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martes, 12 de enero de 2021

Hiperliderazgo = autoritarismo, por @polis360


Piero Trepiccione 11 de enero de 2021

@polis360

Con el triste episodio ocurrido en el capitolio de Washington, sede del poder legislativo estadounidense, donde un grupo de personas partidarias de Donald Trump, quisieron interrumpir por la fuerza un acto constitucional que constituye un requisito formal en la democracia de ese país para ratificar la votación del colegio electoral, que a su vez, representa la voluntad general expresada en las urnas de cada estado que integra la unión; se evidenció el grave daño que está causando al mundo el hiperliderazgo y las narrativas autoritarias

Con la aparición del nuevo siglo, hemos visto con profunda preocupación la utilización de la “telepolítica” como herramienta del ejercicio gubernamental cuya consecuencia directa ha sido, el debilitamiento de las instituciones como contrapesos que regulan los límites al poder. Con este fenómeno, han aparecido líderes extremadamente vociferantes que concentran su actividad en una narrativa ofensiva que centraliza el ejercicio del liderazgo en una sola figura afectando y desacreditando a las instituciones establecidas en los estados de derecho y en las constituciones.


Este fenómeno ha impulsado movimientos muy poco democráticos que pretenden imponer verdades cuestionables o “posverdades” creyendo tener, inclusive, una especie de derecho divino por sobre la voluntad de las mayorías. Dirigir un país por redes sociales y con una concentración en el híperliderazgo de determinadas figuras está provocando una reaparición inusitada de autoritarismos que creíamos haber minimizados o execrados en muchos lugares del mundo. Adicional a ello, llama poderosamente la atención, el desconocimiento absoluto, o casi, de mucha gente que hoy por hoy expresa opiniones a través de las redes sociales, repitiendo sin cesar, mensajes que son tomados del  “hiperlíder”, y sin siquiera hacer un procesamiento mínimo de lo que significan.

Estas prácticas apuntan hacia gobiernos con rasgos autoritarios, aun estando enmarcados en sistemas políticos de características democráticas. Este ha sido el caso particular de Trump y los Estados Unidos. La concentración en su narrativa y la utilización del unilateralismo como frente de acción en el campo interno y externo impulsó a los grupos más radicales de la política norteamericana hacia estadios, aparentemente ya superados, de supremacismo y fanatismos exacerbados. Afortunadamente, el peso de las instituciones se impuso y se puso coto a una acción desestabilizadora que intentó ser aprovechada por otros actores geopolíticos globales para desacreditar el funcionamiento de la democracia estadounidense.

Pero hay que tener muy claro que este episodio en particular no es único. Más bien es una especie de guinda al autoritarismo rampante en pleno siglo veintiuno. Si observamos con detenimiento el panorama global, nos encontraremos con muchos presidentes que presentan esos rasgos autoritarios en sus discursos y que, cotidianamente, desacreditan a las instituciones para ampliar sus capacidades de influencia y control sobre el poder. Inclusive, existen muchos más países donde el autoritarismo asociado con el híperliderazgo están debilitando los contrapesos que aquellos donde la democracia –aunque inperfecta– trata de poner límites al poder.

Esta combinación de híperliderazgo con autoritarismo también está causando un grave daño al procesamiento electoral de las diferentes posturas que optan por el poder en competencia democrática. La confianza de la población se va perdiendo y se rompen los consensos en torno al funcionamiento de las instituciones. Tenemos que estar atentos a este fenómeno y replicar, con mucho posicionamiento, lo que significa no vivir en democracia.

Piero Trepiccione

@polis360

  

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