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domingo, 8 de abril de 2012

Tenían prisa



El motivo profundo de nuestra alegría está en saber que las cadenas de la muerte han sido rotas.

El domingo de resurrección parece el domingo de las prisas, porque todos corren.

Cuando una persona corre, pueden estar sucediendo varias cosas: lo más probable es que esté llegando tarde a una cita o que la esté dejando el autobús o el avión. También se corre para escapar de algún peligro; basta ver cómo la gente sale despavorida en las manifestaciones cuando la policía dispara las bombas de gas lacrimógeno. ¡Cómo no recordar cuando el ángel le dijo en sueños a san José: "Toma al Niño y a su madre y huye a Egipto porque Herodes lo busca para matarlo"! (Mt. 2,13). Esa misma noche escaparon.

Encuentro un tercer motivo para andar de prisa y es cuando sucede algo muy bueno, ya se trate de una excelente noticia que nos pica la lengua si no la comunicamos, o de una maravillosa oportunidad. Si los almacenes El Éxito sacan un aviso en que informan que solo por hoy ofrecen 80 por ciento de descuento en todos sus productos, ya nos vemos salir disparados antes de que se agoten las mercancías.

El domingo de resurrección parece el domingo de las prisas, porque todos corren.  María Magdalena sale de madrugada a visitar el sepulcro. Al ver que la piedra del monumento estaba removida y que el cuerpo de Jesús había desaparecido, vuela a comunicárselo a Pedro y a Juan.  Sin deliberar, estos a su vez corren para cerciorarse del hecho. Cuando Juan vio los lienzos puestos en el suelo y el sudario doblado en un sitio aparte, entendió lo que Jesús les había dicho: que resucitaría al tercer día, y entonces vio y creyó.

Los dos discípulos, que, decepcionados y cabizbajos, iban a Emaús, distante de Jerusalén once kilómetros, cuando se encuentran con Cristo resucitado, vuelven esa misma noche para comunicar la noticia a los apóstoles.

¿Por qué corren? Corren porque están felices. Pasaron de la pena de haber perdido al Maestro, al gozo de haberlo recuperado. Todo indicaba que el mal y la injusticia se habían vuelto a salir con las suyas, pero no fue así. La decepción se torna en esperanza. En la resurrección de Cristo encontramos un motivo profundo de alegría, pues autentifica el misterio de la Encarnación del Verbo de Dios. "Si Cristo no resucitó, vana es nuestra fe" (I Cor. 15,17).

La resurrección es la clave de interpretación de la historia y la garantía de nuestras esperanzas. ¿Por qué seguimos buscando entre los muertos al que vive? (Lc. 24,5).  Que venga Handel y entone el 'Aleluya', Wagner con el 'Coro de los Peregrinos', Verdi con la marcha triunfal, pues hay motivo para festejar. El motivo profundo de nuestra alegría está en saber que las cadenas de la muerte han sido rotas y que la respuesta al problema de la muerte ha sido superada en Cristo, nuestro salvador.

JOSÉ MANUEL OTAOLAURRUCHI, L. C.
twitter.com/jmotaolaurruchi

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