Por Hugo Prieto
No voy a presentar a la
entrevistada. Solo la voy a mencionar en voz alta. Yolanda Pantin. Poeta en
cada una de las letras. Más que un personaje del libro de Ana Teresa Torres, Viaje
al poscomunismo, Yolanda es testigo material de esta obra. Intuitiva como
pocas, exploradora consumada de los laberintos de la psiquis y el alma. Sus
comentarios sobre la cotidianidad y los misterios de la política son siempre
circundantes, al pie o al margen de página, es decir, en los bordes. Y, sin
embargo, sobra contundencia.
¿Qué relación hay entre
la imagen poética y la fotografía?
Es la relación con la
pura imagen, con la imagen que se presenta, en el caso de la fotografía. Para
que podamos ver esa imagen —la que se presenta— uno tiene que estar, digamos,
en un estado de comunión. Y eso fue lo que me pasó a mí durante ese viaje. De
hecho, dejé de escribir porque no estaba en una actitud de contemplación, sino
más bien dispuesta a dejarme sorprender por una imagen. Eso, creo, tiene que
ver con lo que llaman la inspiración poética, cuando una imagen se presenta y
la traduces con la palabra, con el lenguaje verbal, es decir, la poesía
escrita. Pero eso no me hizo falta en esos viajes, porque estaba bajo el
impacto de la imagen pura. Que es lo que es. Sin palabras. Que es lo que se
presenta. Como una aparición.
Escribe Ana Teresa
Torres: «En la contemplación del cuadro ‘La carga de la caballería roja’,
Yolanda Pantin se detuvo un largo rato, sin saber que ese cuadro desencadenaría
su libro ’21 Caballos'». ¿Qué te impactó de esa pintura?
La pintura —ésa y otras
de (Kazimir) Malévich— me impactó porque no las esperaba. Estaba en un museo
muy discreto de San Petersburgo, muy cerca del hotel donde nos quedábamos,
detrás de una plazoleta dedicada a Pushkin. Entramos por curiosidad y en una de
las últimas salas nos encontramos con Malévich. Me sorprendió muchísimo, no
porque no conociera esa obra —arte abstracto— y que sería, digamos, su
respuesta al realismo socialista, sino como un pintor que había rozado la
pintura en estado puro con obras como «blanco sobre blanco», «negro sobre
negro», propias del suprematismo, de la cual, Malévich, es fundador. Yo lo
veía a él como un pintor que estaba en comunión con lo sagrado. Y de pronto veo
un cuadro muy pequeño, en el que él baja a otro nivel, y pinta una obra que
alude a la revolución bolchevique. Yo creo que la sorpresa vino por ahí.
La carga de la caballería roja es un cuadro del pintor Kazimir Malévich
¿Cómo influyó esa
pintura en tu proceso creativo?
Yo soy una persona de
imágenes. Una vez que me sorprenden, siempre me acompañan. Años después, una
amiga muy querida, Verónica Jaffé, me envió desde Londres una postal de ese
mismo cuadro, que en ese momento se estaba exponiendo en Inglaterra. En fin, se
fueron tejiendo cosas y el cuadro entró en mí de una manera muy misteriosa.
Había terminado el libro y otra amiga, Corina Michelena, a quien le dije que
había recibido una postal de ese mismo cuadro que yo había visto en San
Petersburgo, fue la que me dio la clave cuando me preguntó: ¿Yolanda, no te das
cuenta de que los 12 caballos de Malévich son 21? Como ves, todo se va hilando
de una manera muy fina y yo estoy muy atenta a esas manifestaciones del inconsciente.
De cómo se van tejiendo las cosas, de cómo van apareciendo hasta hacerlas,
finalmente, comprensibles hasta un cierto punto.
¿Tú crees en las
casualidades?
Las casualidades no
existen, lo que existe es la mirada atenta de quien observa y de quien respeta
ese ordenamiento de las cosas que van sucediendo, que puede ser casual. Pero
eso está dentro de uno ya escrito. Yo reconozco lo que está dentro de antes. O
sea, cuando Verónica me manda la postal de «La carga de la caballería roja», yo
respondo porque había visto ese cuadro en persona. Entonces, no es casualidad.
Yo soy la que me doy cuenta, porque si no, pasa como un regalo cualquiera,
alguien te manda una postal como tantas otras y ya, no tiene sentido. Pero yo
le doy importancia a esas cosas.
Durante el viaje, como
parte del trayecto, escribe Ana Teresa Torres: «Nos paramos a poner gasolina y
desde allí Yolanda captó la imagen de un parque de atracciones, una suerte de
Disneyworld a la checa, con dragones, castillos, magos, planetas, aviones. Pasamos
por grandes vallas publicitarias, incluyendo la oferta de muchachas. La
estética capitalista reinterpretada produce monstruos». ¿Una prueba de que tu
poesía es muy visual?
En los términos que
habíamos hablado antes, estaba apegada a las apariciones, a las manifestaciones
visuales de algo que podemos llamar un misterio. Estoy abierta a eso y menos al
uso de la metáfora. Tengo fe en la imagen. La imagen, en sí misma, debe
representar algo y debe tener la suficiente potencia como para poder decir algo
que tenga valor, que tenga sentido.
Tú, que eres poeta, y
que además tienes esa relación con lo visual, ¿crees que una imagen dice más
que mil palabras?
Yo creo que estamos
hablando de obras de arte. Y eso es otra cosa. De pintores o fotógrafos o
cineastas tocados por la gracia. Entonces, en ese sentido, sí, porque estamos
hablando de lo mismo, estamos hablando de poesía. En el caso de los artistas
visuales, puede ser pictórica o cinemática o fotográfica. ¿Pero una imagen por
sí sola? No, para nada, para nada. Diría que eso está distrayendo mucho las
pausas necesarias para la comprensión de las cosas que suceden, dentro y fuera
de ti. En medio de ese chorro de imágenes, como vivimos ahora, estamos todos
distraídos, como si estuviéramos atravesando una autopista, en medio de la
noche, con todos los bombillos y avisos encendidos, lo que puede ser, incluso,
muy banal, porque no nos deja pensar, no nos deja ver, lo que aparentemente
estamos viendo.
La imponente escultura
de bronce de Vladimir Maiakovski inspira el poema titulado «Monumento» de tu
libro 21 Caballos. Lo transcribo: «A la altura, /poeta, /de tus
contradicciones». ¿Qué se activó en ti?
Todos, alguna vez en la
vida, pasamos por Maiakovski. Yo me enamoré de él, estaba prendada de la forma
como él decía las cosas, con esa libertad que tenía, con esa juventud
inagotable. Hasta el día que murió fue joven. Joven en el espíritu de rebeldía.
Joven en su atuendo, cuando se presentaba con una bufanda amarilla. Además, era
un hombre bello. Pero al fondo de esa escultura de seis metros, estaba lo que
jamás hubiera pensado Maiakovski, un gran aviso publicitario de una marca, no
sé si de perfumes o de ropa, cuya imagen era Penélope Cruz. Entonces, tomé la
foto de esa contradicción o de esa paradoja, llámala como tú quieras. La plaza
de Maiakovski, donde se toman fotos todos los poetas que van a Moscú, y al
fondo… Penélope Cruz. A mí eso me impresionó muchísimo. Me dio hasta dolor.
¿Por qué?
No creo que él hubiese
esperado nunca tener esa imagen capitalista, de un producto equis a la venta,
en la Plaza del Triunfo, que conmemora, precisamente, el triunfo de la
revolución. Él se suicida. No sé las razones, pero es una figura trágica. Así
como lo es esa yuxtaposición: lo que él representó para la revolución rusa y al
fondo, acechante, la publicidad del libre mercado. Eso fue lo que me impresionó
a mí.
Lo podemos ver como un
contrasentido, pero también lo podemos ver como parte de la implosión del
imperio soviético. Sí, la afrenta del capitalismo frente a un idealista de la
revolución rusa. ¿Pensaste en la simbología que puede haber ahí?
Justamente eso fue lo
que me hirió. Porque estábamos en Moscú, donde se asienta esa cosa tan cercana
a nosotros —las mafias y las oligarquías de la Rusia de Putin, así como la
boliburguesía del chavismo— y cómo fueron poniendo sus marcas sobre las otras
marcas. Lo mismo me sorprendió del despliegue de propaganda sobre el talud del
río Moscova, Rolex, MW, las ofertas eran para complacer a estos sujetos que
tienen ese inmenso poder económico. Eso en Moscú era, y sigue siéndolo, muy
hiriente. Hay algo que desplaza, que ignora, a la persona común y corriente.
Leemos en Viaje al
Postcomunismo: cruzamos el Yeniséi, uno de los grandes ríos que divide la
Siberia Occidental de la Oriental, y que inspira a Yolanda «Blanco sobre
blanco». Aquí un ritornello del poema: «Iba por el río Yeniséi/ hacia su
desembocadura/ en la boca del paisaje/ para ser devorado… Iba en la borda/por
sobre el paisaje/sin contar los días/ desde mi destrucción». ¿Estabas pensando en
el Gulag?
No, estaba pensando en
la figura trágica de Malévich, porque ese pintor, que tocó la pintura pura, se
vio pronto rebajado, quizás obligado, a hacer arte que dialogara con el
realismo socialista. O sea, Malévich se devolvió, ¡se devolvió! Y eso me
pareció tan triste, tan demoledor. Cuando él se devuelve, vi algo de locura. Lo
que hay en ese poema es lo que destruye a la persona, que es la ideología, el
sistema político, la cárcel, todo lo que sea capaz de destruir el alma de la
persona. En todo caso, tiene el poder de la destrucción de la mente y el alma
de una persona. Claro, ésos son los terrenos del Gulag, allí fue donde ocurrió
esa gran tragedia.
Sobre el realismo
socialista, Ana Teresa Torres escribe este comentario: «el propósito de esta corriente
artística era inicialmente expandir la conciencia, dar a conocer los problemas
sociales, y abrir la expresión artística y literaria a las clases proletarias y
campesinas para que fuesen representadas y no ignoradas como en épocas
anteriores». Aquél que se desviara lo esperaba la muerte. El compositor Dimitri
Shostakovich lo tomó muy en serio, luego de recibir la amenaza que se publicó
en un editorial de Pravda. Algo similar debió experimentar Malévich.
Algo similar en su alma
tendría que buscar mis anotaciones para poder recordar los detalles de su caso.
Porque en esos años, yo leí muchísimo sobre Malévich. Pero en todo caso, fue
una víctima de las circunstancias y de él mismo. Una víctima trágica, como
tantas otras.
Una locomotora que
lleva, como mascarón de proa, los símbolos del comunismo: la estrella roja, la
hoz y el martillo. Dice Yolanda en «Hedor»: «Por los pueblos va la estrella
gastada, /va dejando la estela de memorias lloradas/ en los cementerios/ y un
hedor alocado en el tiempo». ¿Podríamos hablar de una contraposición de
símbolos?
No lo veo de esa forma
sino como la terrible ironía de haberse subido a un tren que lleva como
símbolos la estrella roja, la hoz y el martillo, en ruta hacia la península de
Kola, donde naufragó la flota del norte soviética y tú veías a la gente de los
pueblos y comarcas, cuando salían a ver al tren, y la cara que ponían no era de
sorpresa sino de estupefacción. No podían creer que ese tren estuviera pasando
otra vez. Quizás esas personas tienen nostalgia por la Unión Soviética. Allí
habría muchas cosas mezcladas. Rechazo y nostalgia. Pero era loco viajar en esa
locomotora que atravesaba esos paisajes helados, porque ésa es la tundra, más
allá del círculo polar ártico, hacia la flota del norte, ahogada en la ciudad
de Múrmansk.
Siempre hay nostálgicos
del totalitarismo y del fascismo. Lo ves en España con Franco, en Italia con
Mussolini, en Alemania con Hitler y en la propia Rusia con el camarada Stalin.
Sí, y aquí con los
nostálgicos de Chávez.
En los rostros ves
estupefacción o gozo.
La felicidad sin gozo.
Cristo salva. Llegó. Uno pasa por esos territorios y lo que ve es una gran
desolación. Unas aldeas muy pobres, muy pobres, y uno se pregunta ¿dónde está
la escuela? ¿Dónde está el hospital? Y de pronto pasa esa estrella y unos
piensan que podrían tener de nuevo un hospital. Eso habla, además, de la
indefensión de las personas, de que fueron abandonadas. Acuérdate de lo que
vimos en Moscú, la propaganda de Rolex, de los carros BMW, un lujo tan obsceno
frente a la persona común. Allí hay una cuestión que dialoga también.
¿Cuál es tu opinión
sobre la idea de Ana Teresa Torres, según la cual Venezuela llegó al
poscomunismo sin pasar por el comunismo? Hay tantos elementos comunes entre la
Rusia de Putin y la Venezuela de Nicolás Maduro. Uno, el sistema político. Dos,
el surgimiento y la elocuencia de una oligarquía ahogada en dinero. Tres, los
símbolos de la riqueza, las camionetas con choferes y guardaespaldas. Cuatro,
la pulsión psicológica y emocional «del resentimiento que se mantiene cuando se
ha humillado y ofendido a tantos». Diría que, así como hay un museo a las
víctimas del genocidio en Moscú, también podría haber una extensión en los
sótanos de El Helicoide. Y al lado la pobreza y los pueblos fantasmas de Venezuela
como en Siberia.
Yo no puedo sino estar
de acuerdo. Lo que pasa es que esa idea se ha ido cristalizando, justamente con
lo que está a la vista de nosotros. Como esas mafias, esas oligarquías se
manifiestan, despliegan sus maneras, ruedan en sus camionetas y cómo Moscú
puede ser vista como la burbuja de las burbujas. Yo se lo comenté a Ana Teresa.
Qué cosa tan curiosa. Estoy viendo lo obvio. Lo más que se parece a nosotros
son esas manifestaciones en Moscú. Eso es lo que nos está pasando a nosotros ahora.
Y eso es lo que nos acerca a la Rusia actual. A la Rusia de Putin. Con eso no
hay contemplación, porque nadie va a dejar que le quiten lo que tiene que es
cantidad, porque estamos hablando de dinerales. Toda la cantidad de cosas que
pueden pagar. Pueden hacer con el dinero lo que quieran. En fin, lo que vi lo
reafirmo cada vez más en el peor sentido. Y las analogías políticas. Lo que
representa Putin y cómo se ha ido amarrando al poder, apretando las tuercas.
Pero eso ya es otra cosa. Lo que está a la vista ya es claro.
Podría citar uno de sus
poemas, «Daño». «Yo podría meterme en sus cabezas/ y volver indemne a mi vida».
Ese libro, 21
Caballos, tiene muchas referencias a la locura, porque lo que puede ocurrir es
que te vuelvas loco. Yo quería meterme en sus cabezas para tratar de entender,
quizás para desentrañar los misterios de la política, los tejemanejes o lo que
sea, pero en el campo político, hasta que me di cuenta. ¡Cuidado!, porque hay
un riesgo. Y el riesgo es perder la cabeza. Está dicho expresamente en el
libro, la locura de Malévich, que finalmente es la mía también. Esa caída, ese
quiebre de la cordura, estuvo en mí durante muchos años y ahora es que me doy
cuenta de hasta qué punto. Me hiciste releer 21 Caballos. ¡Dios mío, las
cosas que yo digo en ese libro son terribles!
10-01-21
https://prodavinci.com/yolanda-pantin-yo-estoy-viendo-lo-obvio/
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