Por Alberto Benegas Lynch, 13/04/2012
En esta nota
periodística ensayaré resumir los ejes centrales de esta nueva crisis iniciada
en 2008 que, de un tiempo a esta parte, con mayor o menor rigor, tiene en vilo
al mundo y que a nuestro juicio todavía no se ha develado en toda su magnitud.
Como
los anteriores desbarranques, el origen se sitúa en los atropellos y
descalabros de un aparato estatal desbocado que formula promesas de imposible
cumplimiento, se entromete en los arreglos contractuales pacíficos entre las
personas, manipula la moneda, el crédito y la tasa de interés en el contexto
del inaudito sistema bancario de reserva fraccional administrado por la banca
central, decreta disposiciones laborales que expulsan del mercado a los que más
requieren de empleo, incrementa el gasto de modo astronómico, eleva el déficit
fiscal a límites exorbitantes, aumenta el endeudamiento público a alturas
inconcebibles para cualquier mente responsable y llena volúmenes y volúmenes
con legislaciones, controles, regulaciones y reglamentos que asfixian la
economía y relegan el derecho a meras declamaciones sin contenido y sin brújula
ni parámetros extramuros de la norma positiva, en un contexto de aniquilación
de la división horizontal de poderes.
Ese
es el primer acto donde se sientan las bases de lo que luego indefectiblemente
vendrá. El segundo acto, naturalmente consiste en el crujir de la economía que
se nota con mayor intensidad en las grandes corporaciones, industriales,
comerciales y financieras que amenazan con despidos en masa y con quebrantos de
diversa envergadura.
En
el tercer acto surge el pánico por la antedicha posibilidad de derrumbe en
cadena de colosos del mundo de los negocios con lo que los gobiernos se
abalanzan a forzar “salvatajes” en gran escala de aquellos emporios en
dificultades, desde luego con recursos provenientes de aumentos adicionales en
los gravámenes, con mayores presiones inflacionarias, contrayendo dosis mayores
de deuda o haciendo uso de los tres canales simultáneamente.
El
cuarto acto muestra una escalada de agitadas manifestaciones de “indignados” y
otras protestas sindicales y sociales de diversa magnitud y violencia. Son los
que sienten en sus bolsillos la severidad de la crisis que están financiando
compulsivamente. Son los relativamente más débiles que no han tenido poder de
lobby para recibir los mencionados “salvatajes” (por otra parte estas
transferencias compulsivas de recursos no pueden generalizarse: siempre se
llevan a cabo a favor de algunos y en contra de otros que son los que se hacen
cargo de los platos rotos).
El
quinto acto que tiene lugar en paralelo a las anteriores etapas estriba en el
necesario apoyo logístico no solo de las políticas de la primera etapa (que
muchos proponen acentuar) sino de las comentadas medidas de financiamiento
forzoso. Estos se dividen en cuatro categorías. En primer lugar, los propios
agentes gubernamentales que defienden lo hecho. En segundo término, los
ideólogos keynesianos y socialistas y las nefastas burocracias internacionales
y sus compañeros de ruta que alegan peligros de “crisis sistémicas” sin
percatarse que de modo superlativo están contribuyendo a profundizar sus raíces
y consecuencias. En tercer lugar, los integrantes de las grandes corporaciones
y sus voceros que se mantienen a flote merced a lo ocurrido, sin asumir los
costos por su ineptitud e irresponsabilidad, al contrario de los genuinos
empresarios que operan en base a la satisfacción de sus clientes. Y en cuarto
lugar, los usufructuarios de dividendos y rentas provenientes de esas empresas,
quienes declaman en la sobremesa sobre el dolor de los relativamente más pobres
pero les importan un bledo a la hora de recoger los frutos malhabidos,
situación que es compartida también por buena parte de los administradores de
carteras, concentrados y abstraídos en sus arbitrajes como si pudieran seguir
con sus negocios con independencia de lo que ocurra en el mundo que los rodea.
Si
se viera el proceso de la crisis en una secuencia cinematográfica se observaría
en una punta a los mal llamados empresarios que acuerdan con el poder de turno
y, en la otra, a los esquilmados en el fruto de sus trabajos, cual aspiradora
gigante que succiona sus ahorros y carcome todas sus ilusiones. Pero lo
llamativo del caso es que cuando estos explotados se quejan, piden más de lo
mismo en cuanto a las políticas que precisamente los empobrecieron. Esto último
se debe al nefasto clima educativo que hace de operación pinza: por un lado
recetas socialistas, intervencionistas y estatistas y, por otro, la propaganda
escolar y universitaria que en gran medida enseña que es buena la destrucción
del derecho de propiedad y que la solución radica en el autoritarismo de un
Leviatán cada vez más adiposo y hambriento, sin necesidad de que las personas
realicen esfuerzos ni asuman responsabilidades y afronten sus deberes.
Es
de desear que la situación se revierta con el esfuerzo de quienes defienden los
valores y principios de la sociedad abierta y combaten la prepotencia del
sistemático e inmisericorde atropello gubernamental, paradójicamente encargado
de proteger y garantizar los derechos de la gente, pero en los hechos
convertido en el peor enemigo de las libertades individuales. Si esto no se
revierte, el peso cada vez mayor sobre los más necesitados hará explotar por
los aires todo vestigio de civilización. Es tragicómico en verdad que se
pretenda responsabilizar de la crisis al inexistente capitalismo en una carrera
desenfrenada por acentuar la desaparición de todo vestigio de aquel sistema.
Resulta
indispensable que los estatistas asuman la responsabilidad por sus propuestas y
no pretendan endosarla a corrientes de pensamiento que propugnan la libertad.
Tal como ha escrito Antoine de Saint-Exupéry, que vale tanto para esto último
como para los que se arrogan derechos sobre el bolsillo del vecino: “Un ser
humano significa, precisamente, ser responsable”.
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