Por Mercedes Malavé
González
El 10 de agosto de
1946, un presidente italiano, Alcide De Gasperi, se presentó a la Conferencia
de Paz celebrada en París, luego de que su país fue considerado por las grandes
potencias mundiales un exenemigo por haber sido cómplice del nazismo bajo el
régimen del fascismo.
Para De Gasperi,
antifascista radical, constituía un auténtico oprobio ser tachado de fascista.
No obstante, se presenta ante esa asamblea mundial sin ánimo revanchista ni
espíritu victimista sino como doliente de una nación arruinada y condenada al
castigo por haber perdido la guerra: “Tomo la palabra –dijo De Gasperi– en esta
asamblea mundial sintiendo que todo, excepto vuestra personal cortesía, está en
contra de mí; sobre todo por esta condición de exenemigo que me hace ser el
imputado que ha venido aquí luego de que los más influyentes de ustedes hayan
formulado sus conclusiones en una larga y fatigosa elaboración”.
De Gasperi tiene la
enorme tarea de ganarse nuevamente la confianza de la comunidad internacional.
Debía abogar por millones de campesinos y ciudadanos arruinados por la guerra.
Llevaba en sus hombros el peso de una nación sometida por sus mismos errores,
pues el fascismo había nacido en las entrañas de Italia: “Tengo el deber ante
la conciencia de mi país, y para defender la vitalidad de mi pueblo, de hablar
como italiano; pero siento la responsabilidad y el derecho de hablar también
como demócrata antifascista, como representante de la nueva república que,
armonizando en sí misma las aspiraciones humanitarias de Giuseppe Mazzini, las
concepciones universales del cristianismo y las esperanzas internacionalistas
de los trabajadores, está enteramente orientada hacia esa paz duradera y
reconstruida que vosotros buscáis, y hacia esa cooperación entre los pueblos
que tenéis la tarea de establecer”,
El presidente italiano
reprochó a las potencias del mundo que el tratado de paz no se haya elaborado
en términos de reconstrucción y cooperación internacional, sobre la base del
principio de igualdad de las naciones. Cuestionó que Italia no haya sido
admitida en las Naciones Unidas ni siquiera “revestida con el hábito del
penitente”.
El tratado de paz no
garantizaba a los italianos ni la integridad territorial, ni la independencia
política, ni la prohibición del uso de la fuerza en las relaciones
internacionales, mucho menos la ayuda económica para llevar a adelante un plan
de reconstrucción. “¿Se puede creer que esto sea así?” se pregunta De Gasperi
conmocionado ante la inmensa situación de desventaja y desprotección en que se
encontraba una Italia castigada y sancionada por las potencias vencedoras.
De Gasperi concluyó su
célebre discurso demostrando su talante de hombre de Estado capaz de
sobreponerse a sus propias heridas y resentimientos, reservándose los problemas
internos de su país y abogando por todos los italianos: “Hoy de nuevo,
presentándome aquí bajo la apariencia de exenemigo, apariencia que nunca fue la
del pueblo italiano, ante vosotros, cansado del largo trabajo o anhelando una
conclusión, me he esforzado por contener mi resentimiento y dominar mis
palabras, para que quede claro que estamos lejos de querer obstaculizar, sino
que pretendemos favorecer constructivamente vuestra labor en la medida en que
contribuye a una ordenación más justa del mundo. Quienquiera que sea el
intérprete del pueblo italiano hoy en día está desgarrado por deberes
abiertamente conflictivos. Por una parte, debe expresar la ansiedad, el dolor y
la angustiosa preocupación por las consecuencias del tratado; por otra, debe
reafirmar la fe de la nueva democracia italiana en la superación de la crisis
de la guerra y en la renovación del mundo efectuada por instrumentos de paz
válidos”.
El mandatario italiano
no solo obtuvo la estima y la confianza de las grandes potencias del mundo sino
que fue uno de los artífices de la comunidad europea, precursora de la Unión
Europea. Además, consiguió un importante crédito y toneladas de ayuda
humanitaria para su país, gracias a haberse ganado la confianza del gobierno
norteamericano.
Que la conciencia de
nuestra tragedia nacional nos impulse a imitar los valores y principios que
inspiraron la acción política de este enorme estadista contemporáneo.
Mercedes Malavé es Político.
Doctora en Comunicación Institucional (UCAB/PUSC) y profesora en la UMA.
11-01-21
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