Por Ángel Oropeza
Después del fin de la 1ra
Guerra Mundial, Francia decidió construir un conjunto de fortificaciones
militares a lo largo de su frontera con Alemania e Italia para evitar la
repetición de una invasión del país por fuerzas extranjeras. Ese conjunto de
edificaciones, bautizado como la “Línea Maginot” en honor de su creador y
entonces Ministro de Defensa André Maginot, es conocido como la mayor línea de
defensa militar construida en el mundo moderno. Su costo total fue superior a
unos 5.000 millones de euros de hoy, y su complejidad tecnológica y militar
comprendía más de 100 fuertes principales construidos con gruesos muros de
cemento armado y blindajes de acero, y más de 400 km de galerías conectadas
subterráneamente, las cuales albergaban tropas y artillería que hacían de estas
construcciones una fortaleza inexpugnable.
No obstante todo ese
derroche de dinero y materiales, ello no sirvió para impedir la derrota de
Francia al comienzo de la 2da Guerra Mundial en 1940, y la arrogante gran Línea
Maginot quedó para la historia como uno de los fracasos militares más costosos
e inútiles. Los franceses cometieron el error estratégico de confiar en su
experiencia de la guerra de trincheras de la 1ra Guerra Mundial, lo que suponía
un paradigma bélico de frentes de batalla estáticos, y desdeñaron la incursión
de nuevas tácticas y nuevos elementos, como la guerra relámpago y el uso de la
aviación. Confiaron en que lo que les había servido una vez, serviría para
siempre, no importa los cambios que estaban ocurriendo y los nuevos escenarios
que se suscitaban.
El fracaso de la Linea
Maginot es un eterno recordatorio al mundo militar de la inutilidad de una
fuerza sin el necesario discernimiento estratégico. Y de cómo no importa el
poder de fuego, si la ceguera hace que no se vea lo que está pasando más allá
de sus cuarteles y cálculos.
El gobierno de Maduro ha
dejado caer la última hoja de parra que ocultaba su indigencia democrática, y
ha dispuesto acabar con el requisito sine qua non de cualquier democracia por
más primitiva que sea: permitir las elecciones como mecanismo fundamental de
soberanía del pueblo. No se trata sólo de impedir la realización del
constitucional y muy legítimo referendo revocatorio del mandato presidencial o
de las obligatorias elecciones para gobernadores de estado, sino que los
alegatos expuestos permiten predecir que tampoco se permitirán elecciones
presidenciales cuando correspondan. El miedo a perder el poder ha llevado a la
oligarquía gobernante a traspasar la raya roja que separa la legitimidad
democrática de la inconstitucional usurpación autoritaria.
El gobierno se ha quedado
solo, sin pueblo y sin Constitución. Pero confía que la Fuerza Armada Nacional
le ayudará en esta aventura inconstitucional, prestándose para reprimir y para
impedir las fundadas demandas de cambio de casi todo el país. El problema es
que a lo interno del mundo militar siempre ha quedado claro que si el
gobernante no se cuenta, ya no es no es ni democrático ni legítimo.
Para tragedia de la Fuerza
Armada Nacional Bolivariana, ella aparece en las últimas investigaciones de
opinión pública entre las instituciones peor vistas y evaluadas por la
población. Mientras la Iglesia Católica, sin tomar partido por ninguno de los
factores de poder, ha insistido en que la única forma de resolver la crisis es
permitiendo que el pueblo –el soberano- sea quien decida, y es la institución
hoy por hoy de mayor confianza y credibilidad, la FANB se desliza hacia abajo
en el afecto popular. Ya ha comenzado a recibir una factura que no le es
propia, salvo que la quiera hacer suya. ¿Que se impone entonces ahora?
¿La voz de los que quieren una Fuerza Armada sólida, querida y respetada por
todo el país, o la voz de quienes creen que las violaciones a la Constitución
por parte del gobierno van a beneficiar y a proteger a la FAN?
El madurocabellismo está
jugando a la desestabilización política de un sistema del cual la Fuerza Armada
es actor y garante. En otras palabras, el gobierno está desestabilizando el
piso donde el estamento militar también está montado. Y esto es una jugada muy
riesgosa para quien no tiene pueblo.
El poder legislativo
nacional es el único de los poderes del Estado, junto con el presidente del
poder ejecutivo, que es electo directamente por el pueblo y por tanto, a
diferencia del resto de los poderes, es expresión directa de la soberanía
popular. Pues bien, la mayoría calificada de ese poder del Estado acaba
de aprobar un “Acuerdo para la restitución del Orden constitucional en
Venezuela” en el cual se establece que “la Fuerza Armada Nacional tiene el deber
de respetar y defender la Constitución, en lugar de subordinarse a una
parcialidad política y que la obediencia debida no los exime de responsabilidad
por la violación de Derechos Humanos,”, y le exige a la Fuerza Armada Nacional
“no obedecer ni ejecutar ningún acto o decisión que sean contrario a los
principios constitucionales o menoscaben derechos fundamentales del pueblo de
Venezuela, emanados del Poder Ejecutivo, Judicial, Ciudadano y Electoral”.
Con el respeto y el afecto
que se merecen, la Fuerza Armada debe saber que el país la quiere fuerte,
constitucional, sin afiliación partidista, querida y respetada por todos, y no
humillada y usada por un grupo que no les importa ni el futuro ni la reputación
de la familia militar con tal de proteger sus beneficios.
Por favor, no se presten al
entierro de una Constitución que ustedes juraron defender, y mucho menos a la
represión de un pueblo al que están obligados a defender. Recuerden al
Libertador: “Maldito el soldado que vuelva las armas de la República contra su pueblo”. Vean
lo que está pasando en las calles. Nadie puede contra las demandas de cambio de
un pueblo decidido. No cometan el error estratégico de los franceses.
25-10-16
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