Yoani Sánchez 26 de diciembre de 2016
'En la
televisión resuena un discurso de Nicolás Maduro. Habla de conspiración
internacional, del enemigo que quiere acabar con la revolución bolivariana y de
"mafias monetarias", una cantinela que recuerda al fallecido
expresidente cubano Fidel Castro, obsesionado en culpar a otros de los
descalabros provocados por sus propias decisiones.
Las
diferencias de estilo entre ambos líderes resultan incontables, pero algo más
determinante los separa: el tiempo. Han transcurrido décadas entre que Castro
desplegara su interminable oratoria sobre Cuba y que Venezuela estuviera
gobernada por el errático Maduro.
En ese
tiempo, los latinoamericanos nos hemos vuelto suspicaces con los discursos
populistas y aprendido a detectar las costuras de los redentores, bajo cuyo
ropaje se esconden los autoritarios. Los discursos políticos no funcionan igual
que antes. Como esos manidos versos que comparaban los ojos con las estrellas o
la boca con una rosa, y que ahora solo provocan burla.
En
estos tiempos que corren, cuando desde la tribuna se invoca demasiado la
patria, se agita el espectro de la injerencia extranjera y no se ofrecen
resultados, es momento de ponerse en alerta. Si los líderes nos llaman a
derramar hasta la última gota de nuestra sangre, mientras ellos se rodean de
guardaespaldas o se esconden en algún "punto cero", hay que dejarles
de creer.
Una
dosis de escepticismo inmuniza contra esas perniciosas arengas en que se
explica que los problemas del país tienen su origen fuera de las fronteras
nacionales. Sospechosamente, el denunciante nunca reconoce responsabilidad
alguna en el desastre y culpa del fracaso a supuestas componendas y guerras
mediáticas.
Maduro
se formó en la escuela de la política como crispación permanente, cuya cátedra
principal se ubica en La Habana. Para colmo, el líder venezolano ha sido un
estudiante mediocre, que interpretó el guion original con mucho aspaviento,
poco carisma y una gran dosis de disparate. Su principal desacierto ha sido no
darse cuenta de que el manual diseñado por Fidel Castro ya no funciona.
El
líder venezolano llegó tarde para aprovecharse de esa candidez que por décadas
hizo que muchos pueblos de este continente encumbraran dictadores. Sus
discursos resuenan a pasado y, como los malos poemas, no conmueven el alma ni
ganan afectos.
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