Gustavo Mohme Llona 05 de
mayo de 2013
Maduro
contra el diálogo y el espíritu de la Declaración de Unasur
El gobierno venezolano está cosechando
rápidamente los frutos de su intolerancia. El frente que reconoció el ajustado
triunfo de Nicolás Maduro a pocos días de las elecciones del 14 de abril
pasado, formado por países miembros del ALBA y otros gobiernos distantes de
esta, ha empezado a erosionarse.
Debe recordarse que la Declaración del
Consejo de Jefes de Estado y de Gobierno de la Unión de Unasur, del
pasado 19 de abril, reconocía el resultado electoral emitido por la autoridad
electoral de Venezuela y llamaba a respetar esa decisión. Al mismo tiempo
expresaba que “todo reclamo, cuestionamiento o procedimiento extraordinario que
solicite alguno de los participantes del proceso electoral deberá ser
canalizado y resuelto dentro del ordenamiento jurídico vigente y la voluntad
democrática de las partes”. En tal sentido, Unasur tomó nota “positiva”, es
decir, apoyó la decisión del Consejo Nacional Electoral (CNE) de implementar
una metodología que permita la auditoría del total de las mesas electorales.
Finalmente, el organismo invocó a
deponer los actos de violencia e invocó al diálogo y la tolerancia, adoptando
un mecanismo específico de seguimiento de la crisis.
El gobierno de Maduro echó a andar una
maquinaria extremadamente violenta. Adoptó un discurso áspero y provocador
calificando a los opositores de fascistas y amenazó con la cárcel al líder
opositor Henrique Capriles. Luego desestimó la auditoría de votos y estableció
en el Parlamento un cerco contra la disidencia democrática, impidiendo su
expresión y alcanzando la agresión física.
El gobierno de Maduro se alejó de la
letra y el espíritu de la Declaración de Unasur, incumpliendo dos de los puntos
en los que este había incidido, es decir, el recuento de votos y la política de
diálogo y tolerancia. En ese contexto, es perfectamente atendible la posición
de la cancillería peruana de intentar, por la vía del seguimiento de dicha
declaración, promover una nueva declaración que solicite a Caracas tolerancia y
diálogo entre los venezolanos.
La reacción del gobierno venezolano
fue agresiva y sobreactuada, un grave error que abre un nuevo momento de la
crisis venezolana al romperse el consenso construido en Lima y que emergía como
una envidiable oportunidad para el diálogo. La huida de Maduro hacia adelante
cierra toda posibilidad de diálogo y aísla a un régimen que parece haber
perdido los últimos reflejos para garantizar la estabilidad de su país.
En términos diplomáticos, lo sucedido
en Lima fue el inicio de una acción colectiva de Unasur, el único organismo por
ahora capaz de intervenir en términos aceptables en una crisis que será de
largo plazo. Si hace pocas semanas el papel del Perú, presidente pro témpore de
Unasur y de los presidentes reunidos en Lima, se entendió poco, hoy se aprecian
con mayor claridad los procesos y los instrumentos de los que se vale la
política internacional para fomentar la solución de escenarios críticos. Hace
13 años, la OEA abrió de igual modo, con mucha discreción, un curso de acción
colectiva que concluyó en una transición lo menos cruenta posible hacia la
democracia.
En la nueva situación no se espera un
desenlace rápido a pesar de que la erosión del clima político venezolano es
casi vertiginosa. Es preciso continuar respaldando la política peruana de
diálogo bajo el criterio de que la envergadura de la crisis venezolana y de las
características del poder chavista convierte en compleja la defensa y la
promoción de los estándares democráticos en ese país.
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