Paulina Gamus 04 de mayo de 2021
@Paugamus
“Hay que tener cuidado al elegir a los
enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos”, Jorge Luis Borges.
La
muerte del maestro Aristóbulo Istúriz, sempiterno ministro de Educación del
chavismo, brinca partidos: AD, MEP, Causa R, PSUV; ha desatado una catarata de
insultos en el mejor medio para decapitar: Twitter. Y, por supuesto, las
lágrimas unas de cocodrilo y seguro que otras genuinas, de sus compañeros en la
ruta que eligió en 1998, cuando Hugo Chávez se lanzó al ruedo electoral. Eso
fue para mí -en mi relación con el hoy difunto- un antes y un después.
Nos
conocimos cuando ambos éramos concejales de Caracas y opositores al gobierno de
Luis Herrera Campins (1979-1984); Istúriz por el Movimiento Electoral del
Pueblo (MEP) y yo por Acción Democrática (AD). Hicimos una amistad que llegó a
camaradería. Cinco años después nos reencontraríamos en el Congreso como
diputados, durante el segundo gobierno de Carlos Andrés Pérez (CAP II).
Aristóbulo esta vez lo era por La Causa Radical.
Fui
presidenta de la Comisión de Política Interior, nos tocó la investigación del
“Caracazo” (febrero 1989). Se desataron los demonios de la demagogia y del
escándalo. Enrique Ochoa Antich, del MAS, fue el instigador de todas las
mentiras y cifras abultadas de este luctuoso episodio de nuestra historia
reciente. Aristóbulo fue comedido y colaboró conmigo en recuperar la
ponderación. Al final, el Informe de la Comisión fue aprobado por unanimidad.
Aristóbulo
fue el único diputado que nunca se negaba a acompañarme en las visitas a
cárceles. Los adecos, copeyanos y masistas huían de esa responsabilidad y de
muchas otras. Entonces le ocurrió una tragedia familiar. Estaba guiando a su
hijo de 17 años de edad para que sacara el automóvil de su garaje y no se dio
cuenta de un saliente en la pared con el que el joven chocó, sufrió fractura de
cráneo y muerte inmediata. Aristóbulo entró en profunda depresión aumentada por
el sentimiento de culpa. Fui a su casa, lo animé para que volviera a trabajar,
el trabajo lo iría sacando de ese foso en que estaba hundido. Y así fue.
Fue
Alcalde de Caracas y no tuvimos ningún contacto hasta que durante el año
electoral 1998 lo invité a un programa de entrevistas que tenía en el canal
CMT. Aquel Aristóbulo era un energúmeno que me amenazó varias veces con
levantarse e irse si le hacía preguntas incómodas. Era otro, y para mi dejó de
ser todo lo que había sido.
He
comenzado este artículo con una cita de Jorge Luis Borges porque uno de los
sentimientos que más temo padecer es de odio. Me he dado a la tarea de buscar
los significados más simples de esa palabra. Odio es rencor, requiere de mucho
esfuerzo y persistencia, y es un sentimiento devastador para quien lo padece.
En cambio desprecio es falta de respeto, aversión, considerar indigno a quien
se desprecia. Y el repudio es rechazo y desdén. Me he preguntado muchas veces
lo que siento por Maduro, Cabello, Padrino, los hermanitos Rodríguez, los
Tarek, etcétera, y de verdad que me alegra saber que no los odio. No quiero
parecerme a ellos. Con aversión, desdén, desprecio y falta de respeto me basta.
Creo
que los venezolanos necesitamos una especie de terapia colectiva, por supuesto
que con psiquiatras y psicólogos de otra escuela que no sea la de Jorge
Rodríguez. Imaginemos que algún día por un milagro de José Gregorio Hernández o
de algún santo que nos tenga un poco de compasión, se produce la transición.
¿Qué hacemos con ese 20% de chavistas que además son maduristas?, ¿los llevamos
al paredón? Si recodáramos que Hugo Chávez gozó de un porcentaje de aceptación
siempre bordeando el 50%, y si reproducimos los videos del gentío llorando su
muerte, ¿buscamos a todos esos dolientes y los expulsamos del país?
Sé muy
bien que el odio es mucho y bastante justicado en un sinfín de casos. ¿Cómo
pedirle que no odien a quienes tienen a sus familiares desterrados, a quienes
han perdido seres queridos por el desastre de la salud pública y la falta de
vacunas, a los médicos, enfermeras, maestros y profesores universitarios que
reciben dos o tres dólares como salario mensual, a quienes tienen familiares
presos y torturados como en los tiempos más negros de las dictaduras del Cono
Sur?
Llegará
el día de juzgar a los culpables del derrumbe y la ruina de nuestro país. Ese
día tendremos que saber elegir entre justicia y venganza. La venganza es odio,
la justicia es equidad e imparcialidad. Solo así podremos construir un país
distinto. Un país reconciliado.
Paulina
Gamus
@Paugamus
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