Por Simón García
Los globitos, llenos de aire
al borde de la nada son esferas vacías de duración generalmente efímera. Se
forman por incrementos de tensión y agitación entre elementos diferentes.
Aunque Juan Luis Guerra inventa
que sus burbujas nacen de un corazón “mutilado de esperanza y de razón”, frase
que pudiera describir la situación de muchos de los que en el pasado tararearon
su canción.
Ahora nuestra impaciencia, y
la diseminada falta de cordura nos impulsan a buscar el “ancla imprescindible
de una ilusión”. Pero la inducción polarizadora y una bien repartida
desconfianza bloquean la mano a los cambios que el país requiere.
Frente a la terrible
tragedia que nos carcome, nos regíamos en burbujas. La de mayor pompa es la de
quienes gobiernan y desean perpetuar su poder, separándose escandalosamente del
modo de vida que sufre la sociedad.
La nueva clase minoritaria,
aplica una ideología autoritaria nutrida por el sueño de hacer posible una
perfecta felicidad colectiva.
Pero sobre las paredes del
descontento contra el gobierno tratan de elevarse otras burbujas formadas por
al menos cuatro coaliciones opositoras remando contra si mismas, convertidas en
fragmentos erráticos mientras se desintegran separadamente, sin unir fuerzas ni
formular la estrategia para abrirle brecha a oportunidades de cambio hoy
presentes.
Son burbujas de encierro, de
aislamiento, de fuga hacia el fracaso y abandono de la tarea de forjar un
acuerdo nacional entre un amplio espectro de actores capaces de dar algún
aporte a la reconstrucción de las instituciones, de la economía, de los
derechos y de un nuevo tiempo de bienestar en base al trabajo. Un acuerdo entre
gobierno y oposición.
Si alcanzamos la virtud de
pensar juntos el futuro podremos romper las burbujas y salir del agujero negro
que amenaza disolvernos a todos.
Estamos en un momento
propicio para iniciar una política transicional que una a los venezolanos:
elegir un nuevo CNE en la AN y realizar elecciones bajo condiciones
competitivas. Un primer golpe de timón para retornar al país que queremos.
Nos conviene salirnos del
camino para mantener o intentar llegar al poder con los métodos de la
ruralidad, el caudillismo y la violencia.
Ya no podemos vivir evocando
el talento político de Betancourt, Caldera, Teodoro o la visión de ilustres
independientes como Ramón Díaz Sánchez, Gumersindo Torres, Adriani o Picón
Salas.
A esta generación le sale
ser creadores de una nueva época. Y no vamos bien.
Junto a esta omisión no
puede pasar inadvertida la presencia de una burbuja extremista y maligna para
la democracia, con mucho poder virtual y apoyo internacional, que se comporta
como una nueva derecha, entre nosotros y en otros países de América Latina.
Ellos no pueden ser punto de desemboque de las crisis.
En los Discursos sobre la
segunda década de Tito Livio, Maquiavelo habla de transiciones no sangrientas y
cita el ejemplo de la caída de los Médici, cuyo costo fue su expulsión de
Florencia en 1494.
Tantas centurias después
necesitamos inteligencia y valentía para romper las burbujas que nos aíslan del
siglo XXI y comenzar a restablecer los vínculos entre la política, la gente y
el cambio social.
08-03-20
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