Por: Antoni Gutiérrez-Rubí
| 17 abr 2012
El
rumor de fondo ya es cada vez más audible. La proximidad del primer aniversario
del #15M excita y
anima a los que veían con escepticismo y preocupación cómo la multitud les
disputaba el protagonismo de lo público y lo político. El cinismo avanza
confiado en la idea de que el cansancio y el desánimo de los que llenaron las
plazas y las calles será la mejor demostración de su inanidad. Sienten que, por
fin, va a llegar su momento para poner las cosas en su sitio. Las dificultades
para convertir en progresos democráticos el espíritu de la primavera egipcia,
por ejemplo, les facilitan una nueva coartada. Hay quien cree que es mejor Mubarak que una
mayoría islamista en el Parlamento egipcio democrático. Aquellos que nunca
vieron esperanzas, o temieron perder sus privilegios, se apresuran a certificar
la desilusión. Pero se equivocan.
Los
días previos al 15 de mayo serán, seguramente, el escenario de un auténtico
chaparrón de análisis, declaraciones y opiniones que argumentarán el descrédito
y la decepción sobre la capacidad de estos movimientos para ir más allá de la
agitación, la denuncia y la concienciación democrática, como si esto fuera poco.
La violencia que ha salpicado algunas concentraciones recientes, en especial
alrededor de la huelga general del 29M,
flota en el ambiente como amenaza y excusa. Amenaza para los nuevos movimientos
sociales. Excusa para desacreditarlos, confundirlos y mezclarlos por parte de
quienes -sin comprender lo que pasó- se apresuran a certificar lo que sucede y
sucederá en el futuro. Excusa también para que el Gobierno anuncie la reforma
del Código Penal. Intelectuales, abogados y activistas afines al movimiento
creen
que Rajoy
pretende "amedrentar" a los ciudadanos con este anuncio y que
recorre a la "estrategia del miedo" para incriminar formas de
respuesta pacífica pero alternativas.
Ya
hay quien prepara los funerales de lo que consideran fue solo espuma política.
Volveremos a oír las voces que ya nos advertían de lo peligroso, por efímero y
frágil, del movimiento, a la vez que insinuaban su carácter infantil e
inmaduro, vulnerable y manipulable (no faltaron, ni faltarán, teorías
conspirativas), y minaban la confianza en las fuerzas políticas de izquierda
tradicionales, dejando paso a la ofensiva conservadora. La victoria del PP el 20N confirmaría
estas advertencias sobre el pernicioso efecto que sobre la política
democrática, y sobre la izquierda en particular, podía tener el movimiento de
los indignados. Pero este tipo de análisis interesados solo alarga la agonía de
la
realidad a la que debe enfrentarse la socialdemocracia.
El
simplismo corroe el pensamiento político, acomoda y reconforta a quien no
quiere ver lo evidente. Los que así piensan, y conforme vayan pasando los días
se expresarán de manera estentórea, creen que las multitudes ilusionadas no son
capaces de canalizar las emociones en propuestas y alternativas, que el gusto
por el activismo esconde una incapacidad para el pensamiento y el análisis. En
definitiva, que se ha perdido el tiempo. No saben que, como dice el filósofo Edgar Morin: “los indignados denuncian; no pueden
enunciar”. Y esa naturaleza no es déficit, sino la
fuerza moral de los que dijeron basta, sabiendo el porqué, pero sin saber
–todavía- el cómo.
Y
se producen movimientos de fondo. El éxito parcial del 29M no fue solo de
los sindicatos ni de la oposición, sino de un magma social que confluye,
puntualmente, con las organizaciones establecidas pero
que las desborda y estimula con nuevas
realidades organizativas, estéticas
y propositivas.
En
el libro de Raffaele
Simone, El monstruo amable: ¿El mundo se
vuelve de derechas?,
Joaquín
Estefanía describe en el prólogo un determinado retrato de
estos movimientos, que ilustro con este fragmento: “La primera batalla, la de la percepción, ya la tiene
ganada la derecha global, sin necesidad de comparecer. Y en ella juegan un
papel esencial los jóvenes, para quienes en general la política ha dejado de
ser una actividad articulada, una búsqueda de soluciones que se obtienen del
esfuerzo, del estudio de los problemas y del discurso elaborado sino más bien
un deseo genérico de ‘hacer cosas’, de actuar e incluso de pelearse, de que ‘se
enteren’, de ‘darles una lección’. Así, la política [frente a la que los jóvenes sufren
una desafección creciente y cuando les preguntan qué opinan del sistema que los
acoge contestan que es corrupto, fallido, indiferente e irresponsable hacia
ellos] tiende a identificarse no con la elaboración cultural e ideológica sino
con el ‘comportamiento’, con el culto a la acción directa”.
Pero
es la acción directa, precisamente, la única alternativa que tienen muchos
ciudadanos, y en
especial los más jóvenes y los mayores. Exigirles propuestas desde una
atalaya que puede ser percibida como paternalista, cuando la política adulta,
senior, establecida es incapaz de resolver las grandes ecuaciones, no se siente
como aceptable.
El
próximo #12M (Global Day of Action)
es la referencia para actuar de nuevo, un año después de la fecha que cambió
muchas percepciones y que supuso la politización –que
no partidismo- de muchas conciencias. La cita tiene dimensión internacional, transnacional, global. Un alianza heterogénea, en red,
descentralizada, está nutriendo de enlaces y pistas una amplia coalición por
otra política. Antonio Hernández Rodicio,
en el prólogo del libro “Otro
Gobierno” de César Calderón, define
así estas nuevas coaliciones horizontales y heterogéneas de activistas y
emociones políticas: “Nuevos
paradigmas para problemas antiguos. Revoluciones en red, y redes
revolucionarias. Una legión de ciudadanos globales, formados, conscientes de
sus derechos y exigentes que no tienen quién les escriba”.
Ya
no están en las plazas, ahora. Volverán,
en menos de un mes. De momento, llenan
las redes de propuestas y alternativas dispares y –a veces-
contradictorias. No tienen prisa, aunque son rápidos. A quien realmente
el tiempo apremia y se le escapa de las manos es a la política formal para dar
una respuesta a las multitudes que avanzan sin vanguardias. El dirigismo acabó.
“El asunto es que el viento ha barrido las antiguas certezas”. Lo que viene no
sabemos lo que es, pero
sabemos lo que detesta: la irrelevancia de la política para dirigir y
corregir el desorden en el que estamos instalados.
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