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domingo, 8 de abril de 2012

¿Quién gobierna internet?


Por Juan Camilo Maldonado T., 06/04/2012
El año pasado el número de usuarios conectados a internet ascendió a 2.100 millones. Casi un tercio de la población mundial se conectó a una red con más de 550 millones de páginas web, donde anualmente se observan un billón de videos de You Tube y a diario se escriben 250 millones de tweets.

¿Quién gobierna la red? ¿Quién organiza esta cuasi infinita sucesión de clics que, para el 2015, podrían implicar, según Cisco, transacciones comerciales por más de US$1,300 billones?

Para muchos, la red simplemente está ahí. Es como el agua, que sale de la llave, o la comida que llega a la mesa. Pocos saben, sin embargo, que tras el denso entramado de fibra óptica que une a computadores, tablets y celulares con antenas y servidores de un lado al otro del mundo, se esconde una trascendente disputa por el control de esta infraestructura y el código cibernético que subyace en ella.

En América Latina pocos tienen esto tan claro como la argentina Olga Cavalli, una ingeniera electrónica que, por azar de la vida, terminó asesorando al ministerio de Telecomunicaciones de su país, cuando el gobierno argentino se preparaba para pelearse un espacio en los escenarios globales en los que, a principios del milenio, se definía quién y cómo gobernaría la red.

¿Gobernar la red? Sí. Desde su nacimiento, en los cuarteles generales de la Secretaría de Defensa de los Estados Unidos, internet había sido desarrollada gracias a la alianza entre el gobierno norteamericano y una serie de ingenieros de sistemas vinvulados a importantes universidades norteamericanas. Luego, a comienzos de los noventa, tras descubrir el potencial comercial de la naciente world wide web, esa alianza se estableció entre estos mismos ingenieros y la secretaría de Comercio de la administración.

Ya entonces las redes de conexión digital se expandían por el mundo y, desde Estados Unidos, se diseñaban los códigos y protocolos cibernéticos que hacían posible la comunicación entre los computadores del mundo. En especial, dos códigos eran fundamentalmente importantes: el Protocolo de Internet (IP), una suerte de cédula de ciudadanía para cada una de las máquinas que aspiraban a conectarse a la red, y el sistema de nombres de dominio, fundamental para decidir la propiedad de los nombres de las páginas de internet.

Rápidamente, muchos se dieron cuenta de las dimensiones políticas y económicas detrás de este código. “La economía hoy se basa en la red y en las relaciones que tenés a través de la red. En ese contexto, las direcciones IP son las que te identifican dentro de internet, mientras que los dominios tienen valor por su significado y por el tráfico que generan”, explica Cavalli. Este último elemento es fundamental: ¿quién decide que la dirección www.mcdonalds.com le pertenece, en efecto, a la corporación McDonalds y no a un tal Felipe McDonalds, que amaneció un día con ganas de tener una página de internet con su apellido.

Bien consciente de lo que se les venía, el gobierno Clinton auspició en 1998 la creación de la International Corporation of Assigned Names and Numbers (ICANN). Es raro encontrar una traducción, pero en castizo, se trata de una corporación privada sin ánimo de lucro, acogida a las leyes del estado de California y cuyo objetivo es precisamente, administrar los “recursos” de la red, entre ellas, los códigos IP’s y los dominios web.

¿Qué opinan los chinos, los indios o los brasileños de este arreglo? No les hace mucha gracia. En cuestión de una década internet se expandió por el mundo entero, cruzó fronteras, le dio voz a sus ciudadanos, le abrió oportunidad de negocios a sus comerciantes, facilitó el flujo de ideas y, todo esto ocurrió bajo su mirada impasible.

Entonces comenzó la “gran batalla por el corazón de la red”, como lo catalogó algún agudo observador. Por un lado, el ejército de ingenieros, académicos y geeks que le dieron vida a la red, junto a un puñado de empresas del sector de las telecomunicaciones y la informática, y la bendición de la Secretaría de Comercio de los Estados Unidos, y por el otro lado el resto de naciones, atrincheradas en la Unión Internacional de Comunicaciones (ITU) que, desde los años del telégrafo y al amparo de Naciones Unidas, rige —casi todas— las políticas sobre telecomunicaciones en el mundo.

Olga Cavalli había escuchado hablar de ICANN, pero poco o nada entendía del tema cuando recibió la orden de viajar a Ginebra, en 2003, a representar al gobierno de Argentina en la Cumbre Mundial de la Sociedad de la Información. La reunión, que duró cuatro años, marcó el inicio de una serie de negociaciones —muchas de ellas aún inconclusas— para determinar cómo debería ser gobernada la red.

El diálogo no se detiene y muchos temas han entrado en la agenda de la ‘gobernanza de internet’. Entre ellos, no sólo qué va a ocurrir con la administración de las direcciones IP’s, sino qué va a pasar con aquellos que no tienen aún acceso a la red con los derechos de propiedad intelectual o la cada vez más amplia vulnerabilidad de la privacidad de los usuarios de internet.

Luego de participar como diplomática en muchas discusiones, Olga Cavalli resolvió liderar la creación en América Latina de la Escuela de Gobernanza de Internet del Sur, apoyada por muchas de las instituciones que, en la región, han liderado éste diálogo, desde Google hasta LACNIC (una suerte de capítulo regional de ICANN), y en la que, de manera gradual, se ha incrementado el debate en la región sobre temas que hasta hace unos años eran casi inexplorados.

La semana pasada, Cavalli llegó a Bogotá para coordinar la tercera versión de la escuela, que se desarrolla de manera itinerante y por una semana, desde hace tres años.

Aunque Estados Unidos aún lidera buena parte del gobierno de la red, Cavalli se muestra optimista: “Luego de una década, la ICANN se ha abierto a la comunidad internacional, a la sociedad civil y al sector privado”. También asegura y defiende el arreglo actual: “Aún no se depende de Naciones Unidas, pero es que un ambiente multilateral-intergubernamental le quitaría el dinamismo con el que se ha desarrollado la red”.

¿Qué le preocupa del futuro de la red en América Latina? Su respuesta, usualmente, es la misma: la región necesita más infraestructura. De hecho, este fue un tema constante durante la semana en que transcurrió la escuela. Actualmente la región cuenta con muy pocos cables submarinos para conectarse a la red, lo que incrementa inmediatamente los costos de conexión en la región y, por ende, sube las barreras de accesibilidad para la población con menos recursos económicos.

“Si nos pudiéramos interconectar entre todos, esto cambiaría”, asegura Cavalli refiriéndose a la hoja de ruta firmada por los ministros de Telecomunicaciones de la Unión de Naciones Sudamericanas (UNASUR), a finales del mes pasado, para establecer en la región un anillo de fibra óptica. “Éste nos permitiría dejar de enrutar la conexión por Estados Unidos, que nos está saliendo muy cara”, asegura. Según sus cálculos, actualmente cuesta sesenta veces más transmitir datos entre Buenos Aires y Nueva York, que entre Nueva York y una ciudad europea.

Como ya pasó en otros momentos del mundo, América Latina parece llegar con retraso a los grandes debates de la ‘política de la red’. ¿Podrá desatrasarse? Cavalli recomienda ir paso a paso, asistir a los foros, llevar la preocupación de nuestros países a la esfera internacional.

Y a Colombia, ¿cómo le va en esto? Cavalli aplaude la invitación del ministro de Tic’s, Diego Molano, quien buscó que la Escuela de Gobernanza se trasladara este año a Bogotá; sin embargo, asegura que no recuerda “a ningún colombiano que haya participado en el Foro de Gobernanza de Internet, ni en la ICANN, ni otros espacios globales de gobernanza...”.

Es hora, concluye, de que Colombia lleve sus preocupaciones sobre internet a los foros internacionales de la red. “Hay que estar allí si se quiere decidir. Porque al final alguien decide. Decide con información”.

La escasez de IP’s
A finales de los 90, los ingenieros de internet se dieron cuenta de que las 4.300 millones de direcciones IPv4 que sostenían la interconexión de los aparatos en la red, se agotarían más temprano que tarde. Se hizo evidente que, como ocurría con otros recursos naturales, la escasez podría conducir al conflicto, tal como lo mostró en su libro ‘Protocol Politics’ la directora del Proyecto de la Sociedad de la Información en la Universidad de Yale, Laura Denardis. Aunque aún las IPv4 no se han agotado, hoy se espera que un nuevo protocolo, el IPv6 —que cuenta con miles de millones de nuevos códigos— permita evitar que se agoten las direcciones.

La política detrás de un punto
¿Por qué hay dominio ‘.com’, ‘.co’ o ‘.mx’, pero no hay dominio ‘.gay’? ¿Por qué la isla de Tuvalu terminó vendiéndole a una empresa privada de televisión online el dominio ‘.tv’, que le adjudicó la ICANN? ¿Por qué Nueva York tiene dominio ‘.ny’, pero Bogotá no tiene dominio ‘.bog’? En tiempos de comercio electrónico, un dominio tiene valor político o económico. La comunidad gay quiere su dominio, pero los conservadores se oponen. El dominio ‘.tv’ era muy codiciado por empresas de televisión, y por eso terminaron pagando por él. Los dominios ponen de manifiesto conflictos políticos y económicos, de ahí la importancia de quién los administra.

* jmaldonado@elespectador.com

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