, porque tenemos
también un nuevo Sacerdote, y se ofrece una nueva Víctima.
II.
Después de la Resurrección, el primer día de la semana fue considerado por los Apóstoles
como el día del Señor, dominica dies8,
cuando Él nos alcanzó con su Resurrección la victoria sobre el pecado y la
muerte. Por eso los primeros cristianos tenían las reuniones litúrgicas en
domingo. Y esta ha sido la constante y universal tradición hasta nuestros días.
«La Iglesia, por una tradición apostólica que trae su origen desde el mismo día
de la Resurrección de Cristo, celebra el misterio pascual cada ocho días, en el
día que es llamado con razón día del Señor o domingo»9.
Este
precepto de santificar las fiestas regula un deber esencial del hombre con su
Creador y Redentor. En este día dedicado a Dios le damos culto especialmente
con la participación en el Sacrificio de la Misa. Ninguna otra celebración
llenaría el sentido de este precepto.
Junto
al domingo, la Iglesia determinó las fiestas que conmemoran los principales
acontecimientos de nuestra salvación: Navidad, Pascua, Ascensión, Pentecostés,
otras fiestas del Señor y las fiestas de la Virgen. Junto a estas, los cristianos
celebraron desde el principio el die natalis o aniversario del
martirio de los primeros cristianos. Las fiestas cristianas llegaron incluso a
ordenar el mismo calendario civil. Siguiendo el calendario, la Iglesia
«conmemora los misterios de la redención, abre las riquezas del poder
santificador y de los méritos de su Señor, de tal manera que en cierto modo se
hacen presentes en todo momento para que puedan los fieles ponerse en contacto
con ellos y llenarse de la gracia de la salvación»10.
El
centro y el origen de la alegría de la fiesta cristiana se encuentra en la
presencia del Señor en su Iglesia, que es la prenda y el anticipo de una unión
definitiva en la fiesta que no tendrá fin11.
De ahí la alegría que inunda la celebración dominical, como aparece en la
Oración sobre las ofrendas de la Misa de hoy: Recibe, Señor, las ofrendas
de tu Iglesia exultante de gozo; y pues en la resurrección de tu Hijo nos diste
motivo para tanta alegría, concédenos participar de este gozo eterno. Por
eso nuestras fiestas no son un mero recuerdo de hechos pasados, como puede
serlo el aniversario de un acontecimiento histórico, sino que son un signo que
manifiesta y hace presente a Cristo entre nosotros.
La
Santa Misa hace presente a Jesús en su Iglesia y es Sacrificio de valor
infinito que se ofrece a Dios Padre en el Espíritu Santo. Todos los demás valores
humanos, culturales y sociales de la fiesta deben ocupar un segundo lugar, cada
uno en su orden, sin que en ningún momento oscurezcan o sustituyan lo que debe
ser fundamental. Junto a la Santa Misa, tienen un lugar importante las
manifestaciones de piedad litúrgica y popular, como el culto eucarístico, las
procesiones, el canto, un mayor cuidado en el vestir, etc.
Hemos
de procurar, mediante el ejemplo y el apostolado, que el domingo sea «el día
del Señor, el día de la adoración y de la glorificación de Dios, del santo
Sacrificio, de la oración, del descanso, del recogimiento, del alegre
encontrarse en la intimidad de la familia»12.
III. Aclamad
al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria,
leemos en la Antífona de entrada13.
El
precepto de santificar las fiestas responde también a la necesidad de dar culto
público a Dios, y no solo de modo privado. Algunos pretenden relegar el trato
con Dios al ámbito de la conciencia, como si no debiera tener necesariamente
manifestaciones externas. Sin embargo, el hombre tiene el deber y el derecho de
rendir culto externo y público a Dios; sería una grave lesión que los
cristianos se vieran obligados a ocultarse para poder practicar su fe y dar
culto a Dios, que es su primer derecho y su primer deber.
El
domingo y las fiestas determinadas por la Iglesia son, ante todo, días para
Dios y días especialmente propicios para buscarle y para encontrarle. «Quaerite
Dominum. Nunca podemos dejar de buscarlo: sin embargo, hay períodos que
exigen hacerlo con más intensidad, porque en ellos el Señor está especialmente
cercano, y por lo tanto es más fácil hallarlo y encontrarse con Él. Esta
cercanía constituye la respuesta del Señor a la invocación de la Iglesia, que
se expresa continuamente mediante la liturgia. Más aún, es precisamente la
liturgia la que actualiza la cercanía del Señor»14.
Las
fiestas tienen una gran importancia para ayudar a los cristianos a recibir
mejor la acción de la gracia. En esos días se exige también que el creyente
interrumpa el trabajo para poder dedicarse mejor al Señor. Pero no hay fiesta
sin celebración, pues no basta dejar el trabajo para hacer fiesta; tampoco hay
fiesta cristiana sin que los creyentes se reúnan para dar gracias, alabar al
Señor, recordar sus obras, etcétera. Por eso indicaría poco sentido cristiano
plantear el domingo, la fiesta, el fin de semana..., de manera que se hiciera
imposible o muy difícil ese trato con Dios. A algunos cristianos tibios les
sucede que acaban por pensar que no tienen tiempo para asistir a la Santa Misa,
o lo hacen precipitadamente, como quien se libera de una enojosa obligación.
El
descanso no es solo una oportunidad para recuperar fuerzas, sino que es también
signo y anticipo del reposo definitivo en la fiesta del Cielo. Por eso la
Iglesia quiere celebrar sus fiestas incluyendo el descanso laboral, al que por
otra parte tienen derecho los fieles cristianos como ciudadanos iguales a los
demás; derecho, que el Estado ha de garantizar y proteger.
El
descanso festivo no debe interpretarse ni ser vivido como un simple no hacer
nada –una pérdida de tiempo–, sino como la ocupación positiva y el
enriquecimiento personal en otras tareas. Hay muchos modos de descansar, y no
conviene quedarse en el más fácil, que muchas veces no es el que mejor nos
descansa. Si sabemos limitar, por ejemplo, el uso de la televisión también los
días de fiesta, no repetiremos tanto la falsa excusa de que «no tenemos
tiempo». Al contrario, veremos que esos días podemos pasar más tiempo con la
familia, atender a la educación de los hijos, cultivar el trato social y las
amistades, hacer alguna visita a unas personas necesitadas, o que están solas o
enfermas, etcétera. Es quizá la ocasión que estábamos buscando para poder
conversar detenidamente con un amigo; o el momento para que el padre o la madre
puedan hablar a solas, al hijo que más lo necesita y escuchar. En general, hay
que «... saber tener todo el día cogido por un horario
elástico, en el que no falte como tiempo principal –además de las normas
diarias de piedad– el debido descanso, de tertulia familiar, la lectura, el
rato dedicado a una afición de arte, de literatura o de otra distracción noble:
llenando las horas con una tarea útil, haciendo las cosas lo mejor posible,
viviendo los pequeños detalles de orden, de puntualidad, de buen humor»15.
1 Liturgia
de las Horas. Segunda lectura. San Justino, Apología
1ª 67. —
2 Gen 2,
3. —
3 Ex 20,
8-11; 21, 13; Dt 5, 14. —
4 Cfr. Ex 31,
14-15. —
5 Cfr. Num 28,
9-10. —
6 Cfr. Mt 22,
2-13. —
7 Cfr. Is 25,
6-8. —
8 Apoc 1,
10. —
9 Conc.
Vat. II, Const. Sacrosanctum Concilium, 106. —
10 Ibídem,
102. —
11 Cfr. Apoc 21,
1 ss; 2 Cor 1, 22. —
12 Pío
XII, Aloc. 7-lX-1947. —
13 Sal 65,
1-2. —
14 Juan
Pablo II, Homilía, 20-III-1980. —
15 Conversaciones
con Monseñor Escrivá de Balaguer, 111.
Tomado
de: https://www.hablarcondios.org/meditaciondiaria.aspx
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