Por Willy McKey 12 de Abril, 2014
“El viejo mundo se muere. El nuevo
tarda en aparecer.
Y en este claroscuro es cuando surgen los monstruos”
Antonio Gramsci
Y en este claroscuro es cuando surgen los monstruos”
Antonio Gramsci
1. ¿Cómo saber quién ganó? En semiología política, existen
dos maneras para evaluar cuál de las partes de un debate resulta favorecida al terminar
el proceso. La primera consiste en separar los momentos en los cuales cada una
de las partes fue interpeladora y cuando fue interpelada,
con el fin de evaluar si respondieron satisfactoriamente las preguntas del
adversario o si sus preguntas afectaron la base discursiva del otro. La segunda
consiste en determinar cada uno de los campos semánticos que se debatieron
(temas; áreas de conocimiento; tópicos) y ver quién defendió su punto de vista
de manera más eficaz y con datos de comprobación fáctica (es decir: con la
verdad).
Si aplicáramos cualquiera de estas dos
maneras de examinar el debate del #10A, sería difícil dar con un ganador
aparente. Ambas fórmulas dependen de las respuestas emitidas durante el proceso
dialogante y, además, no hay unas elecciones ni un proceso similar a
continuación que permita confirmar los resultados del debate. Así que es
necesario advertir que las herramientas básicas no bastarán para evaluar un
proceso como éste.
2. Las singularidades. Las complicaciones son evidentes:
mientras la parte opositora hizo una repartición de los argumentos que quería
llevar al debate (una estrategia clásica, basada en ser-quien-pregunta para
poder manejar el tempo del diálogo), la parte oficialista —que
además fungió como moderadora— se refugió en una retórica que prefirió la
fórmula de la reiteración (otra estrategia clásica, basada en ser-quien-convoca con
la intención de que el lugar de enunciación del anfitrión baste para demostrar
la buena intención, aunque no se debata).
El resultado, entonces, fue una
dinámica que puede resumirse en una afirmación de contraste: mientras una de
las partes llevó preguntas catalizadoras del debate, la otra se repitió a sí
misma sin responder a esas preguntas ni moverse de su zona de confort
discursiva.
Esta dinámica monótona (y
prácticamente unidireccional) hizo que el contenido político de la arquitectura
argumentativa de la oposición funcionara como los proyectiles de una catapulta:
lanzados desde una distancia considerable, daban en el blanco sin que el afectado
pudiera afirmar con veracidad desde dónde había sido atacado. Una alegoría
similar al comportamiento de los representantes del PSUV sería la pasiva
estrategia del foso: proteger con un área infranqueable las zonas vulnerables,
controlando los accesos posibles a las zonas medulares.
Ambas estrategias tienen sus ventajas
y sus desventajas: las catapultas sirven de poco luego de abrir los boquetes en
las murallas y los fosos mantienen al enemigo a una distancia prudencial, pero
también encierra a quienes se protegen.
3. ¿Cuál fue el eje discursivo
oficialista? Una
manera de anular las posibilidades argumentativas del adversario en un debate
es limitarse a una sola exigencia. Y esta herramienta es mucho más eficaz si
esa exigencia es simple, abstracta e imposible de concretar en el momento del
debate. Un ejemplo: la exigencia de los debatientes del gobierno sobre un
reconocimiento desde la oposición.
Esa exigencia cumple los tres
requisitos, ¿pero funciona? Pues puede resultar más bien conceptualmente hueca,
si consideramos que esta reunión tenía lugar en el Palacio de Miraflores,
Nicolás Maduro funcionaba como anfitrión y, tras sus considerablemente largas
intervenciones, el Vicepresidente Jorge Arreaza operaba como
regidor. Mayor reconocimiento que las condiciones empíricas en las cuales
tuvo lugar el evento son imposibles, pero el oficialismo desaprovechó la
atmósfera (decirles el hecho de que estén aquí implica un
reconocimiento) prefirió el clavo ardiente de la exigencia.
Pero, a pesar de la ya dilatada
experiencia comunicacional de los miembros del partido de gobierno, olvidaron
que el formato televisivo castiga los discursos repetitivos. Al no tener
variaciones ni matices en las exigencias y los tópicos, pudieron darse el lujo
de desechar los derechos de palabra de dos voceros aventajados: Cilia Flores y
Yul Jabour, sin afectar las zonas de debate (pues quizás no estaban delineadas)
pero afectando dos de sus puntos fuertes: la representación femenina y la
participación del ala comunista.
Una posible explicación es que la
parte oficialista no estaba preparada para ser interpelada y se confió
demasiado en su hasta ahora útil papel de acusador. Y es entonces donde destaca
la ventaja más relevante de la oposición: la arquitectura argumentativa
empleada en este primer encuentro basada en las preguntas.
4. ¿Cuál fue el eje argumentativo
opositor? La MUD
apostó a la manera clásica de atender un debate: interpelar estratégicamente y
ganar con cada silencio de la contraparte. Y, al mismo tiempo, ‘descolocar’ las
especializaciones de los contenidos emitidos. Es decir: preguntar antes de que
hable quien no sabe y después de que lo haga quien ya no podrá responder.
Un ejemplo: no era previsible que
Henry Ramos Allup se dedicara a hacer una cartografía constitucional, enmarcada
en una cátedra express de Derecho, que Diosdado Cabello no podría devolver; no
era previsible que un vocero si se quiere tibio como Simón Calzadilla
esgrimiera con tino los millones de dólares robados a través de empresas de
maletín; y, yendo más allá, no era previsible que Omar Barboza se encargara de
comunicar de manera precisa argumentos y datos que astillaron visiblemente la
intervención de Rafael Ramírez, dejándolo atrás y sin defensa posible.
Y si bien el resto de las
intervenciones de la MUD atendieron regiones conceptuales vinculadas con el
vocero elegido, estas tres que he nombrado condicionaron el resto de la escena.
Un factor más: todas las
intervenciones, unas más que otras, utilizaron data oficial, documentos
firmados por alguno de los presentes e incluso frases, memorias y documentos
del propio Hugo Chávez Frías, ese terreno de dimensiones incuestionables para
los representantes del PSUV.
Si volvemos a la alegoría de las
catapultas, fue como convertir en proyectiles las piedras que otros sacaron del
suelo para hacer el foso.
5. Las líneas del debate. Una de las principales fallas
dentro de la fórmula elegida por el oficialismo fue ‘presidencializar’ la
estructura de la discusión, poniendo por encima la percepción territorial antes
que la comunicación de las ideas.
Hagamos un ejercicio: ¿qué habría
pasado si Nicolás Maduro, en lugar de ocupar esa inefable posición que no
estuvo ni en el debate ni fuera de él, se hubiese convertido en el interventor
final del lado oficialista? Es decir: Maduro como el cerrador del diálogo y no
como el marco del debate. Se trata de una hipótesis, pero ese lugar
privilegiado le habría permitido quedar en el top of mind de
cada espectador, ser el articulador de sentido de todo el evento y, además,
encargarse de comunicar su versión del inventario final de la experiencia y
delinear el futuro de esta mesa. No lo hizo.
Su intervención, que superó por mucho
los cuarenta minutos y fue en exceso monologante, lo convirtió en el personaje
del evento que más habló y en quien menos dijo. En especial cuando, de todos
los casos recientes de violencia que servían de referente a los espectadores,
Maduro decide comentar los de dos figuras de la farándula nacional.
Esto obligó a Ramón Guillermo Aveledo
a perder algunos de sus minutos en definir el campo semántico del debate en las
coordenadas correctas. Así, tuvo que replantear la noción de debate, evocar la
crisis y contextualizar la expectativa del evento con dos elementos poderosos,
pero abstractos: esperanza y confianza. Y, tras casi una hora de devaneos
oficiales, fue paradójico que la MUD pusiera al debate “en el carril”.
Aveledo también atajó dos importantes
máculas: reconocer que dentro de la militancia opositora hay quienes se oponen
a ese diálogo, pero que lo llevaban adelante asumiendo el costo político, y
poner en evidencia que los estudiantes no estaban convocados ni representados.
De esta manera, la MUD no se endosa una representatividad ajena y advierte
importantes asuntos pendientes.
Trazadas las líneas, entró en el
debate Elías Jaua. Si hay algo que puede derribar argumentos en un debate
es elegir el vocero inapropiado: que fuera Elías Jaua quien demandara la
urgencia de reconocimiento, cuando además de ser canciller está a la cabeza de
CorpoMiranda (una gobernación paralela, establecida en el estado donde perdió
las elecciones regionales) comete un primer error. El segundo fue afirmar que
en las elecciones presidenciales del 14 de abril se hizo una auditoría
completa, cuando nunca se entregó el reporte de las huellas dactilares. Ambas
pifias las recogió Henrique Capriles horas después.
Acá es importante advertir una
dinámica: la intervención de Aveledo estuvo explícitamente basada en preguntas.
Las interrogantes fueron precisas, puntuales y claras. Cuando eso sucede, el
apetito del espectador demanda respuestas.
Jaua
no dio ni una sola.
En cambio, usó las estrategias
anamnésicas (es especial la de recordar a conveniencia) y así abrió el reducto
conceptual del oficialismo: para no responder, el PSUV debe hablar del pasado y
no del presente. Entonces, abril de 2002 se convirtió en una constante que pudo
haber sido una maniobra exitosa, de no ser porque durante doce años se ha
transformado en un lugar común.
6. Dos cables a tierra. Andrés Velázquez era, quizás, el
político de más amplia experiencia en la mesa. Incluso por encima de Henry
Ramos Allup, si consideramos la experiencia sindical, aquella candidatura
presidencial contra Rafael Caldera, las gobernaciones del estado Bolívar y su
trabajo legislativo. Que fuera él quien de manera expresa desconfiara de los
posibles resultados de este diálogo fue, antes que un balde de agua fría, un
barniz de sinceridad al debate. Esto le permitió colocarse en un nivel alto de
credibilidad para abordar temas como la escasez, la persecución política y el
cuestionamiento al debido proceso. Con eso obligaba a Aristóbulo Istúriz, el
“zorro viejo” de la otra banda a tener que hablar del presente.
Aristóbulo tampoco lo hizo. Y fue
evidente pues el gobernador de Anzoátegui se aferró a una noción abstracta como
“la verdad”, ante elementos fácticos como los mencionados por Velázquez:
cifras, porcentajes, número de detenidos, heridos, eventos sindicales.
Confrontado con el ahora, prefirió cuestionar la noción
pacífica de la lucha, metiendo en el mismo saco a todas las variantes de
oposición al gobierno. Y entonces volvió a 2002 y su testimonio de excepción.
7. Un pasaje al siglo XX. La intervención de Roberto Enríquez
fue la primera en calzar con el modelo de debate ortodoxo. Y echar mano de las
estructuras clásicas no siempre es un error: la política no es una victoria de
los vanguardistas. En un momento de discurso tradicional, citó lecturas y
autores incuestionables como prólogo a un arma infalible: citar al otro y sus
contradicciones.
Como en los icónicos debates del siglo
XX, Enríquez citó la fuente principal del contendiente: Hugo Chávez. Y,
sirviéndose de ello, señaló el fracaso de las políticas de Estado y luego se
blindó con datos. Una característica de todas las intervenciones
opositoras: cada argumento, cifra o problema citado desde la MUD incluía al
pueblo chavista. El PSUV, en cambio, volvía a repetirse agotando sus
intervenciones en una negativa a responder.
Y en un debate mientras más preguntas
dejas sin respuesta, peor lo hiciste.
A Rafael Ramírez, en cambio, le
sucedió lo contrario. Su posición en el orden del debate lo dejó a la intemperie,
pues era evidente que el ataque al manejo de la renta petrolera no había
aparecido pero sería una carta fuerte de la MUD. Además, inició alegando la
tolerancia. De nuevo un buen argumento y un mal vocero, si consideramos que su
primer destello mediático fue aquel “rojo-rojito” dicho a los trabajadores de
la empresa petrolera estatal.
Ramírez se amparó en los datos
sociales. Como Vicepresidente Económico, Ministro y jefe mayor de PDVSA, el
terreno del debate no le había dado pie para su área de experticia, así que le
tocó repetirse: el enemigo externo y la constante de la amenaza mediática e
internacional se convirtió en sus puertas de entrada y de salida en el debate.
Víctima de la repetición, caía el
mejor vocero que tenía la fracción oficial.
Y comete dos errores: contradecir su
afirmación abstracta principal (hablar del “éxito del modelo económico” y luego
aducir a la matriz de “la guerra económica”) y citar sin necesidad ni
pertinencia a Antonio Gramsci. Mejor dicho: citar sin necesidad ni pertinencia
a Antonio Gramsci justo antes de la intervención de Henry Ramos Allup, quien
reacomodó todas las fuerzas discursivas y evidenció que la simple repetición no
le bastaría al sector oficialista para salir del atolladero argumentativo en
que estaban metidos.
8. Los peligros de citar a Gramsci. Por encima del mítico manual de
Nicolás Bujarín, Antonio Gramsci es el tejedor de la dialéctica marxista, esa
región del análisis que articula teoría y praxis, razón y acción, por encima
del idealismo. En dos platos: entender la historia del hombre como baremo de la
realidad. Ése es el filósofo que Rafael Ramírez mencionó como remate de su
intervención, justo antes del experimentado Ramos Allup quien, consciente de la
historicidad del momento, decide dirigirse directamente a Nicolás Maduro… y
también mentar a Gramsci.
Apelar a Maduro disolvió el intento de
Ramírez por subrayar el asunto social. Y fue más allá: a punta de manejo de
oratoria y carisma discursivo, Ramos Allup superó el doble del tiempo de
intervención con una ilación de argumentos capaz de despertar el interés de los
miembros del PSUV (incluyendo a Nicolás Maduro, algo que dejaron ver varias
tomas de cámara).
Al confrontar con la Constitución los
pilares retóricos de las intervenciones oficialistas (“revolución”,
“socialismo”, “hegemonía”), Ramos Allup no desmontó todas las participaciones
previas del PSUV, como varios expresaron en las redes sociales. Me explico: el
adeco desmontóla única intervención que todos habían calcado: El
Caracazo, insurrección de 1992, golpe de Estado de 2002, el
socialismo excusado en una mayoría electoral y las abstracciones ideológicas.
Si bien es cierto que uno de los
momentos que más destacaron fue el rifirrafe con Diosdado Cabello, a quien le
devolvió una interrupción con un “Yo no soy subalterno tuyo” que silenció al
hombre fuerte del PSUV, el mejor momento de esta intervención fue su remate:
volver a hablarle directamente a Nicolás Maduro y decirle que lo que él
decidiera era lo que iba a determinar el éxito o el fracaso de este evento fue
la apelación debida. Sumen a esta bala catapultada el momento en que dijo
“Chávez fue sobreseído”, justo antes de que le tocara al propio Diosdado
Cabello.
No fue una puntada sin hilo.
Sin embargo, quizás como producto del
desencaje previo, Cabello no respondió: volvió a la retórica anamnésica.
Durante un momento se refirió al presente, con otra exigencia inalcanzable: el
llamado al deslinde de la violencia. Pero, si han seguido los datos inherentes
al lugar de enunciación, se repite el caso de Jaua y de Ramírez: para hablar
del deslinde de la violencia no funciona como vocero un militar que participó
en un golpe de Estado.
Diosdado Cabello nunca ha sido un
orador aventajado, pero colocarse después de Henry Ramos Allup acentuó mucho su
hándicap. Ni siquiera le dio tiempo de asomar, ya puestos en la anamnesis, el
retiro de la oposición en las elecciones legislativas de 2004. No pudo. El
hecho de que le siguiera en el orden Omar Barboza podía parecer un
aliviadero. Sin embargo, también fue Gramsci quien enseñó que no es
apropiado diferenciar al homo sapiens del homo faber.
9. El volumen de los datos. “En Venezuela no se sabe cuánto vale
un bolívar: lo que sí se sabe es que no alcanza” es un ejemplo de cómo
convertir un conjunto de datos concretos en un argumento con la abstracción
suficiente para vulnerar una intervención como la de Rafael Ramírez. Pertenece
a los argumentos de Omar Barboza, quien dentro del line-up de
la oposición parecía el menos ágil, la voz gris.
Acá aparece otra estrategia clásica de
la oratoria de confrontación: si no puedes revestir de carisma un argumento,
entonces di una verdad incontestable.
Lo mejor del dato oficial es que, si
sirve para tus argumentos, puede decirse bajito y sin pirotecnia ni retórica.
Incluso, ésa es la mejor manera de enunciarlo si lo que se quiere es que le
presten atención al dato y no al vocero. Cada uno de los datos provistos por
Barboza tenía una fuente oficial, un objetivo en la gestión de Ramírez y una
incidencia directa en la cotidianidad de los venezolanos de todas las
tendencias políticas.
En resumen: Barboza dio las cifras que
no dio Ramírez, distraído por tópicos sociales ajenos a su área ejecutiva.
Y el vocero que seguía a este ataque a
la principal fuente de ingresos de la Nación fue José Pinto, un líder del
movimiento Tupamaro que la opinión pública vincula con las acciones violentas,
en especial en los estados andinos. Y si había alguno entre todos los voceros
que no podría contestarle datos concretos a la MUD, era Pinto. Su papel era
otro. Empezó su intervención en dirección hacia una posible postulación de
Nicolás Maduro al Nobel de la Paz. Pinto, el hombre de Tupamaro. Ramírez estaba
solo.
Activista de vieja data, Pinto intentó
revivir a un interlocutor ausente con una dialéctica torpe en oratoria y
argumentación. Como si hablara con el criticado Rafael Caldera presidencial de
los años sesenta, Pinto incluso contradijo (indirectamente) aquella petición
pública de Nicolás Maduro cuando le exigió a los grupos armados no actuar en
nombre de la revolución.
Se dedicó a defender uno de los puntos
que más desaprobación generan en la colectividad durante esta coyuntura: los
colectivos de tendencia oficialista. Pero el descuido de la sintaxis es
una tragedia en estos escenarios: una frase como “No todos los colectivos son
armados” dice mucho más de lo que calla. Nombraba la soga en la casa de los
ahorcados… en cadena nacional y justo antes de que Julio Borges decidiera, ante
el escenario servido en bandeja de plata, arrancar su intervención mencionando
varios de los asesinatos de estos últimos dos meses.
10. La muerte sin abstracciones. En las redes sociales, los opositores
radicales que no apoyaban la idea del debate iban citando tópicos pendientes
que, como en un ejercicio de política en tiempo real, el siguiente ponente de
la MUD iba tocando. La arquitectura argumentativa no sólo le estaba sirviendo a
la MUD para no repetirse y comprometer mediáticamente al gobierno, sino también
para ganar algunos puntos dentro de sus propias filas.
Para el momento que le tocaba
intervenir a Julio Borges, el reclamo más destacado en el 2.0 nacional y
radical era que hablaran de los muertos.
El diputado no sólo inició su participación
mencionando los asesinatos, sino que vuelve a aprovechar una circunstancia que
para muchos analistas pudo pasar por debajo de la mesa: Ramírez convirtió la
idea del “modelo exitoso” en su propio INRI, peroya había hablado. La
imposibilidad de contestación por parte del Vicepresidente del área económica
lo convertía en el punto más vulnerable de la fracción roja. Con base en esto,
Borges apeló a la Gran Misión Vivienda Venezuela (su tema fetiche) por el
costado más sensible: que todavía hayan familias damnificadas y en refugios, al
menos desde 2010. Incluso, le toma la palabra a Ramírez y acepta la oportunidad
de visitar las obras y hacerle contraloría a una de las cajas más oscuras del
presupuesto.
Pero los elementos emocionales
introducidos por Borges fueron tan eficaces como los datos catapultados contra
la GMVV. El más destacado fue articular la idea de que “dos mitades no hacen un
país” y nombrar el más abstracto y feroz de los factores: el miedo. Y luego
retomar por qué la gente está protestando en las calles, aludir al fracaso del
modelo económico y recordar las devaluaciones. De un solo golpe validó la
protesta, anuló la retórica del golpismo y vulneró la promesa revolucionaria de
estar cerca de abandonar el rentismo petrolero.
Dos de las tres últimas intervenciones
eran dos ataques directos a la gestión de Ramírez y su papel dentro del Estado.
Quizás la suma de estos factores, más la llegada de la madrugada, hizo que el
orden estallara. Se anunció que varios voceros del lado oficialista habían
decidido no intervenir. Dos, en concreto: Cilia Flores y Yul Jabour, una de las
voceras más fuertes (y la única del oficialismo que la transmisión mostró
atención constante, toma de notas y trabajo de debate) y el representante del
ala comunista de ese lado de la mesa. Dos voces interesantes que, al parecer,
no estaban encargados de puntos relevantes. Así las cosas, si alguien debía
estar preocupado a estas alturas, ése era quien decidió dejar a Rafael Ramírez
en una posición tan vulnerable en el debate.
11. Un debate no es un mitin. Que la presidencia de la mesa
señalara que dos voces del oficialismo habían renunciado a su derecho de
palabra justo antes de la intervención de Simón Calzadilla parece revelador.
Dentro de los niveles de representatividad, quizás Calzadilla era el menos
destacado del ala opositora, así que esto podría leerse como una conminación a
ceder su turno. No lo hizo. Incluso, de inmediato alegó que sería una torpeza
perder la oportunidad de hablarle al país, pero en realidad su reacción decía
algo más.
Este momento quizás parezca
irrelevante en el ámbito comunicacional, pero dentro de la estructura de lo
político no es poca cosa. Fue la muestra clara de que la repartición de las
tareas le había generado rédito a la MUD y que el oficialismo fue al debate
esperando ser atacado y no interpelado. Y las diferencias que hay en política
entre atacar e interpelar no son pocas. Menos
cuando hay representantes internacionales, medios de comunicación y expectativa
nacional.
Por eso en este momento del debate la
apelación a Nicolás Maduro o a Diosdado Cabello, que era lo esperado por
muchos, se transformó en otra manera de atacar: subrayar las causas de los
problemas y no los culpables. Y ahí fue cuando tener tantos cargos dentro del
organigrama burocrático nacional convirtió a Rafael Ramírez en el objetivo
indefendible. Las dos catapultas accionadas por Calzadilla fueron los precios
del petróleo en tiempos de revolución y los millones de dólares robados por las
empresas de maletín, temas tabú en los medios de comunicación oficialistas que
ahora eran mencionados en cadena nacional.
La voz de relevo era Blanca Eekouth,
la única de todas las intervenciones que intentó dar respuesta a algunos de los
planteamientos de la oposición. Incluso, tuvo el acierto de eludir la
intervención de Calzadilla y probar con la que hasta ese momento era la más
tóxica para el gobierno: Ramos Allup.
Eekouth volvió a los territorios del
contraste inmediato para aferrarse a nociones abstractas. Intentó recuperar
para su terreno léxico la validez constitucional de “revolución”, “socialismo”
y “hegemonía”, visiblemente afectada por las palabras del adeco. No lo logró
por dos razones: primero, la distancia entre su participación y la de Ramos
Allup lo que hizo fue devolver al top of mind de los
espectadores el papel de su adversario; segundo, los quiebres emocionales
afectaron el tono de su participación mitineándola, alejándola del
clima conversacional y haciéndola incurrir en contradicciones como “hegemonía
de la diversidad”.
Destacó, además, que la única voz
femenina dijera “Si no condenamos la violencia, somos cómplices de ella” sin
aludir, al menos como un gesto, a las mujeres asesinadas durante los sucesos de
las últimas semanas.
Así, el intento de Blanca Eekouth por
conectarse con los argumentos de Aristóbulo Istúriz (“la verdad”) y Diosdado
Cabello (“deslinde de la violencia”) fue aprovechado por Juan José Molina para
volver en contra del PSUV cada frase de la diputada, trayendo a colación una
crítica a la injerencia cubana, breve pero directa, y subrayar el fracaso de
las políticas de desarme, echando mano de dos argumentos demoledores: un
documento firmado por el propio Nicolás Maduro que no cumplió las metas
previstas y las fotografías de civiles armados junto a efectivos de seguridad
uniformados.
12. Didalco Bolívar as himself. Para este momento las intervenciones
del vicepresidente Jorge Arreaza antes de cada presentación de los miembros del
debate marcaba el debate con unframing evidente y, con eso, poco
convincente. Pero hagamos un salto en el orden cronológico de las
participaciones para dedicar unas breves líneas a lo que en las dinámicas del
debate se conoce como los elementos disruptivos.
Así como el orden de las
intervenciones y la repartición de temas son importantes, también existen
elementos que pueden incorporarse a las dinámicas para afectar de manera
conveniente para alguna de las partes. Por eso lo importante de la intervención
de Didalco Bolívar no tiene tanto que ver con lo dicho, sino con su presencia,
ya que el otrora gobernador de Aragua y exiliado político que se declaró
perseguido por el gobierno de Hugo Chávez tiene los elementos necesarios para
afirmar que posee uno de los lugares de enunciación más frágiles del debate.
Al evaluar cada participante en el
debate desde la representatividad, no queda del todo clara la naturaleza de la
participación de Didalco Bolívar en el evento. Frases como “La responsabilidad
pasa por la sinceridad” dichas por él, admiten pocas acotaciones desde la
retórica porque están construidas desde la disrupción política. Incluso, su
apelación a Juan José Molina recordó la ruptura de sus pactos, el episodio con
Ismael García y la vuelta de Didalco Bolívar al país justo en momentos
electorales.
Al parecer, la disrupción tenía una
sola intención: recordarle al lado contrario que más de uno militó en las filas
que ahora critica. Sólo eso explicaría que el PSUV prefiriera que hablara él y
no, por ejemplo, Cilia Flores. Sin embargo, el censo de talanqueras tampoco beneficiaba
al oficialismo. Era el cuarto argumento poderoso perdido en boca del vocero
equivocado.
13. El respaldo popular + El espejismo
derecha / izquierda. Volvamos
al orden. La decisión de abandonar dos derechos de palabra por parte del PSUV
tuvo una consecuencia más: dejar una tras otra la intervención de dos
gobernadores con respaldo popular en sus regiones: Liborio Guarulla y Henri
Falcón.
La carrera del gobernador Guarulla le
permitió hacer dos reclamos puntuales al gobierno: la represión y la discriminación.
Pero su manera de argumentarla recorrió espacios como la crítica a la
centralización, la defensa de su respaldo popular y un punto sólido: recordar
que ya una parte de la MUD había hecho un llamado al debate que el gobierno
central engavetó hasta que, como vemos ahora, no pudo correr con el costo
político de las consecuencias de negarse a dialogar. Y el hecho de recordar las
ocasiones en las cuales la oposición había intentado adelantar ese evento
terminó por anular los comentarios de Arreaza quien, tras cada intervención
opositora, enunciaba los espacios que el gobierno mantenía activos desde el
12-F.
El meridiano de la intervención del
gobernador Henri Falcón estuvo en lo que la retórica política denomina una frase
poderosa: breve, memorable y capaz de afirmar una convicción propia al
tiempo que vulnera una del contrario. “No toda la derecha está en la oposición
y no toda la izquierda está en el gobierno”. Se lo dijo a Blanca Eekouth, a
Diosdado Cabello y a Aristóbulo Istúriz.
Cuando Falcón nombraba a estos tres
miembros del ala del PSUV, consigue un nivel de verosimilitud a través de la
estrategia de la apelación. Esto resultó muy útil pues la intervención de
Falcón se asomó como la primera de las intervenciones aglutinadoras. En sus
primeros ocho minutos logró repasar todos los puntos fuertes que habían tocado
los miembros de la MUD, haciendo un resumen y, al mismo tiempo, poniendo en
evidencia la falta de respuestas por parte de los debatientes oficialistas.
Remató con otra bala de catapulta: sembró
el concepto de “improvisación económica” y con eso le abrió un boquete
comunicacional a la manida matriz de “la guerra económica”. De nuevo, el PSUV
acusa las consecuencias de que Ramírez hablara tan temprano y ya no pudiera
defenderse. Era el momento de cerrar.
14. Dos cierres con fisuras. Los debatientes reservados para
el cierre fueron Henrique Capriles Radonski por la MUD y Jorge Rodríguez por el
PSUV. Tanto el gobernador del estado Miranda como el alcalde del municipio
Libertador tuvieron un papel fundamental en las elecciones municipales pasadas,
donde si bien el oficialismo ganó más alcaldías que la oposición obtuvo menos
que en las municipales anteriores y no obtuvo la victoria en las principales
ciudades del país.
Además del tema electoral, tras
repasar someramente el perfil del histórico de sus declaraciones, era
previsible que Capriles utilizara como anclaje argumentativo el 14-A y
Rodríguez los elementos del sarcasmo y su ya habitual uso de la reducción al
absurdo. Pero ambos anclajes tienen fallas como elemento de cierre.
En el caso de Capriles, la falla
radica en que lo obliga a utilizar las herramientas anamnésicas que hasta ahora
había capitalizado el oficialismo. Aunque, si consideramos que cada miembro de
la MUD tuvo una asignación temática específica, a Capriles le tocaba poner en
cuestionamiento el único punto fuerte que había utilizado el PSUV: las
mayorías. Eso hizo que fuera el primero de todos en la MUD quien tuvo que
testimoniar y juzgar desde la primera persona del singular. Y, en el clima que
había levantado el debate, esto hizo deslucir algunas partes de su
intervención.
Que Capriles utilizara la crisis
política como tópico álgido y noticioso, mencionando directamente a Cabello,
Maduro y Jaua (sus más recientes contendores electorales) fue poderosa
comunicacionalmente y consumió un tiempo que le permitió llegar al tema del
14-A. Fue así como el último vocero de la MUD logró poner en tensión el
argumento de la supuesta mayoría rotunda que usó el gobierno como un espejismo
eficaz, al menos con su militancia.
Además, Capriles conectó con la misma
fuerza apelativa de Falcón a varios de los personajes de la sala. Ese tono, en
este caso, no remarcó elementos comunes, como hizo Falcón, sino diferencias
básicas: la experiencia, la distancia política y los vínculos con el presente.
Capriles bajó a tierra muchos tópicos
y descolocó la real-politik en un momento donde se hubiera
agradecido más el redondeo. Pero lo hizo dejando arriba el tema de la
inseguridad y evocando el caso de Mónica Spear como el momento en el cual “la inseguridad
tuvo un nombre” que obligó a que el gobierno reaccionara. Algo similar sucedió
cuando reclamó no estar enterado de una reunión del Concejo Federal de Gobierno
que Arreaza mencionó y, al responderle que se lo habían avisado a Carlos
Ocariz, Capriles pudo hacer alusión a dos asesinatos recientes, uno de ellos
muy cercano al alcalde de Sucre.
Antes de distraerse en comentarios
individuales y biográficos, Capriles plantó su diferencia mayor y sembró una
idea poderosa: a pesar de la rotundidad que significó decirle a Nicolás Maduro
que si no fuera por el control del Ejecutivo Nacional sobre los poderes
públicos “no estarías sentado ahí, en esa silla que no querías”, logró
articular argumentos que lo desligaron de la retórica del golpe y del estallido
social, para luego sostener que no se puede gobernar ofendiendo a medio
padrón electoral e incluso invitar a Rafael Ramírez a salir a caminar sin
escoltas por la ciudad (una invitación que, minutos después, Aristóbulo Istúriz
le aceptaría en tono de chanza durante la intervención de Jorge Rodríguez).
Capriles, además, abordó el asunto de
las municipales con un viraje: reconocer que fue un error “plesbicitar” esas
elecciones y asumir la culpa. Con eso, toma la palabra de Ramírez y estructura
su cierre afirmando que en efecto hay dos Venezuelas. Pero no se refiere a las
mitades que citó Borges, sino a un país político, reunido ahí en el Salón
Ayacucho, y un país real que está afuera del Palacio y tiene muchos problemas
reales por resolver.
En el caso de Rodríguez, la falla en
su anclaje fue estructural. Encargado del cierre y de la compilación, se veía
obligado a compensar de alguna manera el tono aleccionador y entretenido a la
vez con el cual Ramos Allup había vulnerado la estructura reiterativa del PSUV.
Sin embargo, la palabra ácida, cínica y sarcástica (un terreno de la oratoria
manejado a la perfección por Rodríguez) nunca es conveniente desde el lugar de enunciación oficial.
Como hemos comentado en otros textos, la palabra oficial no puede darse el lujo
de decir una cosa con la intención de que quienes los escuchan piensen lo
contrario.
La teoría dice que recursos como la
reducción al absurdo, la construcción de escenarios hipotéticos y el sarcasmo
son excelentes en los puntos medios de debate. Así lo utilizó la MUD. Como tono
discursivo para disminuir el peso argumentativo del otro es oro puro y, además,
lo suficientemente provocador como para vulnerar las estructuras discursivas
del otro y obligarlo a algunos desvíos para las aclaratorias. Pero también se
corren riesgos, como cuando Rodríguez alude con ironía una supuesta tremofobia
de su madre, dando a entender que ella oyó (y le creyó) a Capriles que
Miraflores temblaría. Esos son los puntos blandos de la acidez: nunca se cree
del todo.
Pero quizás el quiebre de Rodríguez no
estuvo en el modo, sino en puntos bastante específicos que también descolocaron
a algunos de su bando. Por ejemplo, el momento en el cual se refirió al
diputado Velázquez con un “Me caes mal, Andrés. Malísimo”, en un intento de
contextualizar los desencuentros en la mesa, o cuando asumió su rol de
especialista electoral y sin darse cuenta dedicó los últimos segundos de su
intervención a revivir junto a Capriles Radonski una auditoría que tanto ha
intentado hacer olvidar el Ejecutivo Nacional, en sus estrategias de
legitimación.
15. ¿Quién ‘ganó’ el debate del 10-A? Si bien ninguno de los dos
cierres fue completamente eficaz, la intervención extra de Nicolás Maduro no
fue uno mejor. En especial cuando afirmó creer que podría sacar más beneficio
pulverizando a la oposición en lugar de dialogando con ella. A ambos
bandos le habría convenido cerrar las intervenciones con Henri Falcón y Rafael
Ramírez, pues la estructura argumentativa de cada lado se habría visto
beneficiada. Y al debate le habría convenido que Nicolás Maduro cediera a los
mediadores la compilación y el cierre.
También habría sido conveniente para
el PSUV que desde sus propias filas no se catapultara esa piedra que fue el
tuit de Diosdado Cabello durante la intervención de Henrique Capriles. Ese
simple mensaje, con menos de 140 caracteres, pasa a la historia como un síntoma
claro de que la arquitectura argumentativa y el desenvolvimiento del debate fue
suficiente para desencajar a uno de los representantes más conspicuos del PSUV,
tanto como para obligarlo a acusar de manera evidente el golpe con la catarsis
del 2.0. Un misil al aire y todas las consecuencias del fuego amigo.
Para saber cuál de las partes sacó
más, es necesario preguntarse qué pretendía cada una con este debate. El
objetivo más atractivo para el oficialismo era dar una imagen de régimen
dialogante y respetuoso. Y lo habrían logrado si sus debatientes hubiesen
correspondido con la dinámica de la interpelación, dando al menos alguna
respuesta a los planteamientos opositores. Pero la cerrazón mostrada por las
intervenciones y la falta de material fáctico, comprobable y verificable en las
intervenciones oficialistas no contribuyeron con tal fin. Por parte de la
MUD, lo más valioso parecía ser la oportunidad de mostrarle al país entero (en
especial a más de 60% de venezolanos que están fuera de las redes sociales) sus
argumentos, su diagnóstico del país y sus críticas al gobierno. Y ese objetivo
fue conquistado, además, en condiciones ideales: sin repetirse, mostrando su
pluralidad y dejando al gobierno en una posición mediáticamente comprometida.
La MUD dejó el balón del lado de la
cancha de Maduro. Y eso no es poca cosa.
Los debates tan largos suelen dar la
ilusión de un triunfo repartido. Obligan a sopesar una intervención con otra,
tabular, plantear escalas. Sobre todo si se analiza con base en esa abstracción
llamada la opinión pública. Pero las principales distracciones
del análisis suelen tener su causa en la luminosidad de lo comunicacional.
Nuestras dinámicas políticas han sido hiperexpuestas mediáticamente durante
quince años. Por eso es posible pensar que, después de que el poder haga su
control de daños, estos diálogos se convertirán en eventos hechos tras las
puertas de la política y, luego, comunicados a la prensa.Sin embargo, aunque la
percepción no siempre es suficiente, hubo un bando que interpeló y otro que no
supo responder. Y esto es revelador. Mientras tanto, en la opinión pública, la
MUD parece haber convencido a una parte de los radicales de que el diálogo no
obliga a un sacrificio de las convicciones. Todo lo contrario: permite mostrar
una alternativa a quienes hoy deben verse representados por quienes el pasado
10 de abril no supieron dar respuestas.
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