Claudio Nazoa 09 de mayo de 2021
@claudionazoa
En un
día tan sagrado como el de hoy, les traigo una carta que escribió mi madre
quien por cierto acaba de cumplir ¡100 años! Lo mejor es que ella cuenta con
una salud física y mental mejor que la de sus hijos, nietos y bisnietos y me
considero uno de los pocos seres afortunados que, siendo un anciano en etapa
terminal, aún tiene a su madre viva.
A mamá
no le gusta figurar y corro el riesgo que después de que ella lea esto, me hale
de las orejas por andar nombrándola y me deje castigado encerrado en el cuarto
sin celular. Sin embargo, no me importa, porque quiero contarles una anécdota
que ocurrió en una escuela que lleva el nombre de su esposo, mi padre, Aquiles
Nazoa.
Cuando
mamá tenía 85 años, la invitaron a visitar la Escuela Aquiles Nazoa para
conversar con sus alumnos. La acompañé y fue maravilloso ver cómo los niños
estaban ansiosos por conocer a los familiares del poeta. En general, a los
niños pequeños les cuesta entender eso de las fechas históricas y en sus
cabecitas inocentes y alocadas, Cristóbal Colón, Simón Bolívar, Jesucristo y
Aquiles Nazoa, son de la misma y “antigua” época. Les ocurre como a la mayoría
de los adultos cuando nos referimos al antiguo Egipto. Muchos creen que toda la
civilización egipcia se desarrolló en un mismo momento y resulta que ocurrió a
lo largo de 5.000 años de historia.
Pero
sigamos con la anécdota. Lo cierto es que reunieron a los niños en un salón
grandísimo y nos presentaron como los familiares de Aquiles Nazoa. Los
muchachitos, emocionados, comenzaron a hacernos todo tipo de preguntas. Yo era
quien casi siempre las respondía.
—¡Niños!
–les dije- ahora le toca a mi madre, la señora María Laprea de Nazoa, viuda del
poeta, responder a sus preguntas.
Entonces,
un carricito como de 8 años, levantó la mano.
—Señora
–dijo el niño- ¿usted de verdad se casó con Aquiles Nazoa?
—Sí,
claro, hijo –respondió ella- yo me casé en 1949 con él.
El
niñito, sorprendido, moviendo nervioso los brazos como si quisiera volar,
exclamó a todo pulmón.
—¡Peeerroooo…!
¡Señoraaa..! ¡Usted sí que ha durado!
Ese
niño ya debe ser un hombre y me gustaría saber qué diría hoy si viera a mi mamá
con más de 100 años.
Esta
anécdota la conté para que conocieran un poco a mi mamá y ahora quiero
compartir una carta que, en víspera del tan esperado Día de la Madre, nos hizo
llegar esta semana a cada uno de sus hijos.
Caracas,
7 de mayo de 2021
Queridos
hijos, Raúl, Mario y Claudio:
Ya
viene de nuevo el Día de la Madre que ustedes, supuestamente y en homenaje a
mí, gustan de celebrar. Quiero, amados hijos, recordarles que ya tengo más de
cien años y que para este próximo domingo me gustaría organizar yo misma mi
fiesta. Sí, como lo oyen. Este año no quiero que ninguno de ustedes invente mi
homenaje.
No es
que yo sea una vieja alzada o malagradecida. No. Lo que ocurre es que al
recordar todos estos años de sufrimiento en la celebración del Día de las
Madres, me provoca no parir más. Por si se les ha olvidado, les haré un breve
recuento de años anteriores.
Raúl
querido, comencemos contigo. Reconozco el esfuerzo que haces para preparar tu
famoso sancocho cruzado del Día de la Madre. ¿Cómo olvidar la ollota tiznada y
montada sobre unos ladrillos para hacer un fogón de leña en el patio de la
casa? Tampoco olvido el inmenso saco de verduras, la gallina viva y el
descomunal costillal de res con el que te presentabas.
Hijito,
¿cómo olvidar cuando paloteado y después de saludarme entrabas a la casa en
compañía de tus primos Miguel, Raúl Delgado y familia, y mientras seguían
cantando y cayéndose a palos, me dejabas soplando con fuerza para encender la
leña, espescuezando a la gallina y pelando las verduras? Al final de la tarde,
yo quedaba exhausta y cuando merecidamente iba a comer un dulce de Cola de
Langosta que había traído mi sobrina Dacha, ya ustedes se los habían jartado.
Luego, cerca de las 9:00 o 10:00 de la noche, todo el mundo se iba y me dejaban
el perolero sucio para que yo lo lavara y la casa echa un desastre para que yo
la ordenara.
Mario,
voy contigo. ¡Ay, mi hijito consentido! A ti te da por regalarme aparatos
eléctricos para la limpieza además de todo tipo de detergentes, coletos y
pañitos de cocina, que al final te llevas “prestados” a tu casa y más nunca los
vuelves a traer. Igual, mi consentido, me has regalado varios teléfonos iPhone
que hacen de todo, pero de nada ha valido. Tu hijo Manuel, mi nieto, lo pide
prestado para bajar unas cosas que llaman “aplicaciones” y luego más nunca me
lo trae. Celina, tu esposa, cada año me regala una perolota grandota de arroz
con coco que siempre, y al final de la fiesta, termina como cajita feliz para
Miguel, Raúl y Dacha. A mí, de vainita, me dejan un repelito en la olla y si
reclamo me contestas:
—¡Ay,
mamá! No seas tan quejona. Comer tanto dulce no es bueno para ti.
Y tú,
mi Claudito, mi cómico preferido, te agradezco los días de las madres cuando me
decías: mamá, este año usted no hace sancocho ni lava los platos. ¡Nos vamos
todos a un restaurante criollo de carne!
¡Ay,
hijo!, nunca te dije nada, pero esa invitación era una pesadilla. Aquel gentío
y nosotros sentados en una mesa al lado de la tarima en donde los imitadores de
Reinaldo Armas, Luis Silva, Reina Lucero y Juan Gabriel, no dejaban de cantar.
Además, nunca olvidaré al chabacano locutor diciendo lo mismo cada cinco
minutos:
—Y
saludandoooo… a la mamá del gran cómico Aquiles Nazoa.
—¡Aquiles,
no! –gritaba yo corrigiendo al locutor que no me escuchaba- ¡Claudio!
Además,
hijito, al final me volvían loca entre el ruido del joropo a todo volumen y
ustedes medio borrachos riendo y gritándose entre sí. ¡Eso era un infierno!
¿Cómo olvidar aquel calorón si me ponían un asador con la carne, los chorizos,
la yuca y la chinchurria al lado y al voltear la cabeza, me topaba con el calor
intenso y el humo del asador de la mesa contigua? Y a la hora de pagar, a ti
siempre se te “quedaba” la cartera en casa y yo tenía que hacer un cheque que
jamás recuperaba. Nunca dije nada, pero yo salía de allí oliendo a parrilla,
con hambre, brillante de grasa, con tremendo dolor de cabeza, sin plata y sorda
e’ bola.
¡Pero
ya! Este año me puse de acuerdo con la tía Rita Laprea y las dos decidimos
irnos en el teleférico hasta el Hotel Humboldt. Allí van a hacer un bonche
increíble para las madres en su día y como ustedes saben, el hijo de la tía
Rita es uno de los gerentes y yo le pedí que la cuenta, se la mandara a
ustedes.
Bueno,
hijitos queridos, que Dios me los bendiga y cuídense mucho.
Su
madre
Claudio
Nazoa
@claudionazoa
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