viernes, 23 de diciembre de 2016

La oposición: entre radicalistas y moderados por @eochoa_antich


Por Enrique Ochoa Antich


Relación de errores y aciertos del 2002 al 2016

A instancias de Rafael Guerra Ramos, con quien hablé mucho de eso que yo llamo la peste radical (comparando al Partido Comunista de los años 60 del siglo pasado tentado por la magia de Fidel Castro con la oposición de hoy) durante una de nuestras visitas a Teodoro Petkoff, preparé esta relación comparativa entre los errores radicalistas cometidos por las fuerzas democráticas de estos 18 años y los aciertos de la moderación, la que me gusta llamar prudencia valiente (más valiente hay que ser en la oposición para ser moderado que para ser radicalista con el tipo de gradas que tenemos, esa alta clase media que en las redes abuchea a la moderación y aplaude al radicalismo por irresponsable que sea). Me parece mejor hablar de radicalistas que de radicales para hacer mención a una deformación, a una hipertrofia del radicalismo, que en fin no es sino ser capaces de ir a la raíz de los fenómenos: en ese sentido, yo por ejemplo me siento radical pero no radicalista.

En la conversa con Guerra, siempre grata y educativa, quise escrutarlo acerca de cómo fue que en su momento el Partido Comunista se dejó tentar por el discurso precisamente radicalista del fidelismo. Me sorprendieron las semejanzas con lo que ha vivido la oposición venezolana en otros momentos y, creo, vive hoy por hoy. No que compare a Douglas Bravo con María Corina Machado, pero tanto allá como acá hay rasgos semejantes: voluntarismo combinado con pensamiento mágico y elemental que cree que basta una marcha para cambiar la historia; hechos cumplidos para arrastrar a todos a un determinado desbarrancadero radicalista; chantaje falsamente moralista que presenta al que duda del arrojo irresponsable como un traidor o un cobarde, la impaciencia y el atajo pues siempre se argumenta que la historia no puede esperar y que si se espera el país se acaba, en fin. En los 60 se perdió una generación entera y la democracia a dos robustos partidos: el Movimiento de Izquierda Revolucionaria y el Partido Comunista de Venezuela, que en una ruta democrática, juntos, quién sabe adónde habrían llegado. A nosotros esa prédica radicalista nos ha hecho perder oportunidades democráticas gloriosas y retardar mucho, pero mucho más de lo que cabría haber imaginado la derrota del proyecto político chavista: autoritario, militarista, centralista, estatista, populista, con clara vocación totalitaria, devenido ya en neo-dictadura, que sólo ha traído pobreza y atraso para la clamorosa mayoría de los venezolanos.


Veamos entonces:

Golpe de Carmona, 2002:

Aunque la rebelión ciudadana del 11A es reivindicable incluso hasta la desobediencia militar frente a la orden de aplicar el Plan Ávila, la designación de Pedro Carmona como supuesto presidente de la República, por los militares y en el Fuerte Tiuna, y su posterior auto juramentación, en vez de haber acudido a la Asamblea Nacional como depositaria de la soberanía nacional frente al vacío de poder dejado por la renuncia de Chávez, constituyó un grave error que legitimó la reacción de Raúl Isaías Baduel, favoreció el regreso de Chávez al poder, y convirtió a la oposición en golpista frente a la imagen del mundo y de una mayoría de venezolanos.

La depuración chavista de la Fuerza Armada fue su más inmediata consecuencia práctica.

Ocupación de la plaza Altamira por militares activos y retirados, 2002:

Además de su inutilidad y ridiculez, lo que hablaba muy mal de la seriedad de la oposición, remachó la idea de que la oposición buscaba una insurrección militar como vía para acceder el poder y, por contraparte, la de que Chávez era un demócrata.

El paro, 2002-2003:

Convocado mientras tenía lugar un proceso de diálogo, se convirtió vía hecho cumplido (procedimiento típico de los radicalismos) en indefinido (el eufemismo de "indetenible" que usaba Carlos Ortega) a pesar de la expresa decisión en contrario de la Coordinadora Democrática e incluso de la Central de Trabajadores de Venezuela.

Aunque la mayoría de la sociedad civil en la CD recomendó a los trabajadores petroleros no sumarse al paro (yo participé de la reunión en que se acordó esa línea con Gente de Petróleo), la provocación del Gobierno (asalto de la casa de Juan Fernández, represión de una pequeña marcha en la llamada Plaza de La Meritocracia en Chuao, humillantes despedidos petroleros con pito y demás, etc.), en lo que los militares llaman operación retardatriz (la famosa batalla de Santa Inés de Ezequiel Zamora contra los godos con cuyo nombre no por casualidad Chávez llamó luego a su Comando para el revocatorio), fortaleció la prédica radicalista y convirtió el paro indefinido en un hecho cumplido.

Abstención, 2005:

Luego de que las marchas 2002-2003 fueron menguando, se presentaron las elecciones parlamentarias como un escenario de lucha contra el Gobierno pero con la prédica abstencionista de por medio. La colocación de las captahuellas y el discurso de Súmate haciendo creer que ellas revelaban el voto de los electores, creó una presión de calle y de opinión pública que obligó incluso a quienes más la adversaban (como Manuel Rosales y Petkoff), a aceptar la abstención también como un hecho cumplido (excepto Julio Borges y un sector de Primero Justicia contra los cuales se arremetió de todas forma y manera a través de los medios de comunicación).

Como resultas de todo este proceso, se vivió el más dramático reflujo de las fuerzas democráticas. Ese río estancado fue removido por la candidatura de Teodoro en 2005 (en la dirección política de cuyo Comando siento el orgullo de haber participado) y luego por el pacto Petkoff-Rosales-Borges que le otorgó otra vez un dirección política y de políticos a la oposición (no de poderes fácticos empresariales y comunicacionales, como fue hasta entonces), echó por tierra lo que habría sido otro error: la exigencia de primarias por parte de Súmate, que nos habría "contado" en el peor momento de la oposición. En 2006 con la candidatura de Rosales reagrupamos las fuerzas (a pesar de la línea abstencionista oficial de Acción Democrática, Antonio Ledezma, María Corina Machado y otros), se asumió como estrategia la ruta democrática: civil, pacífica, nacional y electoral (es decir, no militar, no violenta, no tutelada por ningún gobierno extranjero, y no insurreccional), y así obtuvimos la primera victoria frente al chavismo: el referendo constitucional de 2007. Luego vinieron nuevas conquistas: gobernaciones y alcaldías abandonadas y perdidas, diputados, e incremento importante de nuestra votación presidencial de 2006 a 2012 hasta casi ganar el poder en 2013. Las "guarimbas" fueron en este contexto un retruque del error radicalista del pasado. La ruta democrática, en cambio, volvió a expresarse en la victoria electoral para las elecciones parlamentarias de 2015.

Las tensiones actuales entre la prudencia valiente (que más valiente es la prudencia que el radicalismo fácil, en particular con nuestra barras de alta clase media que en las redes y en los medios abuchean a la primera y aplauden al segundo por irresponsable que sea) que va al diálogo y busca fortalecer a las fuerzas democráticas con las elecciones regionales, por un lado, y, por el otro, quienes anhelan regresar a la estrategia de la marcha del no-retorno y del derrocamiento del Gobierno a partir de un imponderable explosión social y/o una fractura militar, no es sino la contradicción entre la línea política insurreccional y radicalista que del 2002 al 2005 llevó a la oposición a sus más costosas derrotas y la ruta democrática asumida desde el 2006 a partir del pacto Petkoff-Rosales-Borges, que le ha dado a la oposición todas sus victorias hasta hoy.

Nunca está de más mirar al pasado para esclarecer el porvenir, en particular cuando los capitanes de la derrota en el pasado quieren volver a serlo en el presente.

22-12-16




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