Américo Martín 10 de mayo de 2021
He
tomado de una densa reflexión de mi admirado amigo Luis José Oropeza, la mitad
de su título con el objeto de ilustrar mi columna de esta semana en TalCual,
diario fundado por Teodoro Petkoff en el cual escribo ininterrumpidamente desde
hace 21 años, es decir, una semana sí y la siguiente también, aparte de las
colaboraciones especiales que me pide este indoblegable medio. Venezuela:
fábula de una riqueza. El valle sin amos. Artesano
Editores. Cedice Libertad 2014.
¿Por
qué me quedo con la segunda parte del título de Luis José? Simplemente
porque El valle sin amos viene al pelo para ilustrar la
dramática situación electoral de Venezuela. Son muchos partidos, individuos y
movimientos los llamados a tomar las decisiones fundamentales pero, a tenor del
Evangelio según Mateo 22:14, pocos los seleccionados.
Cualquiera
que sea el significado de estos versículos, lo cierto es que la gran masa de
los que asumen responsabilidades direccionales no ayuda a descifrar sentidos
sino a confundirlos. Y de allí, sin más, que el valle –la causa primaria– en
otras palabras se enturbia cuando sobran las manos que agitan el caldo.
De los
amigos en la hirviente olla política dependerá, pues, todo: la victoria, la
derrota o resultados ambiguos de los que resulta a veces muy costoso
desligarse, proponiendo nuevas líneas de acción. Es de una obviedad perfecta
tratar de evitar conclusiones procedentes de muchas voces que terminan cayendo
en estados desconcertantes, sea por contradecirse a cada paso, sea por
desenvolverse en pugnas de mala fe, decisiones personales por la obsesión de
controlar la organización para someterla a designios personalísimos. Para
sobrevivir a esas tormentas, generalmente mezquinas, brotan las continuas
fricciones y divisiones que perjudican los esfuerzos unitarios, sin los cuales,
por cierto, ni los proyectos más inteligentes pueden salir bien librados.
Están
al alcance de los integrantes del oficio político los más simples, los menos
cultos, los más improvisados, algunas reglas del accionar público, sin manejo
de las cuales mejor sería retirarse del juego. Ganar amigos para fortalecer la
lucha común antes que perderlos por ignorancia, incomprensión o por incapacidad
para dominar pasiones. El correlato de la idea de ganar amigos es construir la
unidad sin viejas cuentas por cobrar, no confundir la necesaria justicia con la
contraproducente y maligna venganza.
El
colosal viraje de la guerra emancipadora impulsada hacia el infinito por el
decreto de Guerra a Muerte, dictado por Bolívar en Trujillo, y abolido por
aquel caraqueño visionario para dar paso al Pacto de Regularización de la
Guerra, fue aceptado por Pablo Morillo, el máximo general de las fuerzas
realistas, y ratificado por ambos con un histórico abrazo en Santa Ana, que
siguió elevando al cielo el prestigio de acción de la causa americana en todas
las capitales europeas y especialmente el del Libertador, que con tanta
destreza demostraba que la política era la continuación de la guerra hasta la
victoria por medios civilizados y en lo posible, incruentos.
Sé que
me saldrá al paso esa fórmula en la versión original del notable general
prusiano Carl Clausewitz, quien antes que nadie la asomó, aunque esencialmente
distinta a la que acabo de evocar.
La
guerra es la continuación de la política por otros medios, había consagrado el
hábil prusiano. Rota la paz, la guerra tiende a continuarla, desarticulada la
guerra, serán los políticos quienes desvíen hacia la paz las furias
guerreras. El tigre Clemenceau había dicho que la guerra es un asunto
demasiado serio para dejarla solo en manos militares.
Vuelvo
a lo pendiente, las elecciones, la paz y la mano tendida son armas propias de
la democracia moderna y civilizada. Lo que nos tiene la brida amarrada es que
hay muchos centros de discusión con ganas de derrotar a los rivales. Se
favorecen los desarreglos en lugar de los acuerdos. Guaidó es un demócrata
consagrado, Maduro tendría que cambiar su política y dotarse de nuevas
convicciones. Pero, como el mundo se ha involucrado generosamente en la
redemocratización y retorno de la centelleante prosperidad de nuestra
maltratada nación, es menester que se halle cuanto antes un acuerdo mundial
para que Venezuela sea democrática y próspera como en el mejor de sus momentos
históricos, mediante el sufragio libre, transparente y con el acompañamiento
universal de las naciones civilizadas.
¿El
valle sin amos? Los amos del valle calificaban, no sin sorna,
al privilegio mandamás de los poderosos que cuando menos lograban imponer
acuerdos pragmáticos. Pues, resulta que se necesitan líderes, no amos, que
sepan y puedan armar un valle que se les ha perdido dejando en el desamparo de
soluciones a nuestro recio pueblo. Para que haya acuerdos necesitamos líderes
tan aptos o mejores que los que iluminaron nuestro pasado. Los hay, sin duda,
así como las buenas decisiones que deban tomarse. Solo falta que se unan y
pongan la gran causa democrática en movimiento, con la seguridad de que nuestro
gran pueblo acompañará las buenas razones del liderazgo.
Américo
Martín
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