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viernes, 20 de abril de 2012

A un mes del #15M


Por: Antoni Gutiérrez-Rubí | 17 abr 2012

El rumor de fondo ya es cada vez más audible. La proximidad del primer aniversario del #15M excita y anima a los que veían con escepticismo y preocupación cómo la multitud les disputaba el protagonismo de lo público y lo político. El cinismo avanza confiado en la idea de que el cansancio y el desánimo de los que llenaron las plazas y las calles será la mejor demostración de su inanidad. Sienten que, por fin, va a llegar su momento para poner las cosas en su sitio. Las dificultades para convertir en progresos democráticos el espíritu de la primavera egipcia, por ejemplo, les facilitan una nueva coartada. Hay quien cree que es mejor Mubarak que una mayoría islamista en el Parlamento egipcio democrático. Aquellos que nunca vieron esperanzas, o temieron perder sus privilegios, se apresuran a certificar la desilusión. Pero se equivocan.

Los días previos al 15 de mayo serán, seguramente, el escenario de un auténtico chaparrón de análisis, declaraciones y opiniones que argumentarán el descrédito y la decepción sobre la capacidad de estos movimientos para ir más allá de la agitación, la denuncia y la concienciación democrática, como si esto fuera poco. La violencia que ha salpicado algunas concentraciones recientes, en especial alrededor de la huelga general del 29M, flota en el ambiente como amenaza y excusa. Amenaza para los nuevos movimientos sociales. Excusa para desacreditarlos, confundirlos y mezclarlos por parte de quienes -sin comprender lo que pasó- se apresuran a certificar lo que sucede y sucederá en el futuro. Excusa también para que el Gobierno anuncie la reforma del Código Penal.  Intelectuales, abogados y activistas afines al movimiento creen que Rajoy pretende "amedrentar" a los ciudadanos con este anuncio y que recorre a la "estrategia del miedo"  para incriminar formas de respuesta pacífica pero alternativas.

Ya hay quien prepara los funerales de lo que consideran fue solo espuma política. Volveremos a oír las voces que ya nos advertían de lo peligroso, por efímero y frágil, del movimiento, a la vez que insinuaban su carácter infantil e inmaduro, vulnerable y manipulable (no faltaron, ni faltarán, teorías conspirativas), y minaban la confianza en las fuerzas políticas de izquierda tradicionales, dejando paso a la ofensiva conservadora. La victoria del PP el 20N confirmaría estas advertencias sobre el pernicioso efecto que sobre la política democrática, y sobre la izquierda en particular, podía tener el movimiento de los indignados. Pero este tipo de análisis interesados solo alarga la agonía de la realidad a la que debe enfrentarse la socialdemocracia.

El simplismo corroe el pensamiento político, acomoda y reconforta a quien no quiere ver lo evidente. Los que así piensan, y conforme vayan pasando los días se expresarán de manera estentórea, creen que las multitudes ilusionadas no son capaces de canalizar las emociones en propuestas y alternativas, que el gusto por el activismo esconde una incapacidad para el pensamiento y el análisis. En definitiva, que se ha perdido el tiempo. No saben que, como dice el filósofo Edgar Morin: “los indignados denuncian; no pueden enunciar”. Y esa naturaleza no es déficit, sino la fuerza moral de los que dijeron basta, sabiendo el porqué, pero sin saber –todavía- el cómo.

Y se producen movimientos de fondo. El éxito parcial del 29M no fue solo de los sindicatos ni de la oposición, sino de un magma social que confluye, puntualmente, con las organizaciones establecidas pero que las desborda y estimula con nuevas realidades organizativas, estéticas y propositivas.

En el libro de Raffaele Simone, El monstruo amable: ¿El mundo se vuelve de derechas?, Joaquín Estefanía describe en el prólogo un determinado retrato de estos movimientos, que ilustro con este fragmento: “La primera batalla, la de la percepción, ya la tiene ganada la derecha global, sin necesidad de comparecer. Y en ella juegan un papel esencial los jóvenes, para quienes en general la política ha dejado de ser una actividad articulada, una búsqueda de soluciones que se obtienen del esfuerzo, del estudio de los problemas y del discurso elaborado sino más bien un deseo genérico de ‘hacer cosas’, de actuar e incluso de pelearse, de que ‘se enteren’, de ‘darles una lección’. Así, la política [frente a la que los jóvenes sufren una desafección creciente y cuando les preguntan qué opinan del sistema que los acoge contestan que es corrupto, fallido, indiferente e irresponsable hacia ellos] tiende a identificarse no con la elaboración cultural e ideológica sino con el ‘comportamiento’, con el culto a la acción directa”.

Pero es la acción directa, precisamente, la única alternativa que tienen muchos ciudadanos, y en especial los más jóvenes y los mayores. Exigirles propuestas desde una atalaya que puede ser percibida como paternalista, cuando la política adulta, senior, establecida es incapaz de resolver las grandes ecuaciones, no se siente como aceptable.

El próximo #12M (Global Day of Action) es la referencia para actuar de nuevo, un año después de la fecha que cambió muchas percepciones y que supuso la politización –que no partidismo- de muchas conciencias. La cita tiene dimensión internacional, transnacional, global. Un alianza heterogénea, en red, descentralizada, está nutriendo de enlaces y pistas una amplia coalición por otra política. Antonio Hernández Rodicio, en el prólogo del libro “Otro Gobierno” de César Calderón, define así estas nuevas coaliciones horizontales y heterogéneas de activistas y emociones políticas: “Nuevos paradigmas para problemas antiguos. Revoluciones en red, y redes revolucionarias. Una legión de ciudadanos globales, formados, conscientes de sus derechos y exigentes que no tienen quién les escriba”.

Ya no están en las plazas, ahora. Volverán, en menos de un mes. De momento, llenan las redes de propuestas y alternativas dispares y –a veces- contradictorias. No tienen prisa, aunque son rápidos.  A quien realmente el tiempo apremia y se le escapa de las manos es a la política formal para dar una respuesta a las multitudes que avanzan sin vanguardias. El dirigismo acabó. “El asunto es que el viento ha barrido las antiguas certezas”. Lo que viene no sabemos lo que es, pero sabemos lo que detesta: la irrelevancia de la política para dirigir y corregir el desorden en el que estamos instalados.

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