Por María Garcia de la P., 16/04/2012
Tuve la suerte de entrevistar
hace unos años en Gran Bretaña a Simon Baron-Cohen, un psiquiatra y
neurocientífico que está dedicando la segunda parte de su vida al análisis
de la crueldad humana. Tal vez porque el comienzo de todo para él empezó
cuando tenía siete años y su padre le explicó cómo los nazis habían
convertido a judíos en portalámparas.
La perversión de tratar a los
humanos como objetos no fue solo de los nazis; y es muy bueno que todo un
equipo de científicos se dedique a descubrir los pormenores de este
comportamiento que deriva en tratarlos con crueldad; entendida no desde el
punto de vista del mal, sino de la falta de empatía. ¿Cuáles son las
razones que incitan esta ausencia de empatía que alimenta sin duda la
crueldad de unos contra otros?
Tal vez lo primero que habría
que recordar es que no ha habido un solo holocausto, sino varios; entre
otros, uno en España, porque eso es lo que fue la Guerra Civil española:
otro holocausto no menos real que el de Auschwitz. Pero cuando se buscan
las razones últimas de la crueldad, basta con contemplarla en un solo
individuo. Simon Baron-Cohen cuenta lo que pudo presenciar en un mercado de
Nairobi hace apenas unos años. Estaban paseando por una barriada y, al
llegar a un mercadillo, súbitamente, una mujer lanzó un grito desgarrador.
Resulta que un delincuente le cortó a la mujer el dedo anular de la mano
izquierda para llevarse con el dedo el anillo. Al delincuente lo que le
interesaba era el anillo, porque en su mente había objetivado a las
personas en objetos.
Es muy probable que la
persona que no dudó ni un instante en cortarle el dedo a la señora para
hacerse con el anillo fuera un psicópata; es decir, alguien con empatía
cero o menos que cero. Se calcula que existe un uno por ciento de
psicópatas, que es mucho y, sobre todo, el porcentaje es constante, lo que
no quiere decir que no aumente el número de psicópatas en términos
absolutos. ¿Pueden identificarse los psicópatas aunque vayan trajeados y
con corbata? Pues sí; hace años que pudieron definirse científicamente sus
rasgos.
Los psicópatas intentan
aparentar lo que no son; por eso es habitual que su apariencia sea normal y
hasta afable. Nunca dan muestras de ansiedad o sentimiento de culpa.
Obviamente, no son personas de las que te puedas fiar. No es nada extraño
que den muestras continuas de egocentrismo. Son incapaces de generar una
relación duradera de amistad, y no intente castigarlos con ánimo de
enseñarles porque no entienden nada de lo que ataña a la justicia. No
sirven como ejemplo del buen funcionamiento de sus emociones; entre otras
cosas, porque se caracterizan por su ausencia total de empatía. Son
incapaces de prever el impacto de su conducta sobre los demás; no se enteran.
Por último, son incapaces de planificar de cara al futuro.
Sabemos, pues, cómo son los
psicópatas y hasta intuimos cómo les gusta ir disfrazados. Es muy
importante para poder identificarlos y evitar que causen daños
innecesarios. Pero es más importante todavía darse cuenta de que, para
ellos, el mundo no se divide entre ellos y los demás, sino simplemente en
lo que les afecta exclusivamente a ellos de una manera u otra. Hasta ahora
la ciencia nos demuestra que no es fácil convertir a los psicópatas en
personas normales, por el hecho sencillo de que no están debidamente
conectados con el resto, de que no son sociales, de que de sus actos no
depende el que los demás vivan más tranquilos, sino peor. Algo sí tenemos
que agradecerles a los psicópatas… y es habernos enseñado que sirve de muy
poco intentar evitar el mal por el mal; lo importante es inundar el mundo
de empatía, que es justamente lo que ellos no tienen.
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