Claudio Nazoa 04 de mayo de 2021
@claudionazoa
Pertenezco
y dirijo a un grupo de artistas quienes son cocineros, músicos y cantantes.
Tengo el honor de ser su jefe ya que ellos me acompañan en mi show humorístico.
El grupo se llama: “Los Espectaculinarios”, porque hacemos un espectáculo que
se come. Allí cocinamos, cantamos, nos reímos y hacemos reír. Tenemos
muchísimos años juntos y poseemos el récord por haber elaborado en un sartén de
tres metros de diámetro, el arroz más grande de Venezuela. Dicho arroz lo hemos
preparado también en Acarigua, en el Parque del Este y hace como doce años en
la isla de Margarita, en donde llegaron a comer más de mil quinientas personas.
Pero el cuento de hoy no es de arroz ni de música. No. Les voy a narrar algo
insólito que nos ocurrió en una excursión que hicimos al parque El Ávila ya
que, la afamada diva y voluptuosa cantante Violeta Alemán, nos convenció de
buscar un pozo de agua prístina que hay en lo alto de la montaña y a la que se
le atribuyen propiedades milagrosas y, pues, con esto de la COVID-19, decidimos
ir al cerro subiendo por un camino que comienza en Terrazas de El Ávila.
En lo personal, soy escéptico en eso de creer en curaciones milagrosas, rezos,
meditaciones, imposiciones de manos o en aguas mágicas. Yo solo creo en la
medicina de verdad, la aspirina y la penicilina. Pero, volviendo al cuento,
después de una caminata intrincada y extenuante bajo una pepa e´ sol en donde
cualquier tipo de insectos me picaron y fui rasguñado con cuánta mata rara
inimaginable existe, me pregunté en silencio: “¿por qué subir a pie si existe
el teleférico?”. Pero seguí caminando. Por fin llegamos al fulano pozo y
terminó el calvario. El lugar era bonito y había una fresca cascadita de lo más
lúcida.
Bayo Gabriel y Violeta, quienes tienen conocimiento profundo de brujería, nos
pidieron que en silencio nos sumergiéramos en una especie de profunda
meditación. Ellos, como si fueran gurúes de una extraña religión, comenzaron a
dirigir las actividades sanatorias. Lo primero fue tomarnos de las manos y
abrazar a los árboles para sentir la energía de la naturaleza mientras,
decíamos: “te amo árbol… te amo árbol…”.
Me sentía ridículo haciéndolo pero igual lo hice para que no me dijeran rompe
grupo. Después tuvimos que despojarnos de nuestras ropas y quedarnos en traje
de baño o en ropa interior. Rhode, Frederick el esqueleto, Rosa María, Milo y
Andrés Barrios, se quitaron toda vaina y quedaron chinos en pelota como los del
programa Supervivientes al Desnudo. Nuestro director musical, el maestro
Gregory Antonetti, Carlitos, Jaime, y yo, quedamos en ropa interior.
Mariangely, mi asistente, se quitó el sostén y quedó con un hilo dental
fabricado con tela de tigre. Bayo Gabriel, traía puesto un bóxer escarchado y
Violeta vestía una bata de lino transparente sin nada abajo.
Así, chinos y medio chinos en pelota, seguimos con el ritual.
-¡Oh, naturaleza! –Bayo Gabriel, exclamó - ¡Venimos a limpiar nuestras
impurezas! ¡Danos fortaleza!
Violeta, con los brazos extendidos hacia el cielo y con su potente voz lírica,
dijo: “repitan todos conmigo: naturaleza, recíbenos con amor. Salvemos a las
ballenas, los pulpos y los delfines. ¡Lechuga sí, carne no!”.
Y nosotros, como unos bolsas, repetíamos todo.
-Ahora –continuó ella- uno a uno vamos a pedirle perdón al agua por entrar a
sus linderos y sumergir nuestros pútridos cuerpos en su transparencia...
espíritus de Carlos Fraga, Elba Escobar y Belén Marrero, ¡Ilumínennos! Vamos a
sentir que la purificación arropa nuestras almas… respiren, exhalen… lento,
lento… muy lento…
Rhode y Rosa María, con sus impúdicos
pero esculturales cuerpos, fueron las primeras en entrar al agua. Lo hicieron
en silencio y agarradas de las manos. En fila india, les siguieron Andrés
Barrios y Milo, también en silencio y con los ojos cerrados.
Yo traté de sumergirme rápidamente en el agua porque los zancudos me estaban
comiendo vivo, pero Violeta me paró en seco e imperativa, casi hipnótica, me
dijo:
-¡Detente, impío!... aún no… deja que el agua sagrada purifique esos cuerpos
incrédulos.
Carlitos,
por su parte, estaba chorreado de frío y protestando, dijo:
-Pero, Violeta. ¡Yo quiero entrar!
Ella lo miró fijamente. Tajante, respondió:
-¡No! -sin apartar la vista de sus ojos, añadió- ¡Ni se te ocurra! Tú aún
tienes vestimenta. ¡Tendrás que desnudarte!
No había terminado de decir eso cuando
Carlitos Jorgez, ya se estaba quitando su calzoncillito azul para meterse al
agua. A él le daba pena su miniatura y para justificar, comentó: “no… no
entiendo. Él nunca está así. Fue el frío que lo puso chiquitiiicooo…”.
Cuando estábamos todos en el agua, Bayo
Gabriel, con un tabaco encendido hacia adentro, nos hizo un despojo mientras
nos golpeaba con unos ramos de cilantro fresco. Estábamos en eso cuando,
transcurridas como dos horas, nos dimos cuenta de la presencia de un polvillo
grisáceo que flotaba cerca de la cascada.
-¡Claudiooo…! –gritó Violeta- ¡Qué suerte!
¡Muchachos, este es el barrito curativo del que les hablé! Aprovechémoslo que
no siempre se consigue.
Dicho eso nos zambullimos en el pozo con
gran alegría. En un envase recogí todo lo que pude y froté de manera enérgica
el polvo milagroso sobre mi cuerpo. Todos hicieron lo mismo con gran
entusiasmo.
-¡No sean agalluuuos…! -protestaba
Andrés Barrios- ¡Compartan!
Fue así como nos embadurnamos y luego nos
acostamos bajo el sol porque, según Violeta, cuando el polvillo se seca en la
piel es cuando hace más efecto. Parecíamos estatuas de barro.
De pronto, aparecieron unas personas
quienes, abatidas y sollozando, bajaban del cerro. Una señora con rostro
compungido nos contó que acababan de cumplir con el último deseo de su abuelo:
esparcir sus cenizas en un río de El Ávila.
Miramos a Violeta y a Bayo Gabriel
primero con susto y luego con ganas de matarlos. Aterrados y dando alaridos, lo
comprendimos todo. ¡Nos habíamos untado las cenizas del abuelo!
Todavía hoy, cada vez que nos bañamos,
nos restregamos la piel con fuerza tratando de quitarnos a ese abuelo de
encima.
Claudio
Nazoa
@claudionazoa
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