Por Mercedes Malavé
Extraviados en nuestro
destino, convengamos nuevamente en que el centro de la política es y debe ser
la persona humana; y que en tiempos de conflictividad, crisis económica y
pandemia, procurar el mayor bienestar posible de las comunidades es la única
tarea urgente a que debe abocarse la clase política, a no ser que espere ser
tan aborrecida y temida como las mismas plagas, guerras y enfermedades
actuales. ¿No es esta centralidad de la persona, acaso, la exigencia que
inspira y alimenta todo espíritu político de cambio, los movimientos
vanguardistas y revolucionarios?
Luego de la terrible,
oscura y vergonzosa experiencia facista, De Gasperi decía: «Tal vez se nos
escape a alguno de nosotros, y seguramente a muchos de nuestros adversarios,
que como políticos no solo procedemos de una doctrina, es decir, de una
filosofía política y social, sino también de una experiencia histórica y que
somos objeto y sujeto de esta historia al mismo tiempo. Esta experiencia es
compleja y no siempre es lógicamente sencilla». Ser sujeto y objeto en una
transición hacia la democracia, por ejemplo, significa acoger ciertas
simultaneidades tales como pensar en lo que conviene al tiempo que se sufre,
avanzar en el cambio y padecer la persistencia, abrirse al advenimiento de
nuevos paradigmas y soportar las discronías y resistencias que ello conlleva.
Soportar esa larga ola de decadencia de lo antiguo, suerte de andamiaje que se
desploma sobre el dolor, los padecimientos, la conculcación de derechos
inalienables.
De Gasperi se planteaba «tender un puente entre dos generaciones que el fascismo había intentado dividir mediante un abismo». Para ello asumió el rol del pedagogo político mediante el propio testimonio: obras y palabras perfectamente concatenadas en un discurso o narrativa que era, simultáneamente, paciente, entregado, desprendido; dotado de una intensa libertad interior capaz de impulsar, en primera persona, la recuperación del verdadero fin de la política, como se ha dicho, procurar el mayor bienestar y la democracia posible entre los italianos. Ciertamente, De Gasperi, y con él personalidades como las de Rómulo Betancourt y Rafael Caldera, encarnan un cierto personalismo popular, no populista, capaz de poner su carisma al servicio de la organización social.
Como dice Garavaglia:
«La política entendida no como una abstracción que desciende de una tabla de
principios, o de un proyecto personal, ni de la organización del consenso, sino
de la capacidad de movilización y organización de las fuerzas sociales».
Muy distinto a la
mentalidad populista que, lejos de orientar el carisma hacia el empoderamiento
social, busca seducir al ciudadano con la ficción de la democracia directa y
protagónica, y acaba por anular los vínculos sociales bajo un sistema de
manipulación y dominación política.
Guiados por esta lógica
de servicio y organización popular se construye el puente de una transición
que, lejos de contribuir al abismo entre venezolanos, fomentaría el reencuentro
y la aceptación en un nuevo espacio de interacción política y social. Recuperar
el sentido del servicio popular que debe caracterizar a todo perfil de
liderazgo democrático, independientemente de la ideología que se tenga.
Hablar de la democracia
posible supone volver a creer en los valores trascendentales de la
participación ciudadana, la solidaridad, la reconciliación y la paz. Bajo estas
premisas, vemos con esperanza la instalación de una nueva directiva del Consejo
Nacional Electoral, conformada por personas con probidad política y experiencia
técnica; provenientes de la sociedad civil, apoyados por personas que hacen
notables esfuerzos de ejercicio de libertad y de derechos civiles, aun en las
peores circunstancias de censura, persecución y represión. A quienes
permanecemos aquí con deseos de continuar luchando por recuperar la democracia
en Venezuela, no nos queda más remedio que apostar al éxito de su labor.
Mercedes Malavé es
Político. Doctora en Comunicación Institucional (UCAB/PUSC) y profesora en la
UMA.
10-05-21
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