Por: JOSÉ MANUEL OTAOLAURRUCHI, L. C.,
07 de Abril del 2012 en El
Tiempo
El motivo profundo de nuestra alegría está en
saber que las cadenas de la muerte han sido rotas.
El domingo de resurrección
parece el domingo de las prisas, porque todos corren.
Cuando
una persona corre, pueden estar sucediendo varias cosas: lo más probable es que
esté llegando tarde a una cita o que la esté dejando el autobús o el avión.
También se corre para escapar de algún peligro; basta ver cómo la gente sale
despavorida en las manifestaciones cuando la policía dispara las bombas de gas
lacrimógeno. ¡Cómo no recordar cuando el ángel le dijo en sueños a san José:
"Toma al Niño y a su madre y huye a Egipto porque Herodes lo busca para
matarlo"! (Mt. 2,13). Esa misma noche escaparon.
Encuentro
un tercer motivo para andar de prisa y es cuando sucede algo muy bueno, ya se
trate de una excelente noticia que nos pica la lengua si no la comunicamos, o
de una maravillosa oportunidad. Si los almacenes El Éxito sacan un aviso en que
informan que solo por hoy ofrecen 80 por ciento de descuento en todos sus
productos, ya nos vemos salir disparados antes de que se agoten las mercancías.
El
domingo de resurrección parece el domingo de las prisas, porque todos
corren. María Magdalena sale de madrugada a visitar el sepulcro. Al ver
que la piedra del monumento estaba removida y que el cuerpo de Jesús había
desaparecido, vuela a comunicárselo a Pedro y a Juan. Sin deliberar,
estos a su vez corren para cerciorarse del hecho. Cuando Juan vio los lienzos
puestos en el suelo y el sudario doblado en un sitio aparte, entendió lo que
Jesús les había dicho: que resucitaría al tercer día, y entonces vio y creyó.
Los
dos discípulos, que, decepcionados y cabizbajos, iban a Emaús, distante de
Jerusalén once kilómetros, cuando se encuentran con Cristo resucitado, vuelven
esa misma noche para comunicar la noticia a los apóstoles.
¿Por
qué corren? Corren porque están felices. Pasaron de la pena de haber perdido al
Maestro, al gozo de haberlo recuperado. Todo indicaba que el mal y la
injusticia se habían vuelto a salir con las suyas, pero no fue así. La
decepción se torna en esperanza. En la resurrección de Cristo encontramos un
motivo profundo de alegría, pues autentifica el misterio de la Encarnación del
Verbo de Dios. "Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe" (I Cor.
15,17).
La
resurrección es la clave de interpretación de la historia y la garantía de
nuestras esperanzas. ¿Por qué seguimos buscando entre los muertos al que vive?
(Lc. 24,5). Que venga Handel y entone el 'Aleluya', Wagner con el 'Coro
de los Peregrinos', Verdi con la marcha triunfal, pues hay motivo para
festejar. El motivo profundo de nuestra alegría está en saber que las cadenas
de la muerte han sido rotas y que la respuesta al problema de la muerte ha sido
superada en Cristo, nuestro salvador.
JOSÉ
MANUEL OTAOLAURRUCHI, L. C.
twitter.com/jmotaolaurruchi
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