ANGEL OROPEZA miércoles 23
de abril de 2014
@angeloropeza182
Objetiva y demostrablemente, nuestro
país está muy mal. No hay un área de la vida nacional –sea salud,
infraestructura, seguridad, educación, economía- que no esté en estado
calamitoso. Vivimos en un caos disfrazado de país.
Esta realidad la percibe, según todas
las encuestas serias, casi 8 de cada 10 venezolanos. Sin embargo, sólo un poco
más de 50% asocia esta tragedia con su principal causante, que no es otro que
el gobierno nacional. ¿Cómo es posible que poco menos de la mitad del país no
se dé cuenta que esto no es ni gratuito ni por casualidad, sino que es
consecuencia directa de un gobierno explotador de los pobres, y de un modelo
fracasado que condena a la población a un proceso de empobrecimiento y ruina
inevitables?
La pregunta anterior surgió la semana
pasada en una discusión de trabajo con algunos estudiantes universitarios. De
hecho, el "¿cómo no se dan cuenta?" es tema recurrente en la mayoría
de las asambleas ciudadanas, estudiantiles y de organizaciones populares en las
que nos toca participar. Pero esa última vez recordé un episodio que me ayudó a
explicar por qué no darse cuenta es perfectamente posible.
En el año 2005 fui invitado por la
Alcaldía de Río Chico a un foro sobre la Ley de Responsabilidad Social en Radio
y Tv. que estaba entonces en plena discusión. La sala Ateneo, al lado de la
Plaza Bolívar, estaba repleta con una extraña pero deseable combinación, casi
en igualdad numérica, de seguidores del gobierno y de simpatizantes de la
oposición. Mientras esperaba mi turno de hablar, caí en cuenta que las
intervenciones de mis compañeros panelistas eran aplaudidas o pitadas, no según
su contenido, sino dependiendo de su identificación ideológica o política. De
manera automática, ambos públicos aplaudían a los suyos y rechazaban al
contrario, sin importar los argumentos. Fue entonces cuando decidí ensayar un
sencillo experimento masivo de psicología social.
Saqué de mi cuaderno un artículo,
todavía sin terminar, sobre mis opiniones acerca de lo que estaba detrás de
dicha ley y la importancia de la comunicación de masas. Pero en vez de leerlo
como mío, engañé a la audiencia diciéndoles que iba a recitar unos extractos de
las últimas intervenciones de Chávez sobre el tema, y que lo hacía para luego
explicarles por qué yo opinaba lo contrario. Ocurrió entonces lo que suponía
iba a pasar.
Al terminar de leer lo que yo había
escrito, pero que todos pensaban eran expresiones del entonces mandatario, y
preguntarles qué les parecía antes de continuar, la sección oficialista de la
asamblea se desvivió en halagos y reconocimiento a la "veracidad" y
"profundidad" de lo que habían oído. Por supuesto, al revelarles que
aquello que aplaudían y ante lo cual mostraban tal grado de identificación era
en realidad algo que había escrito yo, hubo por igual reacciones de
incredulidad en algunos, perplejidad en
otros y hasta acusaciones de irrespeto y burla por haber engañado a la asamblea.
Pero el objetivo estaba logrado. A quienes terminaron de oírme, les insistí que
aquello era una simple demostración de la trampa de reaccionar, no ante
argumentos y criterios, sino de manera irreflexiva dependiendo de quién los
diga. Salvo por la piedra lanzada después al taxi que me llevaba de vuelta a
Caracas, y que rompió el vidrio del asiento donde se suponía que iba, el foro
fue todo un éxito.
La moderna psicología social ha
comprobado reiteradamente cómo las personas no perciben de manera objetiva e
imparcial la realidad, sino que su visión del mundo está generalmente mediada
por sus creencias y prejuicios. Los prejuicios funcionan así como "atajos
cognitivos" para interpretar la información social, y explican cómo las
personas procesan la realidad de un modo diferente a cómo la procesan
individuos de grupos contrarios.
En un estudio realizado por Vallone y
colaboradores en 1985, se presentó a estudiantes proisraelíes y propalestinos
una serie de noticias de televisión que describían las masacres de 1982 contra
palestinos refugiados en Líbano. A los estudiantes se les pidió que juzgaran si
las noticias estaban sesgadas a favor de Israel o a favor de los palestinos.
Los resultados mostraron que cada grupo percibió las noticias como contrarias a
su posición. Trabajos como éste, sólo a manera de ejemplo, han demostrado cómo
la interpretación de lo que percibimos no consiste en asimilar de manera
objetiva la realidad, sino que posee una fuerte dimensión social, relacionada
con las creencias y prejuicios de los individuos.
Desmontar la creada arquitectura de
prejuicios entre venezolanos es hoy una de las tareas más urgentes por
emprender. Y esa labor comienza por acercarnos a quienes piensan diferente, y
apostar por una inteligente y necesaria despolarización política que ayude a
derribar el andamiaje artificial de estereotipos y prejuicios entre hermanos de
un mismo país. De lo contrario, seguirá la explotación impune a una población
que, en un porcentaje importante, no se dará cuenta de por quiénes están siendo
víctimas.
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