Roger Vilain en el BLOG POLIS 24-04-2012
Pasan los días y el espectáculo de la política local,
como siempre, ofrece mucho circo y poco pan. Sobre todo cuando el ejercicio del
poder muestra el balance en rojo de catorce años de alharacas, mediocridad y
desvergüenza. No es que en la oposición las cosas resulten muy benditas, pero
en el oficialismo se batieron todas las marcas de ineptitud entremezcladas con
insensatez. Un cóctel pésimo para el estómago.
Una vez escuché a un intelectual
gobiernero decir por todo el cañón, sin mínimo atisbo de pudor, que aquí la
inclusión, social y de cualquier pelaje, había llegado para arrellanarse en un
sofá, para quedarse. No le tembló un músculo de la cara. Al poco, Chávez en sus
cantaletas diarias sonreía a placer porque en este país de inteligentes
alguien, que rasguñaba versos, reconocía una realidad que de pura verdad si te
descuidas puede llevarte por el medio, puede aplastarte la nariz. Confieso que
a veces, cuando la cola del banco está gorda, me da por imaginar qué pasará por
la cabeza de estos señores escritores cuando estos señores escritores intentan
que una de sus neuronas, seguida de otra, y de otra si algo queda, hagan esa
cosa que dieron en llamar sinapsis.
Este gobierno, creador del apartheid
político más espeluznante en la historia venezolana (la execrable lista de
Tascón), pretende darse el lujo de aleccionar a propósito de ética, conducta
democrática, derechos humanos y otras menudencias por el estilo. El intelectual
de marras, personaje de cuyo nombre no vale la pena acordarse, gozaba
sintiéndose un progre posmoderno, exquisita pieza de esa izquierda caviar que
ni olvida ni aprende, y se movía y se mueve aún como liebre que hace surfing en
las playas de la bolivariana ideología tercermundista. Una izquierda feliz a la
hora de los acomodos, los carguitos, las prebendas, los premiecitos oficiales.
Una izquierda con tufo a scotch 18 años, temblorosa ante el caudillo, babieca ante
los Castro de este mundo, admiradora de la cárcel más grande y más longeva del
Caribe.
Pasan los días y se acumula la
esperanza. Al momento de votar (no hay cañoneras de potencia alguna apuntando a
Venezuela, no hay marines desembarcando por La Guaira, no hay tiempo para
inventarse sagas cinematográficas o épicas de combate en las montañas, mentiras
legitimadoras, ataques del imperio), digo, al momento de votar, justo en ese
gesto occidental tan poco estridente, tan de bostezo (apretar un botón, elegir)
el dedo índice se transforma en puntapié que va directo a las posaderas
presidenciales. Así cobran los demócratas, tal es el perfomance del futuro que
se asoma. Luego, claro, tocará barrer los vidrios rotos e intentar rehacer un
país. Nada menos.
Pasan los días, mientras tanto pasan
los días y llega Octubre. Siguen pasando los días.
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