Cada día es más fuerte en
Venezuela el clamor por un diálogo sincero entre gobierno y oposición para
resolver los gravísimos problemas que siguen sembrando miseria, violencia y
muerte. Es la hora de los Políticos (con mayúscula), capaces de pensar en
Venezuela y en la mayoría de los venezolanos a quienes cada día la vida se nos
hace más cuesta arriba. No son tiempos ni para revanchismos, intolerancias,
pero tampoco para ocultar o maquillar la terrible enfermedad que estamos
padeciendo o para utilizarla meramente para obtener cuotas de poder.
¿Cómo es posible que el Gobierno, ciego a la realidad y sordo a los clamores,
siga empeñado en mantener unas políticas económicas que sólo han traído
corrupción, miseria y desesperanza?
La primera condición para un
diálogo verdadero es aceptar la realidad y asumir la responsabilidad de la
situación que estamos viviendo. No va a ser posible superar los gravísimos
problemas que tenemos si sencillamente los negamos y repetimos que son producto
de una guerra económica o un complot mediático que presenta una visión falsa de
Venezuela, y que los que claman por un cambio son agentes del imperio o
personas sin corazón. Hace falta ser muy cínico e irresponsable para
negar la escasez extrema de medicinas que ya han ocasionado varios muertos, y
la dificultad creciente de conseguir productos de la dieta diaria a precios
congruentes con el salario que recibimos las mayorías.
El milagro económico del
chavismo, en vez de sacar a las mayorías de la pobreza, nos ha hundido a casi
todos en ella, pues prácticamente ha acabado con la clase media y con el
estímulo al trabajo. ¿Cómo es posible que hayamos convertido a Venezuela, un país
con tantas riquezas y potencialidades, prácticamente en el más miserable de
América? ¿Cómo seguir defendiendo unas políticas que nos han convertido
en el país con mayor inflación en el mundo, y entre los más corruptos e
inseguros? Es evidente que los que nos gobiernan y siguen empeñados en
mantener el actual rumbo sin vacilar en interpretar la Constitución a su
conveniencia, no sufren la escasez de medicinas y comida y disfrutan de
abundantes dólares baratos con los que pueden viajar por el mundo sin problemas
y permitirse un nivel de vida de espaldas a la realidad del país. Por
ello, mucho me temo que detrás de sus llamados al diálogo se oculta la
intención de seguir disfrutando del poder.
El diálogo implica
disposición a abandonar conductas y prejuicios para superar los problemas,
respeto a la verdad que detesta la mentira. Desde la mentira y la manipulación
de los hechos o el ocultamiento de la realidad no va a ser posible
resolver los problemas. Lamentablemente, en política se miente mucho y con el
mayor descaro, y hasta algunos polítiqueros han convertido la mentira en un
medio muy eficaz para ascender y enriquecerse. Como ya lo intuyó Quevedo, en un
mundo donde impera la mentira, “la verdad tan sólo perjudica al que la dice”.
Nada puede resultar más
dañino que llamar al diálogo sin verdaderas intenciones de cambiar. Por
ello, el diálogo, para ser creíble, debe ir acompañado de medidas que
demuestren disposición a abandonar aquellas actitudes y conductas tanto
políticas como económicas que han ocasionado la gravísima crisis que vivimos.
27-10-16
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