Fernando Luis Egaña 22 de febrero de 2024
Una
«mala» democracia es siempre preferible a una supuesta «buena» dictadura. ¿Por
qué? Pues porque aquella puede ser reformada por las buenas, a través de
elecciones que expresen la voluntad de cambio.
Un
régimen despótico, es decir: que hace lo que le da la gana en el país donde
impera, aplastando el sistema jurídico democrático, tanto interno como
internacional, nunca jamás será un régimen aceptable; sea de izquierda, de
derecha; sea una mezcolanza, y peor de lo peor, si es una hegemonía entrelazada
con la criminalidad organizada.
Puede ser que un régimen despótico llegue a tener popularidad. Hay casos de casos, pero aquello, tarde o temprano, terminará en una destrucción política, económica y social del país en cuestión. La experiencia de la historia en nuestra parte del mundo, América Latina, lo confirma hasta la saciedad.
Una
«mala» democracia es siempre preferible a una supuesta «buena» dictadura. ¿Por
qué? Pues porque aquella puede ser reformada por las buenas, a través de
elecciones que expresen la voluntad de cambio. Pero una hegemonía despótica,
así tenga un origen comicial, buscará enquistarse en el poder –con disimulo
seudo-democrático, casi siempre–, y si lo logra, entonces no permitirá ser
superada, e impondrá su continuismo por las malas y las peores.
A las
democracias, con todos sus bemoles, les interesa mejorar las condiciones de la
nación. Como se respeta la alternabilidad, ello es un objetivo central. Muchas
veces hay gobiernos democráticos que desarrollan una labor constructiva, pero
que la misma alternancia democrática, por re o por fa, le abre camino a otro
gobierno democrático de signo diferente. El Estado democrático
continúa, la lucha política también, se mantiene una estructura de derecho,
pluralista, y los países tienen la posibilidad de avanzar en libertad.
Nada
de esto ocurre en una dictadura, así tenga el mejor disfraz democrático que sea
posible confeccionar. Cuando la destrucción general es evidente, la obsesión de
continuismo se refuerza con base a la represión en los más variados aspectos.
Sólo
la presión interna al alimón con la presión de la comunidad democrática
internacional, pueden impulsar el cambio que el pueblo ansía y necesita. Esa
presión está consagrada y exigida en la Constitución formalmente vigente en
nuestra patria. El respeto a los derechos democráticos de un pueblo, es una
obligación que incumbe y obliga a las democracias del mundo.
Entre
una hegemonía despótica, depredadora, corrupta, represiva y destructiva; y un
cambio hacia el renacimiento de una democracia que emprenda la reconstrucción
integral del país, no se puede ser neutral o «equidistante». No. La opción es
clara y hace falta una determinación determinada para hacerla realidad.
Fernando
Luis Egaña
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