Por Fernando Mires en el
Blog POLIS 3-04-2012
Desde Irán al
Caúcaso, desde Rusia y Bielorusia, pasando por Hungría, hasta llegar a
Nicaragua y Venezuela, vemos, si no lo mismo, algo parecido: la emergencia de
autocracias electorales; es decir: gobiernos ultra autoritarios que controlando
los tres poderes del estado aplastan la libertad de prensa y ganan elecciones
apelando a todos los métodos, incluyendo los ilícitos. Razón más que suficiente
para que miles de politólogos se hayan dado un festín teórico buscando designar
con diferentes tipologías a esas democracias que usan medios dictatoriales o a
esas dictaduras que usan medios democráticos (el límite no está muy claro)
Lo cierto es que en periodos electorales los nuevos
autócratas parecen invencibles. ¿Cómo derrotar a esos monstruos de la política
moderna?
Al usar la palabra monstruo mi primera asociación fue
King Kong; la segunda fue Godzilla. Pero, pensándolo mejor, esas figuras son
más bien comparables con dictadores de antiguo cuño: Trujillo, Somoza,
Pinochet, Kim il Sung, o los Castro. Las autocracias electorales, en cambio, se
encuentran, por el sólo hecho de realizar elecciones, en un estadio
semipolítico. Por un lado, al estar amparadas por siniestros generales
conservan rasgos típicos del gorilaje clásico. Por otro, al buscar
legitimación electoral forman parte de una especie, si no democrática, por lo
menos republicana. En fin, se trata de híbridos políticos. Son -si tuviera
que sugerir alguna analogía– los Goliaths de nuestro tiempo.
Como el Goliath bíblico, los autócratas electorales gozan
de poderes omnímodos y están armados hasta los dientes. No obstante Goliath
tenía ciertos conocimientos políticos. Por lo menos sabía que en determinados
momentos la guerra debe asumir, al igual como hoy la política, una expresión
representativa. Goliath se erigió así como representante único del partido de
los filisteos, obligando al partido contrario, los israelíes, a erigir también
un representante único, papel que asumió ese escuálido pastorcillo llamado
David.
Debo decir, corriendo el riesgo de recibir reprobaciones
teológicas, que me siento tentado a reivindicar en parte la figura histórica de
Goliath. Pues cuando el gigante desafió a sus enemigos lo hizo con el propósito
de evitar un mayor derramamiento de sangre. Goliath se erigió así como
representante de todo un pueblo. Y aquí ya tenemos por lo menos un elemento
propio a la lucha política: la elección de representantes.
Ciertamente, y ahí reside el carácter no político de
Goliath, su desafío lo llevó a cabo sólo porque estaba absolutamente convencido
de que nadie entre los israelíes tenía condiciones para derrotarlo. Si hubiera
tenido alguna duda, no habría hecho ningún desafío.
Hay entre ese pasaje bíblico y la política de nuestro
tiempo, otra analogía: Goliath concentró el poder del ejército filisteo en su
propia persona, arriesgando todo: Si era derrotado, los filisteos correrían la
misma suerte que Goliath. En otras palabras, Goliath no dejaba ninguna
posibilidad para un “goliathismo sin Goliath”.
Del desigual enfrentamiento entre David y Goliath
conocemos sus pormenores. Sin embargo, una lectura no literal -es decir,
inteligente- de la Biblia, lleva a descubrir el enorme significado simbólico de
la épica confrontación. Por de pronto, el uso de una simple honda en contra de
un gigante armado nos dice claramente que nunca, en condición de inferioridad
militar o política (en este caso da lo mismo), hay que usar las armas del
enemigo, como proponía de modo ingenuo Saúl.
No obstante, previo a que David enviara el piedrazo que
partiría la frente (el pensamiento) del desdichado Goliath, hay indicios que
permiten afirmar que David ya había derrotado a Goliath. Veamos:
David aceptó el desafío, desconcertando a Goliath. Eso
llevó a Goliath a decir (según 1. Samuel 17) 43: ¿“Soy yo perro para que vengas
a mí con palos?” – Y maldijo a David por sus dioses. 44: Dijo luego el
filisteo a David: Ven a mí, y daré tu carne a las aves del cielo y a las
bestias del campo”. A lo que David respondió, 46: ”Jehová te entregará hoy en
mi mano, y yo te venceré, y quitaré tu cabeza de ti: y daré hoy los cuerpos de
los filisteos a las aves del cielo y a las bestias de la tierra: y sabrá la
tierra toda que hay Dios en Israel”.
En breves palabras, David no se dejó insultar ni
intimidar.
Extrapolando el conflicto bíblico a la escena política
–al fin y al cabo la política viene de la guerra- es posible afirmar que para
derrotar a un enemigo más poderoso hay, en primer lugar, que aceptar el
desafío. En segundo lugar hay que aceptar la personalización del conflicto.
Paso muy importante pues, observando los procesos electorales que han tenido
lugar en Bielorrusia y en Rusia, pudimos ver como los candidatos opositores
rara vez nombraban a Lukashensko o a Putin, como si les tuvieran miedo. Por
ejemplo, casi siempre en sus discursos se referían a “este gobierno”, pero
nunca al gobernante. Grave error.
Una elección es siempre entre personas y la
despersonalización de la lucha por un contrincante lleva a su derrota segura.
Eso significa: si el enemigo te insulta, tú debes responder con firmeza. Y si
te tutea, tutéalo tú también, aunque el otro sea presidente. Lo peor que se
puede hacer, tanto en la política como en la guerra, es ignorar al adversario.
Casi nadie quiere votar por un candidato disminuido.
David enfrentó las amenazas de Goliath. Jamás se dejó
intimidar. Sin insultar, respondió con la dureza necesaria. Mas todavía: tomó
la iniciativa retórica (no hay política sin retórica) descolocando verbalmente
a Goliath. Las frases de David, obsérvese, fueron más largas y más precisas que
las de Goliath. Solo así logró David entusiasmar a su pueblo. La honda y el
piedrazo –si se toman en cuenta las condiciones descritas- juegan en esta
historia un papel altamente secundario.
Así fue y así será: tanto en la paz como en la guerra.
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