JORGE RAMOS 03 de marzo de 2020
Hace
poco más de un año, en Caracas, el dictador venezolano Nicolás Maduro nos robó
una entrevista y todo nuestro equipo de filmación. Hoy, todavía, no nos ha
regresado nada. Pero vale la pena ver qué ha cambiado —y qué no— en Venezuela
en los últimos 12 meses.
Al
igual como he hecho con decenas de líderes en todo el mundo, el lunes 25 de
febrero del 2019 me senté en el Palacio de Miraflores para conversar con
Maduro. Sabía que iba a ser un encuentro difícil; no todos los días se
entrevista a un dictador acusado de realizar un fraude en las elecciones de
mayo del 2018. Por eso decidí confrontarlo desde la primera pregunta: “Usted no
es el presidente legítimo. Entonces ¿cómo le llamo? Para ellos (para la
oposición) usted es un dictador”.
La
entrevista duró 17 minutos. Además de su falta de legitimidad, lo cuestioné
sobre la detención de cientos de prisioneros políticos y el fracaso de la revolución
bolivariana. El país se desmorona con una desbordada hiperinflación y una
impagable deuda externa. Casi 5 millones de venezolanos han huido de su país
por la corrupción, la pobreza, la violencia y la hiperinflación.
Al
final le mostré a Maduro un video que yo filmé con mi celular de tres
venezolanos comiendo de un camión de basura. Claro, esto se puede ver en muchos
países del mundo. Pero en Venezuela va en contra de la narrativa oficial de que
el gobierno chavista protege a los más desamparados. Y ahí el dictador se
rompió.
Maduro
se levantó de su silla, dio por terminada la entrevista y su ministro de
comunicaciones, Jorge Rodríguez —argumentando que esa entrevista “no estaba
autorizada”— le ordenó a sus agentes confiscar las cámaras de televisión de
Univision, todo nuestro equipo y las tarjetas de video.
Nunca
en mi carrera me habían robado una entrevista, ni detenido y cacheado por dos
horas junto con otros seis periodistas de Univision, ni despojado por la fuerza
de mi celular y mochila, ni deportado del país al día siguiente, solo por hacer
preguntas difíciles. Afortunadamente, la entrevista no se perdió. En junio
pasado obtuvimos, de fuentes confidenciales, una copia que había sido filmada
simultáneamente a la nuestra por funcionarios del gobierno. Aquí la pueden ver.
¿Qué
ha pasado desde entonces en Venezuela? Lo más grave es que Maduro sigue en el
poder. Los militares —el principal pilar de su dictadura— aún lo apoyan. Y la
clase gobernante y sus aliados financieros están tan embarrados en la
corrupción que temen perderlo todo con cambio de gobierno.
La
oposición no ha encontrado una salida a esta crisis. Las frecuentes protestas
multitudinarias en las principales ciudades de Venezuela no han ocasionado la
caída del régimen.
¿Por
qué? Porque es peligrosísimo protestar contra Maduro. Solo en el 2019 murieron
5,286 personas por “resistirse a la autoridad”, según el Observatorio
Venezolano de la Violencia.
El
mismo presidente interino de Venezuela, Juan Guaidó, reconoció que subestimaron
a Maduro y carga dos fracasos. Uno, el intento de levantamiento de mayo pasado
—liderado por Guaidó y el opositor, Leopoldo López, recién liberado de la
cárcel— no fructificó; algunos militares, aparentemente, se arrepintieron al
último momento. Y dos, la ayuda humanitaria internacional que Guaidó quería
distribuir en Venezuela se atoró en febrero del 2019 en un puente con Colombia.
“Subestimamos la capacidad de hacer mal, de hacer sufrir a nuestro país, de
perseguir”, me dijo Guaidó recientemente en una entrevista.
Y
la opción de una invasión militar liderada por Estados Unidos, desde mi punto
de vista, sería un gran error. La historia de las intervenciones
estadounidenses en América Latina no ha contribuido a la democracia y está
plagada de muertos y abusos. Basta mencionar los casos de Guatemala en 1954 y
Chile en 1973.
El
plan de Estados Unidos es incrementar las sanciones a los líderes del régimen
venezolano.
Pero
el futuro de Venezuela es solo de los venezolanos. El reciente recibimiento de
Guaidó en Madrid, con miles de venezolanos gritando “¡Libertad!”, es una
muestra de que el deseo de cambio está intacto. No hay nada que pueda parar una
idea tan poderosa.
Al
final —y esto no falla— todos los dictadores caen. Pero no caen solos; hay que
empujarlos.
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