Tulio Ramírez 02 de marzo de 2020
No
voy a arrancar diciendo que estuve a la expectativa de los fulanos
entrenamientos militares. Por esos días preferí estar pendiente de la llegada
del técnico para reparar el cable. Tenía varios días sin el servicio y además
con la firme voluntad de no sintonizar TVS, VTV, FNB, ni ninguno de esos
canales gobierneros que pueden verse fuera del cable. Antes que hacer eso, les
juro que optaría por invertir mi tiempo en investigar donde están publicadas
las Obras Completas del llamado Poeta de la Revolución.
Tengo
un colega dojo, dojito, que me echó en cara lo egoísta que soy por estar más
pendiente del cable que de la defensa del país. Para quitármelo de encima. sin
romper la amistad de tantos años, le señale que, entre Cable y Defensa de la
Revolución, no hay contradicción. Mientras estemos pegados a la TV, al
Internet, al WhatsApp, al Instagram, al Neflix, al Twitter y a las cartas del
Tarot, no habrá contrarrevolución. Esta necesita más calle, y menos sofá. Al
parecer le agradó mi respuesta porque no me fastidió más.
Pero
no crean que estaba relajado con mi problema. Se imaginarán la alteración de
las fibras nerviosas del bolsillo cuando me enteré que el servicio técnico ya
no lo presta la empresa en la que estoy suscrito. Ahora el cliente debe
contratar de manera particular a algún “agente autorizado”. La espera del
tanganazo en dólares por una avería que quien sabe si es una tontería o muy
complicada, genera un estado de angustia solo comparable con la que se siente
cuando se está a la espera de la cuenta de la clínica, una vez agotado el
mísero seguro.
Finalmente
llegó el técnico después de varios embarques. La revisión duró solo 10
minutos. “Maestro, esto está muy
complicado y los repuestos no se consiguen. El “sirigüi”, que es la pieza que
se dañó, ya no lo mandan al país por el bloqueo. Yo sé lo que es quedarse sin
cable mi amigo, pero le vamos a sacar del apuro. Yo tengo un “sirigüi” mío de
mi propiedad personal. Si quiere, me da 50 lechugas y yo mismo se lo monto de
gratis y digo en la empresa que no era nada y solo paga la visita que son 10
verdes”. Sigue el técnico, “le recomiendo que gaste los 60 porque si no se
quedara sin cable quien sabe hasta cuándo y calarse El Mazo Dando es una
tortura virus”.
Pero
esto no es todo. Le digo que es un poco caro y que buscaré una segunda opinión.
El chamo con una mirada de esas que te escrutan como un rolitronco de bolsa que
no sabe nada de la vida, me advierte, “mire maestro, haga lo que usted quiera,
pero seguro otro le dirá que además del “sirigüi” es el “chivirico”, y le va a
quitar una bola. Mire que los pillos no solo están en el gobierno. Quédese
conmigo que va en caballo blanco”.
Quedamos
en que lo llamaría cuando me decidiera. El joven me cayó bien. Sin embargo,
siempre persiste la duda sobre la veracidad de su diagnóstico. Tengo la misma
sensación que tuve cuando me hicieron el presupuesto del microondas (cada vez
que lo llevo a reparar, está malo el megatrón, la pieza más cara), o cuando
revisaron la nevera y era “el cigüeñal de la hielera” (¿¿??), o cuando la
aspiradora se averió y era “el colimodio del rotor” (¿¿??). Mientras reflexiono
sobre mi suerte como consumidor, echo un vistazo a las redes sociales.
Llegan
imágenes de los entrenamientos militares. En una está la gorda Gladys tratando
de pasar por el centro de un caucho de camión, haciendo esfuerzos para no
llevárselo colgado en la cintura como un koala. En otra imagen hay una
formación de hombres vestidos como si van a un partido de bolas criollas,
tratando de acomodarse el fusil terciándolo por el pecho. Después de advertido
el error, se lo colocan en el cuello como un gancho de ropa, pero con el gancho
hacia abajo. En otro, vi a unos señores con unas escopetas viejas, arrodillados
en un puente en actitud defensiva, esto contrastaba con las mujeres con niños
en brazos, hombres hablando por el celular y heladeros atendiendo unos
noviecitos, deambulando tranquilamente entre los aguerridos combatientes. En el
siguiente, 3 gordos y conocidos políticos rojos, disfrazados de militar,
saltando sobre una hilera de 5 cauchos, llegando a la meta con el sudor y el
jadeo de haber saltado 600.
Qué
dilema, si no me agarra el chingo me agarra el sin nariz. Si no reparo, debo
seguir pagando a la empresa un servicio que no disfrutaré, si me quedo solo con
las redes tendré que ver espectáculos bochornosos como el arriba señalado, si
reparo con el chamo, me despescuezará los poquitos verdes que están debajo del
colchón y si llamo a otro técnico podría salir trasquilado al cuadrado. El que
necesita un escudo protector soy yo.
Tulio
Ramírez
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